¡Así es Dios!

Domingo XXIV  T. O.   Ciclo C

Por: M. Carmen Martín. Vita et Pax. Madrid.

Seguramente, el relato de las parábolas de Jesús capta enseguida el interés de todas las personas que le escuchan por su realismo. Nos vamos a fijar en la segunda. Una mujer pobre que tenía diez monedas pierde una. No es gran cosa. Todos conocían aquella monedita que solo valía el salario de un jornalero por un día de trabajo. Sin embargo, para ella es de gran valor. La mujer no se resigna a perder su pequeña moneda y va a hacer todo lo que está a su alcance por encontrarla.

“Enciende una candela”, porque su modesta casa no tiene ventanas y tampoco es mucha la luz que entra a través de la única puerta, casi siempre baja. “Barre la casa” con una hoja de palma para poder oír el sonido de la moneda al rodar en la oscuridad por el suelo de piedra. Cuando por fin la encuentra, no puede contener su alegría, llama a sus vecinas y les invita a compartir su dicha: “Alegraos conmigo”.

Así es Dios¡Así es Dios! nos dice Jesús. Como esta pobre mujer que busca su moneda y se llena de una inmensa alegría al encontrarla. Lo que a otros les puede parecer de valor insignificante, para ella es un tesoro. Una vez más los oyentes quedan sorprendidos. ¿Será así Dios? ¿Será verdad que los publicanos y las prostitutas, las mujeres y los pecadores… que tan poco valor tienen para algunos, son tan queridos por Dios? ¿Será que yo, tan insignificante, soy así de querida, de querido, por Dios?

Pero, cómo se atreve Jesús a comparar a Dios con una mujer, con una pobre mujer que pierde una moneda, algo tan poco valioso, y pone la casa patas arriba hasta que la encuentra y de nuevo brota la alegría, el compartir, la fiesta. Qué poco hemos contemplado la imagen de Dios como una sencilla mujer con su mandil y con su escoba buscando cuidadosamente su moneda perdida.

Llama la atención que esta alegría es el resultado de un proceso. Lo que tenemos al principio es una situación de pérdida, de dolor, de preocupación. La alegría emerge en el marco de un encuentro y la iniciativa, el primer paso, ha sido de la persona para quien lo perdido era algo muy valioso.

Es, además, una alegría que se necesita compartir, es expansiva, avanza por sí misma. La mujer llama y reúne a sus amigas y vecinas y les dice: “Alegraos conmigo porque he encontrado la moneda que se me había extraviado”. La alegría no es sólo el gozo interno sino que se muestra también en la convivencia festiva que se expresa exteriormente.

Jesús no sabía ya cómo invitar a las gentes a alegrarse y gozar de la misericordia de Dios. Y les habla en parábolas para que esté bien claro: Dios es como el Buen Pastor, Dios es como la Buena Ama de Casa, Dios es como el Padre-Madre Bueno. El Bautista ha predicado el mensaje amenazador del juicio de Dios, invitando al pueblo a la penitencia. Ahora, está Jesús invitando a todos a alegrarse por la misericordia de Dios con los pecadores pero, muchos, lejos de alegrarse lo descalifican.

Y vemos la alegría de Dios que se manifiesta en las tres parábolas. Alegría que nace de alguien y va hacia alguien, nunca es una alegría solitaria. Es expansiva y comunitaria en su propia naturaleza. Una alegría por la que se invierte la mala noticia en buena, la desgracia en oportunidad, la carencia en abundancia.

Una alegría que hace ligera la carga, que no guarda memoria de lo perdido sino gozo por lo encontrado, que necesita comunicarse y que tiene que ver con estar en camino, buscando. ¿No es eso lo mismo que hace Jesús cuando, después de su búsqueda cuidadosa, nos ha encontrado y necesita comunicarlo al Padre y a los otros y otras, celebrando el banquete con su propio cuerpo?¡

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