Cornelio Urtasun: compañero y amigo de Jesucristo resucitado

Compañero y Amigo de Jesucristo Resucitado

Por: Pedro Sandi. Miembro del Instituto Secular: Asociación de Sacerdotes del Prado. Diócesis de Santander

1. Mi primer encuentro con D. Cornelio fue, sobre todo, a través de los primeros miembros del Instituto que él envió a nuestro seminario de Corbán, como respuesta a D. Vicente Puchol, nuestro obispo. Eran los años 1966 al 1969. Posteriormente, y más en directo, en las convivencias anuales de Vita et Pax en Corbán, en El Escorial…

Al pensar en ellas y en D. Cornelio, años después, me di cuenta de que no sólo compartían con D. Cornelio, la vivencia de un amor apasionado a Jesucristo, sino que el Señor irradiaba su perfume a través de su testimonio evangélico.

Compañero y Amigo de Jesucristo Resucitado

En esta octava de Pascua recién celebrada, he vuelto a sentir emocionadamente, como llamada permanente para mí, eso que nos dicen los Hechos de los Apóstoles: “Al ver la valentía con que se expresaban Pedro y Juan no salían de su asombro (Los jefes de los sacerdotes, ancianos y maestros de la ley) sabiendo que eran hombres del pueblo y sin cultura. Los reconocían como compañeros de Jesús…” (Hch.4, 1-20. 13)

Jesús era Alguien muy vivo, no sólo para D. Cornelio, sino también para los miembros de Vita et Pax. Era Alguien de quien vivían y para quien vivían no sólo en la Eucaristía, sino en el amor por los seminaristas y los sacerdotes y por sus familias… ¡Se les notaba el acento Galileo! Para D. Cornelio eran también estas personas, las que el Padre le dio (Jn17,2.6) el pequeño rebaño a quien el Padre les estaba dando el Reino (Lc12, 32) su gozo y su corona firme en el Señor (Flp4, 1) compañeras de Jesús en su misión (Lc8, 2), amigas de Jesús (Jn15, 14-15).

¡Qué cambio y qué nuevo clima y alma le dieron al seminario! ¡Qué estima tan grande de la vocación de los seminaristas y sacerdotes! ¡Qué conciencia tan lúcida de lo que significaba “sembrar en la semilla”!…

2. Todo el secreto estaba en Aquel Viviente, en D. Cornelio y en ellas ¡En Cristo Jesús! De D. Cornelio podemos decir lo que Teresa de Jesús dice de S. Pablo: “Miremos al glorioso S. Pablo que no parece (sino que) se le salía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón”. (V. Cap.22, 7).

S. Pablo utilizó con mucha frecuencia en sus cartas (¡90 veces!) esta expresión “En Cristo Jesús”, que el Espíritu hizo brillar con especial esplendor en el corazón de D. Cornelio. Pablo se sabía y se sentía totalmente en Cristo, cuando trabajaba y se afanaba por llevar a cabo la obra encomendada. Cristo Resucitado le gobierna y le conduce de un lado para otro, habla con él, habla en él y desde él. Establece un paralelismo entre el estar en Cristo y estar en el Espíritu, entre comunión con Cristo y solidaridad en el Espíritu. Se siente “marcado” por la cruz de Jesús y por su Resurrección, que irradia poderosamente en la historia. Conquistado por El, le acompaña siempre y en todas partes en su cortejo victorioso (2Cor2, 14) esparciendo en todo lugar la fragancia de su conocimiento. La intensidad de su relación con Cristo, de su pertenencia total a El, de su comunión con El se enriquece más todavía con la expresión contrapuesta: “Cristo en nosotros” (Gal.2, 20) en la que Cristo viene a ser de algún modo, el sujeto de todas las acciones vitales de Pablo y del cristiano.

A D. Cornelio le bullía en el corazón ese “en Cristo Jesús”, ese zambullirse en Cristo Resucitado… Y por eso, enamorado como estaba de El en la Eucaristía, nos dejó aquella comparación tan hermosa que en el siglo III destacó S. Cipriano y él embelleció todavía más. “Cuando se mezcla el vino con agua en el cáliz, el pueblo se une con Cristo. Si alguien ofrece solo vino, la sangre de Cristo está sin nosotros; si sólo ofrece agua, el pueblo se halla sin Cristo”. (S. Cipriano).

Siempre Compañero y Amigo de Jesucristo

Nosotros caemos en Jesucristo como las gotas de agua que caen sobre el vino que cada mañana pongo en mi cáliz. Y así como ellas desaparecen y no queda a la vista más que el vino vertido, de igual manera desaparecemos nosotros y no se ve otra cosa que Jesucristo que vive en nosotros. Nosotros vivimos de El y en El, perdidos, escondidos por completo… zambullidos en Cristo Jesús” (D. Cornelio.)

3. Guardo y doy, de vez en cuando vueltas en el corazón, a aquella herencia que D. Cornelio nos dejó sobre la renovación permanente en nuestra manera de celebrar la Eucaristía. Sin querer, siempre la asocio a las ardientes palabras de S. Juan de Avila, animando a un sacerdote a tratar mejor al Señor: “Trátale bien, que es Hijo de Buen Padre”… ¡Qué esplendor tan sencillo y qué primor en el cuidado de todos los detalles: la ambientación, la acogida, la ayuda a revestirnos los sacerdotes, la belleza y sencillez de las ropas, de la preparación de la Pascua diaria… ¡Qué vivencia tan sencilla y ferviente del sacerdocio de los fieles, de los miembros de Vita et Pax, a través de una participación no sólo consciente y activa de los respectivos ministerios, sino del cuidado de realizar todo “en Cristo Jesús”… ¡Qué detalle después del saludo al Señor, el de la reverencia a toda la comunidad, al cuerpo místico de Cristo! Saludándola con toda veneración… como Pablo que les decía ¡“Vosotros sois el cuerpo de Cristo!”

¡Qué lecturas y qué comentario vivo y fervoroso de la Palabra en cada Eucaristía, viviendo de la Palabra! ¡Qué lectura y preparación previa de los textos, como quien celebra antes de celebrar y lo mismo de los cantos y de todos los gestos. Al leer la Verbum Domini nº 77 al 80 qué bien lo cumplía D. Cornelio y los miembros del Instituto: “El obispo, al igual que sus sacerdotes y los fieles, tiene que ser oyente de la Palabra. Ha de estar como “dentro” de la Palabra para dejarse proteger y alimentar como en un regazo materno”… ¡Qué belleza la procesión de la comunión y su reparto y la comunión con el vino! Rompiendo con el abandono secular de la comunión del cáliz y restaurando la práctica de la Iglesia del primer milenio tanto en Occidente como en Oriente… y tratando de expresar mucho mejor la realidad y la riqueza del sacramento. Un buen amigo me decía: “Sobran misas y faltan Eucaristías”…

¡Qué testimonio de amor tan grande a la Eucaristía en su celebración, pero también en su prolongación en el trato íntimo y personal con el Maestro, gravitando hacia El… cumpliendo aquellas palabras de Teresa de Jesús: “A los que ve que se han de aprovechar de su presencia, El se les descubre; que aunque no le vean con los ojos corporales, muchos modos tiene de mostrarse al alma, por grandes sentimientos interiores… Estaos con El de buena gana, no perdáis tan buena sazón de negociar como es la hora después de haber comulgado…” (Camino de Perfección, Cap.34, 10)

Que el padre Cornelio nos alcance del Padre y de Jesús esa gracia que El recibió, de renovarnos constantemente en la celebración y adoración de amistad con Jesús en la Eucaristía.

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