De otra manera

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Solemnidad de Cristo Rey

Por: José Antonio Ruiz Cañamares sj. Zaragoza

En nuestro imaginario la palabra “Rey” está asociada a grandeza, poder, estar más alto, vivir con separación del pueblo, ser persona pública, y hasta con capa y corona. Jesús no se negó a ser considerado “rey”, pero advirtiendo que “mi reino no es de este mundo”. Matización que indica fuertes diferencias de significado con lo que normalmente se entendía, y entendemos, por ser rey.

Claramente un rey que acaba siendo condenado a la peor de las condenas de su tiempo, la muerte en cruz, nos dice que su realeza debió de ser muy distinta y contracultural. Cómo entender, pues, la realeza de Cristo; no la que nosotros queramos otorgarle, sino la realeza que Él quiso tener y quiere seguir teniendo sobre los que nos confesamos cristianos.

En el Evangelio encontramos muchos datos sobre la vida de Jesús para descubrir por dónde va su realeza. Algunos ejemplos tomados del evangelio de Mateo:

“No he venido a invitar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,13)

“Viendo el gentío, le dio lástima de ellos, porque andaban maltrechos y derrengados como ovejas sin pastor” (Mt 9,36)

“Acercaos a mí todos los que andáis cansados y abrumados, que yo os daré respiro” (Mt 11,28)

“Todos los que le tocaron se curaron” (Mt 14,36)

Estos versículos bastan para dar luz sobre lo que fue la vida de Jesús. Fue hombre cercano a sus contemporáneos, que aliviaba sus dolencias, que se compadecía de la miseria ajena porque tenía entrañas de misericordia… y siempre desde abajo. Y por si alguien tuviese dudas de esto que se asome al lavatorio de los pies y a la última cena.

Un rey, por el hecho de ser nombrado como tal no tiene la autoridad. Esta se la tiene que ganar por su manera de proceder. Del mismo modo, nosotros, seguidores y discípulos del Señor Jesús, somos los que tenemos que pensar si le damos la autoridad a un “rey” como Jesús que advierte que “su reino de no este mundo”.

Ignacio de Loyola en los ejercicios espirituales dice que “el hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y mediante esto salvar su ánima” [Ej. 23]. Es decir, para Ignacio la persona lograda es aquella que ha descubierto que de Dios ha recibido tanto que solo puede entender su vida como servicio a los hombres y alabanza a Dios.

Estoy convencido: tendremos vidas logradas si nosotros damos el título de REY a Cristo. Porque es un rey, que lejos de explotarnos, es un rey volcado en cada uno para caminar junto a nosotros y participar de nuestra misma suerte. Pero,  ¡ojo!, tampoco es un rey todopoderoso en el sentido que nos conceda lo que a nuestro antojo creemos necesitar, o que nos suprima enfermedades y perturbaciones que toda vida lleva consigo.

A un rey así, que siendo Dios se ha hecho hombre con todas sus consecuencias, y que ha compartido nuestra vida hasta dar la vida por nosotros, y muriendo de la manera que lo hizo; a este rey, tomando prestadas las palabras de San Ignacio, queremos “alabarle, servirle y hacer reverencia”. Porque en ello hemos descubierto que vivimos la vida con más plenitud.

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