El nuevo año litúrgico

Por: D. Cornelio Urtasun

Vamos a comenzar un nuevo año. Y me hizo pensar en “su misterio”.  Ese misterio que cada año nos hace recorrer la Iglesia para llegar a la plenitud de Vida; plenitud a la que el Maestro nos llama.

Y el Maestro que intuye nuestro anhelo, manda a su Esposa, la Iglesia, para que nos enseñe esos caminos que conducen a la Vida. Ese conjunto de caminos que constituyen el año litúrgico, con su variedad de contrastes y paisajes que hacen el recorrido más   deseado y atractivo.

Un día, estaba en la orilla de un estanque enorme; descansaba contemplando aquella lívida transparencia de las aguas. Al rato, incorporándome se me ocurrió coger una piedrecita y echarla al medio de aquella cristalina superficie.

Como el eco de un beso me llegó al oído el susurro del choque de la piedra con el agua. Y ante mis ojos comenzaron a dibujarse una serie de círculos concéntricos que llegaron hasta la orilla. Me pareció que el último  me traía en sus ondas algo así como la emoción y la síntesis de todos los anteriores.  Aquel cuadro tan sencillo, tantas veces repetido en nuestra niñez, me hizo pensar en el Maestro y en “su Misterio”: ese Misterio que  vivimos durante el Año Litúrgico.

Y pensé que en nuestra vida hay un caer de la piedra en nuestra alma: es el Bautismo, en el que se opera en ella la  regeneración, por medio  del agua y del Espíritu.  Y, a  renglón seguido, deben comenzar en los planes del Señor: ese crecer de Jesucristo en nosotros.

Crecimiento que, para ser normal, ha de  ser gradual y armónico. Como son graduales y armónicos los círculos que yo inocentemente vi,  dibujados en la superficie del agua.

A través de los doce meses del Año Litúrgico se completa el círculo del crecimiento de Jesucristo en nosotros. Y los círculos de ese  crecimiento,  tienen que seguir necesariamente los unos a los otros, hasta llegar a la orilla… Esa orilla que, ni el ojo vio, ni el oído oyó y donde comienza a vislumbrase claramente la gloria de la eterna bienaventuranza. Orilla en la que espera, radiante de gloria, rebosante de paz, aquel Señor Jesús que nos zambullirá para siempre en el mar infinito de la Vida de la Trinidadque adoramos.

Que profundo se nos antoja este plan de Jesús;  es el auténtico: ¡Vamos a VIVIR!

 

A  D V I E N T O

 

       “Yo tengo designios de Paz y no de aflicción,

      dice el Señor,

      me invocaréis  y yo os escucharé …”

 Nace un nuevo Año Litúrgico y un nuevo Adviento.

 

La trama del Adviento:

Tratando de hacer síntesis  de los planteamientos dela Iglesia, podríamos reducir o centrarlos en estas tres ideas:

  • Viene, nuevamente, Jesucristo a nosotros
  • Si viene, ¿cómo no prepararnos para su venida?
  • Además de prepararnos, ¿podríamos salir a su encuentro?
  • ¿Qué se trae Jesucristo, entre manos, con su nueva venida?

Para qué viene  nuevamente Jesucristo:

  “¿Qué tienes, mi Dios, que mi amistad procuras?”

Le decía el poeta, en sus versos. Otros necesitamos preguntarnos lo mismo: ¿qué interés tienes Señor Jesús, que cada año vienes a visitarnos en tu Paz?

La venida de Jesucristo es, entre otras cosas, transfiguradora, cristificadora. Jesucristo, con sus venidas de  año, quiere hacer de nosotros genios y figuras de El, como El lo es del Padre. Posiblemente, con la re-enunciación de este gran principio, tendríamos la contestación al planteamiento del epígrafe: para qué viene Jesucristo.

Pero esa transformación, esa transfiguración en El, es una obra global tan fabulosa, que necesita de tantas labores pacientemente parciales. Algo así como el MOISÉS de Miguel Ángel, hecho de tantos centenares de golpes de martillo, de cincel, de buril… Por un proceso similar, creo yo, que Jesucristo trata de transformarnos en El. Busca el resultado final: no un MOISÉS como el de Miguel Ángel, sino un JESUCRISTO que piensa como Él, que habla como Él, que sufre como Él, que se dona como Él, que glorifica al Padre Como Él, que trae a los hombres la Paz, como Él, que pasa haciendo el bien a los hombres como  Él, que muere como Él, para que los hombres tenga Vida… ¡Qué se yo!

Viniendo a visitarnos en su Paz quiere moldearnos, poco a poco, con el  martillo de la oración, de la contemplación, del recogimiento. Quiere moldearnos con el cincel y con el buril  de una vida en la fe, esperanza y caridad; coordinado con su acción transformadora y la fuerza del Espíritu Santo, quiere que queden reflejadas, en nuestras vidas, toda la gracia y hermosura de los hijos predilectos del Padre.

Si llegada la plenitud de los tiempos, el Adviento se hizo Navidad fue gracias al Espíritu Santo y a la Virgen María. Son dos personajes básicamente irreemplazables de la venida del Señor, en todo Advenimiento suyo.

Invoquemos a Cristo, alegría y júbilo de cuantos esperamos su llegada, y digámosle:

¡VEN, SEÑOR, Y NO TARDES MÁS!

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