Fidelidad y coherencia

Fidelidad y COherencia

26º Domingo TO. Ciclo A

Por: M. Carmen Martín. Vita et Pax. Madrid

El evangelio de hoy es una parábola. Como de costumbre, Jesús cuenta una historia sacada de la vida cotidiana, esta vez, de la familia. Una historia común que habla por sí sola y no necesita mucha explicación. Un padre pide a sus dos hijos que vayan a trabajar a su viña, el primero responde “no quiero”, pero luego reflexiona, se arrepiente y va; el segundo dice “voy” porque le falta valor para decir “no” y acepta una petición que en su interior no piensa cumplir. Los dos hijos representan sin duda a dos grupos bien definidos. La distinción no recae entre judíos y gentiles, entre creyentes y no creyentes, sino entre dos tipos de judíos: los dirigentes que no creen y los marginados que sí, es decir, por un lado, los judíos piadosos de altos cargos, que dicen y no hacen; por otro, los publicanos y prostitutas, que por su fe en Jesús están más cerca de Dios.

Por la manera de contar la parábola Jesús trata enseguida de implicar a los oyentes. Formula la historia en forma de pregunta, al comienzo dice: “¿Qué os parece?” y al final termina preguntado: ¿Quién de los dos hizo la voluntad del padre? Los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo respondieron “el primero”. Esta es la respuesta que Jesús quería oír de ellos. La conclusión es evidente y dura. Los publicanos y las rameras eran grupos humanos despreciados entre los judíos. Ejemplo del hombre pecador, de la más baja calaña. Y a ellos recurre Jesús para ejemplificar la naturaleza de su Reino y lo que espera Dios de sus hijos e hijas.

“Mucho ruido y pocas nueces” dice el refrán popular. Así podríamos calificar la respuesta del segundo hijo a su padre, dado que prometiendo ir no fue. Así califica Jesús la actitud de los sacerdotes y ancianos que, llenándose la boca de la ley, no procedían con coherencia; son los primeros en hablar de Dios y de su templo, pero, cuando Jesús los llama a “buscar el Reino de Dios y su justicia”, se cierran a su mensaje y no entran por ese camino.

También los cristianos hemos llenado de palabras muy hermosas nuestra historia de veinte siglos. Hemos escrito libros y libros de teología, catecismos, diccionarios, rituales antiguos y nuevos… con profundos conceptos. Sin embargo, hoy y siempre, la verdadera voluntad del Padre la hacen aquellas personas que traducen en hechos de vida el evangelio y aquellas que se abren con sencillez y confianza a su perdón.

Nuestra vida está llena de oportunidades para decir “sí” a Dios, y también para decirle “no”. Somos libres, y podemos escoger tanto lo uno como lo otro. Pero cuando elegimos decir “sí”, Dios espera que nos mantengamos fieles a Él, y que seamos coherentes con nuestra decisión. De nada vale decir “sí”, con los labios, si nuestra manera de actuar no confirma nuestras palabras.

En este caso tiene más mérito, después de haber dicho “no”, arrepentirse de lo dicho, y actuar como si hubiéramos dicho “sí”, tal como enseña Jesús en la parábola. Ante Dios, lo importante no es “hablar” sino hacer; lo decisivo no es prometer cosas sino cumplir la voluntad de Dios. Y lo único que Dios quiere es que sus hijos e hijas vivan desde ahora una vida digna y dichosa. Ese es siempre el criterio para actuar según su voluntad. Si alguien ayuda a las personas a vivir, si trata a los demás con respeto y comprensión, si contagia confianza, si denuncia lo que no es justo… está haciendo lo que el Padre desea.

Fidelidad y coherencia son dos cualidades esenciales de los discípulos y discípulas de Jesús. La fidelidad nos hace capaces de perseverar en el tiempo y, a pesar de él, en nuestra decisión original de hacer realidad en nuestra vida, su mensaje de amor y perdón. La coherencia nos lleva a hacer coincidir plenamente nuestras decisiones y nuestras acciones. Lo que se opone a la verdadera fe no es, muchas veces, la increencia, sino la infidelidad o la falta de coherencia.

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