La certeza de la fe

pedir con fe

Domingo de Ramos, Ciclo A

Por: Rosa María Belda Moreno Grupo Mujeres y Teología Ciudad Real

Is 50, 4-7. El Señor Dios me ha dado una lengua de discípula.

El cántico que proclama Isaías agradece a Dios que ha recibido una lengua de discípulo para saber decir al abatido una palabra de aliento. Pero no se queda ahí, sino que añade que cada mañana le espabila el oído.

La Palabra abre mi corazón a este Dios que pone su predilección en la persona que sufre y que me ha dado dos medios para poner a su servicio: La escucha atenta que me vacía de mí misma, y la posibilidad de ofrecer el apoyo y el servicio a través de una palabra amiga.

Al comenzar esta semana de pasión, abro mis oídos a Él, que está presente en cada Eucaristía y celebración, y también en aquellos hermanos y hermanas rotos y abatidos.

Flp 2, 6-11. Cristo Jesús se hace en todo semejante al ser humano.

En esta carta, Pablo subraya que Jesús, siendo de condición divina, se despoja de toda posibilidad de ponerse por encima, y se hace de carne hasta las últimas consecuencias, incluso hasta atravesar la muerte, y una muerte de cruz.

Así, nuestra fe no deja de provocar el júbilo de saber que seguimos a Jesús, que se hace como nosotras, de la misma materia de lo humano, y si esa es la opción de Jesús, el camino tiene sentido, aunque haya que atravesar lo que no entendemos.

Mt 26, 14-27,66. Toda la tierra quedó en oscuridad. Jesús ha muerto.

Mientras escuchamos el relato de la pasión y muerte de Jesús, escuchamos el regalo de su vida que se ha entregado en cada gesto, en cada palabra. Este hombre que ha vivido sin lugar donde reclinar la cabeza, reclamando la coherencia y traduciendo la predilección de Dios por los que sufren, es traicionado, abandonado, azotado, burlado y llevado hasta la muerte injusta de la cruz.

Dicen las palabras de Mateo que Jesús no habló mucho aquellos días, sí que sintió tristeza y angustia, y sí que oraba deseando no pasar por lo que se le venía encima. También parece que se sintió abandonado por el mismo Dios y que gritó en el momento de morir. Si Él pasó por todo esto, si Él se quedó sin palabras y experimentó este dolor tan hondo, comprendo que está especialmente a mi lado cuando sufro, cuando me planteo lo limitada que es mi vida, cuando experimento la realidad de la enfermedad y de la muerte.

Sabemos que no queda todo ahí. Nuestra certeza es la certeza de la fe, otro modo de conocer que permite ver con los ojos abiertos del corazón sabio. Seguimos adelante con la esperanza de oírle de nuevo allá donde Él nos sigue hablando. Caminamos con Él en la oscuridad alentadas por su Pan y su Palabra, y también en el silencio de quien sabe que el dolor existe. Abrimos la vida a acompañar a las personas que se duelen y también a vivir de la mejor manera posible las experiencias de dolor cuando nos tocan en primera persona.

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