La luz de la Palabra

La luz de la Palabra

22º Domingo T.O. Ciclo A

Por: Rosa María Belda Moreno. Mujeres y Teología de Ciudad Real

Jr 20, 7-9. “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir”.

Este texto fuerte de Jeremías sugiere la fuerza de la Palabra de Dios, que llega hasta el corazón y quema, y aunque nos complica la vida y nos hace vivir en la incomodidad de ser profetas, es para el creyente imposible vivir sin ella, sin discernir y actuar según lo que Dios quiere de cada una de nosotras iluminadas por la Palabra. El seguimiento no es fácil pero nos hace felices porque  abarca la plenitud de nuestro ser.

Rm 12, 1-2. “Que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios”.

Pablo nos invita hoy a entregarnos de manera total, a ofrecer nuestros cuerpos como hostia viva, tal como Jesús hace en la Eucaristía, y a transformar nuestra mente para que sepamos encontrar en cada acción, en cada misión, lo que de verdad agrada a Dios. Si creemos en Dios Padre que quiere que cada una de sus criaturas sea feliz, que se realice plenamente, Jesús nos ha ofrecido el camino del Evangelio para llegar a ello.

Mt 16, 21-27. “El que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame”.

Jesús, sabe que tiene que pasarlo mal, que tiene que sufrir por intentar ser coherente con el mensaje de amor que predica. Sabe que no le van a querer los ancianos y los jefes de los sacerdotes, y que puede costarle la misma vida. Sus discípulos no quieren que esto pase, y Pedro, con la impulsividad que le caracteriza le dice que eso no puede suceder. Pero bien sabe Jesús que no se puede dejar llevar por todo aquello que le aparte de la misión. Sabe que cada uno ha de cargar con sus defectos, con sus circunstancias, por muy adversas que sean y no dejar de caminar. Cada una de nosotras, con egoísmos, envidias, ambigüedades, tristezas y enfermedades, no podemos caer en la justificación, porque tenemos la certeza de que echándonos al hombro todo ello, hemos de seguir avanzando en la entrega, en la generosidad,  en la apertura, en ese decirle al Señor que haga con nosotras lo que Él quiera, olvidándonos de nuestro ombligo y metidas en la harina de la vida. Nada caerá en el vacío porque el papaíto-mamaíta de la que habló Jesús, está esperando nuestros brazos abiertos para abrazarnos aún más.

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