Necesitamos oír la voz

Necesitamos oír la voz

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR   

Por: Jose Antonio Ruiz Cañamares sj. Zaragoza

Contemplar el misterio de la Encarnación y del Nacimiento ha sido la invitación de la liturgia a lo largo del Adviento y del tiempo de Navidad que hoy concluye. Es importante que esta invitación de la liturgia a sentir y gustar estos misterios cale en nosotros para sabernos acompañados en nuestra vida por el Enmanuel.

Para no caer en el peligro de un ensimismamiento paralizante contemplando el belén y a los reyes, la liturgia nos presenta a Jesús, casi de repente, al Señor Jesús, en el bautismo. Malas teologías son las que dejan en la sombra la plena humanidad del Hijo. Jesús tuvo que preguntarse, como todo ser humano que se tome la vida en serio, qué hago con mi vida, cómo darle pleno sentido, cuál será el sueño de Dios para mí. La búsqueda llevó un tiempo largo de gestación en la cotidianidad de Nazaret.

Y al oír hablar de Juan, Jesús sale de Nazaret buscando “su lugar” y su misión en el mundo. Lo encontramos en el Jordán, a la cola y en la fila, junto a los que sienten inquietudes de cambio personal y social, esperando su turno para introducirse en el río y ser bautizado. Seguramente que la incertidumbre y la inseguridad anidaban en su interior. Y las preguntas vitales sin responder.

Allí, en el Jordán, ocurre algo no previsto. Marcos lo dice con pocas palabras: se oyó una voz desde los cielo: “tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Es decir, Jesús tuvo la gran experiencia religiosa de la filiación. Esto debió marcar  un antes y un después en su vida. A partir de aquí ya no se sentirá huérfano. Tiene un Dios al que puede invocar como Padre y que lo mira con ternura, complaciéndose en su Hijo.

Ahora le queda discernir el cómo de su misión. Y tendrá que ir al desierto. Pero la experiencia religiosa de filiación recibida en el Jordán no se podrá olvidar. Por eso nuestro bautismo imprime carácter, no se puede borrar.

También nosotros debemos pedirle a Dios tener experiencia religiosa de filiación. No es suficiente que otros nos lo digan. Necesitamos oír la voz en lo más íntimo de nuestro espíritu: Tú eres mi hijo, mi hija, a quién quiero, en quien me complazco. Si esto lo experimentamos, está prohibido sentirse huérfanos, seguiremos siempre buscadores de Dios para encontrarnos con Él en todo lo que acontezca en nuestra vida.

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