¡No me dejes caer en la tentación!

No me dejes caer en la tentacion

Por: D. Cornelio Urtasun

El miércoles de ceniza daremos inicio a la primavera del espíritu, La Cuaresma, con la inclinación de nuestras cabezas ante el sacerdote que pondrá en ellas el puñado de ceniza, mientras repetirá invariablemente: “acuérdate hombre, que eres polvo y en polvo te has de convertir”. A partir de este día diremos al Señor una y otra vez en la Misa y en el Breviario: “Ahora, ahora, nos ha llegado el tiempo interesante; estos días son los días ideales para nuestra salvación”. “Que abandone el malvado sus caminos y el impío mande a paseo sus siniestras intenciones y que se conviertan todos al Señor, cargado de misericordia y bondad, el cual está siempre inclinado a la compasión y no quiere la muerte del pecador sino su conversión y su vida”. Desde el miércoles de ceniza la liturgia cobrará un cariz imponente que, a las veces, se convierte en dramático.

Con todo, donde la liturgia cuaresmal se centra y adquiere proporciones de armonía fascinadora, es en la misa del primer domingo de Cuaresma. ¿Sabéis en qué me apetece reparar, en qué se me ocurre pensar? En el Señor tentado. ¿Sabéis para qué? Para agradecerle que me haya abierto los ojos en materia de tentaciones, para pedirle con toda mi alma, con toda sinceridad, lo que durante años y años no he sabido pedir: “que no me deje caer en la tentación”. Quizás a alguien le parezca perogrullada insulsa. Yo la tengo como trascendental y decisiva.

Me dan que pensar las mil y una proposiciones que me hacen para el después, para cuando vuelva a España cargado de Doctorados y títulos académicos que si los esgrimo con habilidad me harán prosperar como el que más. Me dan que pensar las almas que el Señor me envía para las cuales tengo que ser el ejemplo viviente de todo lo que a ellas predico. Me dan que pensar las murmuraciones, las críticas y rechiflas de los que están junto a mí y muchas veces suben conmigo al altar. Y si continuara la lista sería interminable.

Y como me veo tan comprometido por todas partes, tan enredado en tantas cosas, tan acosado por  todos los lados, tiemblo, me entra un miedo pavoroso de mí y le digo al Señor con un acento que, a las veces, llega a conmovedor: “QUE NO ME DEJE CAER EN LA TENTACIÓN”.

En toda aquella tentación que tarde o temprano terminará por apartarme de Él y por arruinar todos los planes de Él sobre mí.

En el primer domingo de Cuaresma cuando veo a Jesucristo tentado, la silueta de mi divino Maestro y señor, sacudida y zarandeada como la mía, me llena de consuelo y agudiza mis precauciones. Si he de vivir de su VIDA, si he de ser proyección de su silueta, me las tengo que ver en muy negras. No me puedo hacer ilusiones. Como no te las puedes hacer tú que ya no tienes otra ilusión que la de hacerle el amor y VIVIR DE su VIDA. Y cómo quisiera que esta silueta de Jesucristo tentado se grabara en tus ojos y en los míos; en tu corazón y en el mío, para que nunca, nunca, perdamos el tino, para que nunca, nunca perdamos el equilibrio al redoblarse los ataques, al multiplicarse las complicaciones.

Hay que prepararse para la lucha, hay que prepararse al combate.

Pero no es el combate franco y a pecho descubierto el que más preocupa, pues sé bien que un asalto vigoroso será contestado con otro corajudo. Me preocupa el otro, el solapado, el artero, el retorcido, el que tira la piedra y esconde el brazo. El que dice que dejar la oración un día, dos, no llega ni a pecado; el que dice que sin hacer tanto ya se puede servir al Señor; el que aconseja que sin obedecer tanto y en tanto se puede cumplir perfectamente con el voto de obediencia; el que insinúa que otros santos no hicieron lo que a ti te aconsejan hacer… el que da a entender que, vamos, no hay por qué llevar las cosas a esos extremos. Y en fin, tantas cosas que tú y yo nos las sabemos muy bien.

Para esos combates me quiero prevenir diciéndole al Señor tentado que no, que por lo que más quiera, que no me deje caer en la tentación. Y que si soy débil y caigo, que nunca trate de justificar mi postura sino que a la caída siga inmediata, vertiginosa, la reacción de un levantar decidido, generoso, pensando que los santos lo fueron no porque no cayeron sino porque cuando cayeron  ¡se  l e v a n t a r o n!

¡Oh Jesús tentado: óyeme! Por lo que más quieras: ¡NO ME DEJES CAER EN LA TENTACIÓN!

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