Pascua del Resucitado

Por: D. Cornelio Urtasun

Pascua del Resucitado

¡He resucitado! Este es el mensaje del Maestro que aparece vencedor de la muerte, triunfador de la Vida. ¡He resucitado! ¡He resucitado!

Como quien despierta de un profundado sueño y se encuentra bañado por la luz de un sol radiante, nos encontramos nosotros inundados por el fulgor de ese sol de justicia, Cristo Jesús, que acaba de resucitar.

Hemos tenido ante nuestros ojos la figura doliente del Salvador cargado con su cruz; ahora lo vemos resucitado y glorioso. ¡Es el Maestro que ya reina vuelto a la Vida!

Se acabó la Cuaresma y ha venido la Pascua. Cesó la tormenta y reina la calma. Se acabaron las tinieblas y viene el Reino de la Luz. Sí, viene el Reino de la Paz y de la Vida, de nuestra luz y nuestro Amor.

¡Se ha acabado la Cuaresma! Nos zambullimos en el océano de nuestra Pascua, que es Cristo nuestra Vida, que hoy se nos aparece Resucitado. Parecía que aquella cuesta nunca iba a terminar; parecía que aquella luz radiante no la volverían a ver nuestros ojos; y he aquí que hoy todos nuestros sueños y añoranzas se ven desbordados por la más consoladora de las realidades.

Hemos llegado a la meta, hemos obtenido nuestro triunfo. Este es nuestro día. Alegrémonos y regocijémonos con Él. Este es el día que dejamos meter al Divino Sembrador el arado en la tierra de nuestra alma, para que dé fruto abundante y sazonado, para VIVIR hasta dejar de sobra. Sí, ha terminado la Cuaresma y viene el Reino de la Paz.

Que agradecimiento tiene que salir de nuestros corazones para agradecer al Padre de las misericordias y las luces, esta Providencia maravillosa que ha usado con nosotros a través de su Hijo Jesucristo, al asociarnos a Él e inundarnos en el torrente desbordado de su Resurrección y su triunfo.

Esta es la eterna realidad de los que se han fiado por completo de Jesucristo y que correrán irremisiblemente su suerte en la lucha y en la victoria, en la guerra y en la paz, en el dolor y en la alegría, en la muerte y en la vida. Muy duro el combate, glorioso, clamoroso el triunfo.

Había leído la descripción de la erupción del Vesubio que sepultó Pompeya y Herculano en medio de una mar de fuego, de piedras y cenizas. Casi a tantos siglos de distancia del terrible suceso, uno ve avanzar aquel torrente de lava, de más de cuatro metros de altura, que no respeta nada, que reduce todo a pavesas… Así veo el triunfo de Cristo en esta mañana de Pascua. Un torrente incontenible de Vida, de Paz, de Luz, de Amor, que avanza desde el monte Calvario sobre toda la tierra, sobre la Iglesia, sobre cada una de las almas.

Los habitantes de estas ciudades huyeron despavoridos escapando del torrente de fuego desolador. Nosotros…no vamos a escapar de ese torrente que está ya para inundarnos por completo. Nosotros lo vamos a esperar y cuando lo tengamos a nuestro alcance, nos zambulliremos en Él para perdernos en Él y vivir escondidos con Cristo en el seno del Padre, no soñando más que en las cosas de arriba, viviendo en realidad de verdad una vida transformada de auténticos resucitados con Cristo, después de haber eliminado los “resabios” del hombre viejo.

¡Este es nuestro día! Ha llegado nuestra Pascua: el triunfo del que es nuestra VIDA.

¡Oh Cristo, nuestra Pascua, Caudillo de la Vida, poco hace que ha muerto y hoy resucitado: danos VIDA, torrenteras de VIDA, que es PAZ, que es LUZ, que es AMOR!.

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