¡Ojalá Dios nos conceda esa sensatez!

¡Ojalá Dios nos conceda esa sensatez!

16º Domingo TO. Ciclo A

Por: María Jesús Moreno Beteta.  Mujeres y Teología de Ciudad Real

“¿Quieres que vayamos a arrancar la cizaña?”. Pero Él les dijo: “No, porque al arrancar la cizaña podéis arrancar también el trigo.”

Siempre que leo este Evangelio me vienen a la memoria las palabras de aquella visión deformante, infantil y simplista de un Dios-compendio de una determinada moral, que aún  resuena en muchas cabezas, y que se resumen en “Dios premia a los buenos y castiga a los malos.” Es fácil dividir el mundo entre buenos y malos y pueril querer situarnos entre los primeros.

 En nosotros mismos habita el trigo y la cizaña aunque no queramos verlo. Evitamos darnos cuenta de nuestro feroz individualismo, de nuestra prepotencia, de nuestra exigencia en relación  a los demás, de nuestra indiferencia o desconfianza hacia Dios…

Queremos mantener, también ante nosotros mismos, nuestra imagen social, para así sentirnos con derecho a juzgar si otros son cizaña, y después excluirlos de “los buenos.” Como si Dios no fuera el de “Yo tampoco te condeno…”

 Además, en medio de este mundo saturado de información, también  podemos llegar a confundirnos tanto que no distingamos el mal que hay a nuestro alrededor, y consideremos normal la exclusión y la injusticia que sufren tantas personas iguales a nosotros. Entonces también somos cizaña, cuando excluimos, ignoramos, codiciamos y sólo nos vemos a nosotros mismos como el único criterio de excelencia moral.

Pero Dios Padre-Madre, que se ha dado por cada uno de nosotros, independientemente de los méritos de cada cual, es Dios de respeto, cuidado y libertad. Es Quien sabe, mejor que nosotros, de nuestras heridas, de nuestro dolor escondido, de nuestros miedos e incertidumbres. Por eso nos ha dicho “No juzguéis…”

El Creador y Dador de vida sabe también de convertir males en bienes cuando nos dejamos guiar por el Espíritu. La flaqueza humana es nuestra naturaleza y a través de ella nos vamos convirtiendo en lo que elegimos ser hasta el último momento de nuestra vida. Por eso, hasta ese último momento hay una oferta de Dios a acogerle y acoger al diferente. Los diferentes, sean por religión, cultura, sexualidad, etnia, grupo social, por heterodoxia, por falta de salud… muestran otros rostros de la Vida en quienes Dios habita. En ellos Dios nos llama a “salir de nuestra tierra”, ahora se diría “de nuestra zona de confort”, para avistar otros horizontes, que en ellos quiere mostrarnos, para derribar los muros de nuestra autosuficiencia.

Además, el considerar nuestras limitaciones y carencias, nuestros fallos y aristas sólo puede llevarnos a comprender la misma naturaleza e indigencia en el hermano. La aceptación del otro tal como es, sin juzgar o condenar, ni creerse superior es criterio de sabiduría humana y de amistad con Dios.  ¡Ojalá Dios nos conceda esa sensatez!

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