Permanecer o no permanecer

 5º Domingo de Pascua. Ciclo B

Por: M.Carmen Martín . Vita et Pax. Ciudad Real

La imagen del evangelio de hoy es sencilla y muy expresiva, sobre todo, para las gentes de la Mancha, tierra de buen vino. Jesús es la “vid verdadera”, llena de vida; los discípulos son “sarmientos” que viven de la savia que les llega de Jesús; el Padre es el “viñador” que cuida personalmente la viña para que dé fruto abundante. Y aparece el deseo profundo de Jesús expresado en un ruego: “permaneced en mí…”. Él conoce la cobardía y mediocridad de sus discípulos. En muchas ocasiones les ha recriminado su poca fe. Si no se mantienen vitalmente unidos a él, no podrán subsistir.

Jesús es la “vid”, los que creemos en él somos los “sarmientos”. La imagen pone de relieve dónde está el problema. Hay sarmientos por los que no circula la savia de Jesús y están secos. Discípulos que no dan fruto porque no corre por sus venas el Espíritu del Resucitado, porque han cortado el flujo vital, desconectados de su persona, languidecen. Nuestra vida será estéril si no permanecemos en Jesús. Separados de Él no podremos nada.

Toda nuestra vitalidad nace de Él. Si la savia de Jesús resucitado corre por nuestra vida, nos aportará alegría, creatividad, coraje para vivir como vivió Él… Nuestra tarea es permanecer en la vid, no vivir desconectados de Jesús, no quedarnos sin savia, no secarnos… El Papa Francisco presenta como un problema serio en la Iglesia la mediocridad espiritual, es decir, la existencia de sarmientos mustios. Por eso, está impulsando con fuerza una fe “más ardiente, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa”.

Pero todo será insuficiente si no permanecemos unidos a la vid; el tedio y la rutina se instalarán en nuestra “casa”. Solo permaneciendo podremos poner más verdad y autenticidad porque: “No es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra… no es lo mismo tratar de construir con su Evangelio que hacerlo solo con la propia vida”.

Jesús nos apasiona haciéndonos experimentar el fuego de su Palabra y de sus gestos en las entrañas, en la mente, en el corazón y sintiendo el impulso de encarnar su pasión por la humanidad. Con Él damos frutos y frutos abundantes porque nos despierta deseos de sanar, reconstruir, edificar mundos nuevos, generar comunión y encuentro, hacer justicia o interceder continuamente por la reconciliación, utilizar el lenguaje de decir verdades… El atrae y orienta nuestra respuesta en la dirección del Reino. Permaneciendo vamos consintiendo al amor desde la mujer que somos. Extraña mezcla de pasividad y libertad.

Permanecer en Él nos impulsa a estar atentas al clamor del pueblo y nos mantiene en estado de atención, de vigía permanente de lo que ocurre, de lo que se necesita, de los males de las personas que conocemos o que no conocemos… Permanecer en El nos convierte también en vigías de los nuevos valores emergentes: el despertar de los “indignados” ante tanta desigualdad e injusticia, la defensa de los recursos naturales, la difusión de la verdadera información a través de las redes sociales, el empeño por combatir el tráfico de personas, el maltrato, la desigualdad de géneros… Es decir, nos ayuda a vivir la realidad con honradez, aunque nos complique la vida.

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