¿Qué hemos hecho con el sueño de Dios?

Solemnidad de Pentecostés, Ciclo B

Por: Concepción Ruiz Rodríguez. Mujeres y Teología de Ciudad Real.

El sueño de Dios

Hch 2, 1-11 

Estaban todos juntos en el mismo lugar…Aparecieron lenguas como de fuego

Es difícil vivir la fe en solitario. La fe quiere vivirse desde el grupo, la comunidad. Quiere ser compartida, comunicada, discernida, animada. La comunidad genera lazos, en ella compartimos nuestras vidas. La comunidad interpela, hace crecer, acuerpa, acompaña, lidera, nos hacemos responsables los unos de los otros.

El fuego, ¿acaso nuestros corazones no arden cuando tomamos consciencia de que somos habitados por el Espíritu Santo?

El Espíritu no es sólo presencia interior.  Éste nos mueve a salir fuera de nosotros, a dar testimonio, a proclamar la buena nueva. A veces, nos cuesta tanto continuar en la tarea… Los discípulos y discípulas fueron capaces de llegar muy lejos y anunciar el mensaje de Jesús a todas las gentes. Eran personas sencillísimas, sentían miedos, ponían reparos a su compromiso, a la amistad con Jesús. Sin embargo, sus vidas se transformaron con la presencia del Espíritu. El viene personalmente a cada uno,  comparten el mismo regalo gratuito, la misma fuerza. Después cada cual saldrá a vivir su ministerio y hablará un lenguaje propio, único.

Salmo 103, 1-34

“¡Cuántas son tus obras, Señor! Todas las hiciste con sabiduría. Envías tu espíritu, los creas y renuevas la faz de la tierra…”

¡Señor, qué grande eres!, nos creas para que vivamos con plenitud. Nos quieres así. Son grandes tus obras, nos regalas cada día la luz, el aire, el agua,  para hacer  más grata nuestra existencia. Haces brotar la hierba para el ganado y los cultivos con sus frutos para las personas. Has hecho una tierra fecunda para que los seres vivos, todas las personas, podamos alimentarnos y vivir con dignidad, participar de los beneficios de la naturaleza.

También nos has hecho libres y esa libertad, en ocasiones, nos aleja de tu proyecto, se deja llevar por el poder del dinero que adormece nuestro corazón. Se nos olvida que la tierra es de todos, que todos tenemos un hueco en ella. Si nos falta el alimento, si las enfermedades, la incultura, la falta de trabajo…  son seña de identidad de nuestros pueblos. ¿Que hemos hecho con el sueño de Dios?

Todos y todas somos responsables de llevar a plenitud el mundo que Dios ha soñado para nosotros.  El evangelio no será buena noticia hasta que todas las personas vivan con dignidad.

1ª Co 12, 3b-7. 12-13

A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos

Dios ha puesto en nuestros corazones la herramienta principal, su amor, su espíritu. El habita en nuestro corazón, sólo hay que hacer silencio y mirar hacia dentro para descubrirlo. La fuerza está ahí guardada, es la materia prima de nuestros esfuerzos para el beneficio de la humanidad. Entonces, ¿qué hacemos con el corazón cerrado como una caja fuerte?, esto decía la frase de un poster que tenía en mi habitación cuando era joven.

¿Es necesario hacer grandes cosas? Basta con trabajar en lo pequeño, en lo cotidiano, a veces, en lo que menos se ve, con los que menos cuentan. En los cuidados, en generar luz y esperanza en los caminos sin rumbo de muchas personas, animar las comunidades, comprometernos en las asociaciones, practicar el derecho a la democracia, votar con responsabilidad aquello que esté más cerca del evangelio y favorezca a los últimos, …

Trabajar desde nuestras diferencias, desde la variedad de dones, aceptándolos y asumiéndolos. Poniéndolos al servicio de los demás podemos colaborar en hacer posible un mundo mejor, en la construcción del Reino, del bien común.

Jn 20, 19-23

Dos veces se dirige Jesús a sus discípulos con el saludo de la paz.

Hoy fiesta de Pentecostés tal vez sea el momento de tomar más consciencia del encargo que Jesús nos hace. Nos envía al mundo a trabajar por el bien de todos y todas. No estáis solos os acompaña el Espíritu de la paz.

La manifestación de que el espíritu nos habita es ser personas de paz, tener paz, vivir con paz, transmitir-llevar paz.

No es tarea fácil tomar el testigo, nosotros solos no podemos. Por ello, necesitamos la fuerza del Espíritu para que impulse las horas bajas, los momentos duros. Danos fuego para que nuestro corazón se estremezca ante las miserias del mundo, danos la esperanza para empezar cada día de nuevo con la misma alegría, para perdonarnos y perdonar, para mirar hacia delante, para creer en la utopía, para vivir en la confianza de que otro mundo es posible si el Espíritu de  Jesús resucitado está en nosotros.

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