Quitando lepras por el camino

Quitando lepras por el camino

Por: Conchi Ruiz Rodríguez. Grupo Mujeres y Teología. Ciudad Real.

6º Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Padecer lepra en tiempos de Jesús suponía vivir fuera de las fronteras; el leproso era una persona condenada a vivir apartada, marginada, no podía entrar en los pueblos y ciudades, cualquier contacto o acercamiento a los demás era impensable, era motivo de contagio, la gente huía al verlos, los evitaban… Era imposible su curación, estaban condenados a irse consumiendo poco a poco.

En la primera lectura de este domingo vemos cómo efectivamente a los leprosos se les trataba como personas impuras y debían vivir afuera del campamento. Sin embargo el Evangelio de Marcos nos dibuja una escena que nada tiene que ver con lo que antes hemos comentado.

En este caso el leproso se acerca a Jesús y le propone que lo cure. Se acerca a Jesús con humildad pero con atrevimiento. Él quiere salir de esa miseria, del dolor, de la exclusión, la humillación… Quiere volver a la vida y cree que Jesús puede sanarlo, es una salida a su pobre vida, tal vez la única salida. Deposita su confianza en el Señor, lo reconoce como hijo de Dios, como enviado, pues sólo Dios podía curar la lepra.

La respuesta de Jesús es rotunda; extiende la mano y lo toca, se atreve a tocar lo que hasta ahora era intocable, se estremece compadecido, conmovido ante tanta miseria y ante aquel deseo ardiente de curación; y responde sin titubeos: “quiero, queda limpio”. Responde desde la cercanía. Lo sana desde el contacto, quitando distancias y barreras. Es una respuesta transformadora, que rompe con toda la tradición del pueblo judío. Y le devuelve la vida, no sólo la salud física, también le devuelve la dignidad, el reconocimiento propio y ajeno. Es un claro testimonio de la opción preferencial de Jesús por los últimos.

A pesar de las recomendaciones que Jesús le hace (guardar silencio y presentarse al sacerdote para que verifique su curación) el leproso no hace caso, marcha feliz, contento y cuenta a todos y a todas lo que le ha pasado. Es imposible callar algo tan maravilloso y lo publica a los cuatro vientos. Es tan grande su gozo que no puede ocultar la alegría que siente, tiene que compartirla con los demás. Ha encontrado el tesoro del Reino, se siente salvado. Cuando Jesús entra a formar parte de su historia personal su vida se transforma, ya no es como antes.

El texto nos invita a tender puentes y derribar fronteras, a abrir puertas para que entren aquellos y aquellas que están afuera. Nos invita a ser sanadoras y sanadores desde la cercanía, la acogida incondicional, desde el diálogo… A devolver la vida y la dignidad de los que hoy están en los márgenes, acompañarlos.

También es una invitación a entablar ese diálogo personal con Jesús, a que Él forme parte de nuestras vidas, a reconocer nuestras lepras y dejarnos sanar por Él.

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