Una bondad sorprendente

4º Domingo de Cuaresma, Ciclo C

Por: José Antonio Ruiz Cañamares sj

Una bondad sorprendente

Estamos en el año de la misericordia. Está siendo un acierto que nuestro Papa Francisco, actuando a modo de “párroco de toda la Iglesia” como él suele hacer, quiera que los cristianos vivamos con gozo la esencia que más define a nuestro a Dios: que ama con ternura y misericordia.

“Gustad y ved qué bueno es el Señor” nos dice hoy el Salmo 33. Nuestra fe afirma que  Dios es misericordia; sin embargo, cosa distinta es que nosotros lo podamos vivenciar  así desde nuestra experiencia religiosa personal. Me atrevo a afirmar que sólo desde experimentarnos vulnerables, débiles y pecadores podremos sentir y gustar que Dios, precisamente porque tiene entrañas de misericordia, sostiene nuestra vulnerabilidad, fortalece nuestra debilidad y perdona nuestro pecado. Dicho de otra manera, sólo desde la experiencia de saberse pecadores acogidos y perdonados, una y mil veces, podemos afirmar que Dios es misericordia. Sin pasar por aquí, el concepto “misericordia de Dios” queda vacío de contenido.

Del mismo modo que no nos sorprende que a la puesta de sol le suceda el amanecer, llegamos a vivir que tras el pecado viene el perdón. No tendría por qué ser así. Es así porque Dios es misericordia y no se cansa nunca de perdonarnos, como dice el Papa Francisco. Con objetividad habría que afirmar que muchas veces Dios tendría razones sobradas para “mandarnos a paseo”, y sin embargo, nos sigue acogiendo y perdonando. ¿Acaso no nos confesamos casi siempre de lo mismo? De aquí brota la alegría y el agradecimiento de la persona perdonada. Esta es mi experiencia cuando acudo al sacramento de la reconciliación, y es lo que percibo cuando la gente se acerca a mí como sacerdote para confesarse.

Si al hijo que se fue de casa y con su parte de la herencia, al cabo de unos años le preguntasen qué es lo mejor que le ha pasado en su vida, posiblemente respondería diciendo que un día fue un insensato y que se marchó de casa. Quizá, de haber seguido en la casa del padre no hubiese descubierto nunca el tipo de padre que tenía. Pero gracias a su insensatez llegó a conocer a su padre. Así es, el pecado se convierte en lugar de encuentro con Dios. No nos cambian los buenos propósitos (que son cosa loable) sino el agradecimiento a un Dios Padre/Madre que es así de bueno. Siendo Dios tan bueno como es, cómo no vamos a serlo también nosotros.

¿Qué le hace volver al hijo? El recuerdo de tener un padre bueno. “Seguro que como jornalero me admitirá”, se decía en su camino de vuelta. Lo que se encontró superó con creces sus expectativas: Una bondad sorprendente

Podemos tener un peligro los que ya llevamos años, o toda la vida, siendo creyentes. Es creer que ya lo conocemos todo sobre Dios y que no nos va a sorprender. ¡Cuánta ingenuidad si de hecho pensamos así! Dios es misterio de salvación sin fondo. Así vivía  el hijo mayor, que habiendo recibido también la parte de su herencia, porque el reparto fue a partes iguales para los dos, no sabía la calidad humana de su padre. Sólo un Dios tan humano puede ser divino. A eso estamos llamados. Que el Espíritu Santo nos ayude.

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