Bautismo de Jesús. Por: Luis López Hernández.Presbítero. Alicante

Bautismo de Jesús.

 

Textos Litúrgicos:

Is. 42, 1-4. 6-7;
Hch. 10,34-38;
Mc. 7, 1-11

Hace dos semanas celebrábamos el nacimiento de Jesús. Hoy, ya adulto, celebramos el Bautismo. Para nosotros el Bautismo de Jesús sigue siendo especial. Es el momento en que Jesús inicia la andadura de su proyecto; hace realidad, acerca la presencia salvadora de Dios Padre a la vida humana de los hombres. El cielo, que permanecía cerrado, se abre para mostrar su secreto. No se abre para el enfado, la ira o el castigo, se abre para traer el amor de Dios; el Espíritu se posa sobre él y la Palabra de Dios lo confirma: “Este es mi Hijo,  el amado, mi predilecto. Escuchadle”. Lc. 9, 35.

El mensaje del Bautismo es claro

Con Cristo el cielo ha quedado abierto; de Dios solo brota el amor y la paz; podemos vivir con confianza. A pesar de todos nuestros errores e infidelidades, Dios abre su casa y su corazón en Cristo, para todos. La vida cobra otro sentido. Ya no es la historia sucia del hombre pecador, es la historia regalada de la dignidad de los hijos de Dios. El Bautismo de Jesús es el regalo de Dios. En ese Bautismo del Espíritu seremos bautizados, para entrar en la familia de Dios. Con el Bautismo de Jesús se inicia el camino revelado que nos lleva, por medio de Jesús. al encuentro con Dios nuestro Padre.

Para los que vivimos esta fe y este Bautismo de Jesús, al que estamos unidos por nuestro Bautismo, participamos de su vida y de su Espíritu. Con el Bautismo, nuestra vida queda comprometida con el proyecto de Dios, de humanizar la vida con la presencia del Espíritu. Con Él se nos abre el camino hacia Dios. Y en ese camino de seguimiento de Jesús hemos de vivir nuestra vida cristiana. Nuestro Bautismo nos une al Bautismo de Jesús y, en ese Bautismo, está el compromiso de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. Y en el seguimiento de la vida y el ejemplo de Jesús,  está nuestra salvación.  Porque, tanto el Bautismo de Jesús, como el nuestro, no es un Bautismo para la Iglesia, o para una realidad sacramental, sino para la vida. Debemos vivirlo como un acontecimiento y como un testimonio de nuestra fe.

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