Los grupos Vida y Paz en marcha

Por: M. Carmen Martín. Vita et Pax. Madrid

Ya hemos dado inicio al nuevo curso en los grupos Vida y Paz. Hemos recorrido Valencia, de allí fuimos a Alicante, después a Barcelona y, por último, a Ciudad Real. Un paseo por la geografía de nuestro país buscando aquellas personas que quieren ser Vida y Paz de Jesús allí donde viven y con quienes conviven.

Como es nuestra costumbre empezamos el retiro con la oración al Espíritu Santo, entre otras cosas le pedíamos:

* Ven, Espíritu de amor, de ternura, de generosidad, de entrega. Haz arder nuestro corazón en tu santo fuego. Contágianos de tu misericordia. Tú, que eres Padre de los pobres, despójanos, haznos pobres para que sepamos amar. Tú, que eres comunión de Dios, pacifícanos para que vivamos la unidad. Dios-Amor, en este principio de curso, enséñanos a amar.

El título del retiro venía dado por las tres señas de identidad que se nos han regalado en el Bautismo: todos participamos del triple oficio -sacerdotal, profético y real- de Jesucristo. Somos sacerdotes, profetas y reyes.

En relación a nuestro sacerdocio bautismal decíamos: somos sacerdotes cuando ofrecemos a Dios nuestro día, cuando estamos en nuestro trabajo cotidiano o en el descanso. Cuando ofrecemos nuestro cuerpo sumido en el placer, la enfermedad o la vitalidad. Cuando nos esforzamos por hacer las cosas bien, sin ser nosotros el centro, buscando lo mejor para el bien común… Esto es desafiante porque lo más fácil es vivir siguiendo rutinas y costumbres, con el “piloto automático” puesto y dejándonos llevar por lo de siempre. Pero cuando nos proponemos vivir nuestro sacerdocio de manera consciente, consagrando a Dios todo cuanto somos y tocamos, la vida adquiere una hondura y una intensidad insospechadas; entonces vivimos el momento en plenitud. Nos esforzamos más, sí, pero también somos más felices. Somos adoradores de Dios en el ‘templo’ que es nuestra casa, la calle, el mercado, el lugar de trabajo…

En cuanto a nuestro ser profetas compartíamos que el don de profecía es el de comunicar a Dios. El profeta, en el contexto cristiano, no es aquel que predice el futuro sino que “ilumina las situaciones de crisis de la comunidad”. Aunque ciertamente resulte incómodo, los profetas son los críticos, los interpelantes, los inconformistas, hombres y mujeres del Espíritu que se enfrentan a la injusticia.

Poner el dedo en la llaga de los problemas sociales, políticos y económicos de nuestro mundo nos obliga a romper el cerco de la privacidad de la fe para comprender su dimensión social. No podemos permanecer neutrales porque Dios no es neutral, es el comprometido, el cercano, el preocupado, le importamos y le importan especialmente los más indefensos. A Dios se le inclina el corazón hacia el sufrimiento de sus hijos e hijas, los lleva en la niña de sus ojos y nos contagia su manera de mirar, su pasión por el mundo (Lc 4,16-21).

Por último nuestro oficio real tiene mucho que ver con el mandato bíblico dirigido al ser humano de gobernar el mundo, participando del poder de Dios creador del universo. Dios coloca al hombre y a la mujer frente a su responsabilidad, encomendándoles el cuidado del mundo y cuanto hay en él. Cristo, como rey y Señor del Universo, es el modelo de gobierno desde el servicio. Nos toca ocuparnos de los asuntos seculares (LG31), ejerciendo una profesión secular, haciendo brotar el Reino de Dios mediante la gestión de los asuntos temporales, ser capaces de establecer las prioridades del Reino en medio de las ocupaciones del mundo, en la vida familiar y social. La “índole secular” es “propia y peculiar” de los laicos: por tanto, sigue vigente la imagen del fermento en la masa.

Concluíamos diciendo: Somos sacerdotes, profetas, reyes. La adultez laical que reclama el s. XXI, no sólo implica la madurez en la experiencia de fe sino que reclama también madurez en las funciones encomendadas. Insertos en el mundo, lugar de gloria para Dios, estamos llamados a ser testigos e instrumentos, es decir, a dar gratis lo que hemos recibido gratis.

Tuvimos espacios de silencio, de reflexión, de compartir, de animarnos en la fe… Nos motivábamos mutuamente a emprender el curso con energía, con ilusión, con esperanza y con responsabilidad. Y, al final, terminamos con una bendición: Os deseo al comienzo de este curso: que el Buen Dios os mire y os envuelva. Que el Buen Dios os alegre el corazón. Que el Buen Dios os llene de paz y de alegría. Que el Buen Dios os dé sabiduría para entender la vida como entrega. Que el Buen Dios os dé novedad para hacer de cada día algo nuevo, no una triste rutina… Amén.

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