Retiro de Adviento 2011 – Oyentes de la Palabra

Oyentes de la palabra

Por: Maricarmen  Martín

La espera es la actitud a la que el tiempo de Adviento nos invita continuamente. Ésta nos genera una tensión sana. Quien espera no mata el tiempo de puro aburrimiento, aspira a una meta. Tenemos algo-Alguien que aguardar. Aguardar ensancha el corazón porque cuando aguardo, advierto que no me basto a mí misma. Mientras esperamos el corazón se extiende hacia lo que espera. Nos damos cuenta de ello cuando esperamos a un amigo o amiga, a cada minuto miramos el reloj para saber si es ya o no la hora de que venga.

En Adviento no esperamos sólo nosotras; también Dios nos espera. Este tiempo pretende invitarnos a ensanchar el corazón en la espera y a animarnos por nuestra condición de esperadas. Con este ánimo nos proponemos ser “personas oyentes de la Palabra” y, al igual que María, quedar fecundadas por la Palabra y dar al mundo al Salvador.

Y esperamos hoy, en un contexto social, político y religioso concreto. Basta leer el periódico, escuchar la radio, bucear en Internet, ver la televisión, prestar atención a los vecinos, amigos o familiares… para tomar conciencia de ello. La situación no la deberíamos echar en saco roto, a pesar de que nos desazone. Su olvido convierte en cínica nuestra espera. Tenerla presente nos desplaza del terreno de nuestros discursos al de nuestras prácticas y nos hace merecedoras de la bienaventuranza de Jesús (Lc 11,27-28).

De las personas que no tienen trabajo, de los pueblos que se mueren de hambre, de los ancianos o enfermos en soledad, de los emigrantes que llegan a nuestras costas, de las gentes pisoteadas y excluidas, de los que trabajan por conseguir la paz… se podrían decir aquellas mismas palabras de la Escritura con las que el Evangelio se refirió a Jesús “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular” (Mt 21,42). Cómo haremos para que el Adviento sea una Buena Noticia también para ellos y ellas.

De todo el contexto social, político y religioso en el que vivimos, qué personas o grupos  voy a tener presentes, de manera especial, para que este Adviento pueda ser una Buena Noticia también para ellos y ellas.

1. LA ESPIRITUALIDAD DE LA PALABRA

Podría dar la impresión de que los nuestros no son tiempos propicios para la espiritualidad; pero sería una impresión engañosa. En medio del ruido de las ciudades, de lo cambiante de una sociedad que considera pasado de moda lo vivido ayer, de la crisis económica y de valores que nos envuelve… resulta que las búsquedas espirituales brotan, aquí y allá, con una sorprendente abundancia y una gran variedad.

No, los nuestros no son malos tiempos para la espiritualidad. La espiritualidad no tiene límites fijos porque desde antiguo se sabe que el soplo del Espíritu es libre como el viento. También la Palabra posee su propia espiritualidad. La Biblia es el segundo libro de Dios que, junto con el libro de la Vida, nos permite discernir dónde está Dios, cómo es y cuál es su Palabra para nosotras. Debemos escuchar la Palabra de Dios con un oído en la Biblia y otro en la realidad donde vivimos.

La espiritualidad bíblica se encuentra más allá de la simple letra escrita. Depende de ella, pero está en otro horizonte. Por eso, es preciso habituarse a releer los textos en sus raíces, en sus trasfondos, en su capacidad de sugerencia, en ese terreno de la libertad donde nos lleva el Espíritu… Las palabras de la Palabra resuenan en el fondo. Hay que apuntar ahí. Si las situamos en la superficie, las palabras se vacían de contenido, son meros fonemas. Mirar al fondo es contemplar, asomarse a ese abismo de sombras y de luz es encontrarse con la propia verdad. En el fondo de todo texto bíblico, por extraño o por inquietante que pueda parecer, hay un nódulo de buena nueva- de Evangelio- esperando a ser desenterrado. Tarea grande pero posible. Al menos, podemos intentarlo en este tiempo de Adviento.

Es verdad, este tiempo de Adviento es privilegiado para adentrarnos en la Palabra. Y María es un buen ejemplo para ello. A María se la refleja habitualmente sola, leyendo sosegadamente, cuando el ángel Gabriel irrumpe en su vida. No nos podemos imaginar la Anunciación ocurriendo durante el transcurso de un gran botellón. Se requiere silencio. Volver a aprender a estar en silencio. El silencio puede ser inquietante. Una nunca sabe lo que puede oír. La Palabra emerge del silencio. Es importante acallar la cháchara interior dentro de nuestra vida cotidiana.

Contemplo a María, la mujer “oyente de la Palabra”, su gran libertad para la escucha  y cómo esa Palabra le cambió la vida

Después del silencio, abstenernos de proceder a un interrogatorio inmediato, como si pudiéramos, por la fuerza y demasiado rápido, apropiarnos de su mensaje. Existe una escucha pasiva que nos abre a la posibilidad de quedar fecundadas y fecundados por la Palabra como María. De modo que tenemos que permanecer sin más junto al texto, descansar en su presencia, no tratar de comprenderlo con demasiado empeño. Recibimos la Palabra con una hospitalidad tranquila, como un huésped al que hacemos los honores.

Por último, la Palabra siempre espera respuesta. En el Antiguo Testamento, la respuesta habitual suele ser una palabra hebrea, Hineni, “Heme aquí”. Al decir Hineni, el interlocutor acepta la responsabilidad respecto de sí mismo y de la labor que Dios le encomienda. Es arriesgado responderle a Dios “Heme aquí”. No sabemos adónde puede llevarnos la conversación con Dios. María finalmente responde: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”. Este es su Hineni.

Nuestro reto es oír la Palabra de Dios y continuar diciendo “¡Heme aquí!”. Seguimos descubriendo quiénes somos en la relación con Dios. Este descubrimiento no se detiene. María está inmersa en la tranquila historia de su vida, esperando su matrimonio con José y las dichas de la vida hogareña cuando, de repente, se ve envuelta en una historia mucho más amplia, que se remonta al rey David y se prolonga en dirección al Reino. Si respondemos diciendo: “Heme aquí” ala Palabra, en este Adviento del año 2011, también la historia de nuestras vidas seguirá siendo transformada.

Cómo es mi manera de acercarme a la Palabra. Qué transformaciones percibo que la Palabra ha ido haciendo en mí

Y respondemos Hineni, desde nuestra cotidianidad. La realidad cotidiana es nuestra zarza ardiente, el lugar donde el Espíritu se nos manifiesta y donde nos espera, y nos vamos descalzando cuando aprendemos a estar en ella comprometidas en su humanización, cuando la vivimos en clave de donación y gratuidad. La Palabra ha de ser, entonces, instancia real de iluminación de esta vida cotidiana. Palabra para el discernimiento, para el análisis grupal, familiar y personal. Argumento que ilumine, tanto, al menos, como otros argumentos o escritos que manejamos. La Palabra ha de ser estilete acerado que pinche en nuestras contradicciones vitales, amparo amable que cure nuestros desgarros, consuelo y gozo que aumente nuestro disfrute.

Cómo ilumina la Palabra las situaciones difíciles por las que atraviesa mi familia o grupos a los que pertenezco

Quien oyere la Palabra y no le naciera desde lo profundo la certidumbre de saberse privilegiada por el ofrecimiento de un gran don, de ser amada en la evidencia de haber sido llamada a la aventura de vivir, de creer que esa aventura está iluminada por el mismo Dios en su Palabra… no habría oído bien. Quien oyere la Palabra y no experimentara que su desamparo vital mengua, que las nieblas de sus indecisiones se diluyen, que el ánimo surge modesto pero imparable… no habría oído bien.

Para vibrar de esta manera ante el texto bíblico se precisa tener sed y hambre. La desgana hace que el alimento de la Palabra sea soso, que ya seamos personas “satisfechas” y que el agua de sus manantiales resulte rutinario. Pero si se tiene sed, si “arde el corazón” como lo hacía en el interior de aquella pareja de Emaús, si escuecen los labios y el alma como le ocurrió a Ezequiel… es entonces cuando hay posibilidad de sumergirse en el mundo de la espiritualidad bíblica.

Abstenerse las personas desencantadas, saciadas, satisfechas, cansadas. La Palabra y su espiritualidad es para personas que tienen activado el amor y el deseo, el anhelo y la búsqueda. Es para personas de ojos abiertos, de mirada incansable, preguntona y profundizadora de la realidad. La Palabra convoca al diálogo, a la pregunta, a la colaboración, al encuentro. Es una Palabra para vivir con espíritu, con alma, con entrega. La Palabra nos remueve por dentro, nos alienta, afianza los lazos comunes para contribuir a la empresa fraterna de vivir en grupo, en familia, el seguimiento de Jesús.

Hago un compromiso concreto de acercarme a la Palabra, asiduamente, en este Adviento

2. Y LA PALABRA SE HIZO CARNE

La Palabra toma el camino de la humanidad, se hace tierra fértil: posibilitadora de todo lo que existe, discreta acrecentadora de la vida. Crea y se retira para dejarnos ser. El “sí”  de María, su Hineni, abre las puertas a la humanidad compasiva de Dios. En la noche, en el silencio, la Palabra se hizo carne superando toda expectativa, toda razón. “Carne” en el lenguaje bíblico significa el ser humano en su condición débil y mortal. Con esta breve frase recoge Juan el tema del anonadamiento que Pablo desarrolla en el Capítulo 2 de Filipenses.

No vino como luchador, sino como niño; no vino armado, sino desarmado, como un infans entregado y abandonado a nuestras manos. In-fans, significa “el que no habla”. La Palabra enmudece. El que tiene todo el poder y el honor se muestra despojado de poderes y de honores. Es increíble que la pequeñez y la vulnerabilidad sean las tarjetas de visita de Dios. La Navidad es el memorial de esta verdad, que una y otra vez se nos olvida. No nos tiende la mano desde arriba, sino que se muestra necesitado desde abajo. Nos ayuda desde la debilidad.

Medito Flp 2,1-11: cuál es mi tarjeta de visita

“Puso su morada entre nosotros” (Jn 1,14), esta bella imagen está tomada del Antiguo Testamento. En el Éxodo se dice que “tomó Moisés la tienda y la plantó para él a cierta distancia, fuera del campamento y la llamó Tienda del Encuentro” (33,7). Para los israelitas la tienda fue muy importante durante la travesía del desierto hacia la tierra prometida. La sombra de esa carpa daba reposo, sentido y ánimo a la larga marcha. La presencia de la tienda cambiaba lo que esa experiencia tenía de árido y la convirtió en lugar de encuentro con Dios.

Para Juan la carne que asume la Palabra es la tienda del nuevo encuentro. A reunirnos en ella estamos convocadas, ser discípula de Jesús es vivir, creer y esperar bajo esa carpa. Una carpa bien iluminada porque sólo la Palabra es “la luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Jn 1,9). Al igual que el pueblo de Israel estamos invitadas a acudir a esa carpa en nuestra propia travesía por la vida.

En esta carpa somos iniciadas a un nuevo encuentro con Jesús; a percibir el tiempo de un modo diferente, más cordial, a nombrar y acompañar el tiempo que nos toca vivir, a habitar con intensidad la segunda, la tercera o la cuarta etapa de nuestra vida. Cada momento esconde su perla, y es muy hermoso poder llegar a descubrirla. Necesitamos recuperar la fuerza del hoy de Dios para con nosotras, sentir y poder reconocer el tiempo de su venida. Sus pasos los percibimos mientras llega y cuando ya ha pasado y la historia, y nuestra historia, es el rumor de esos pasos.

Medito Jn 1, 1-18, reposo y tomo aliento junto a esta nueva carpa porque… “de su plenitud hemos recibido todas”

Y nació en Belén, “pequeña entre las aldeas de Judá” (Miq 5,1), rodeado de pastores y animales. Un nacimiento con olor a estiércol porque hasta un establo habían llegado sus padres después de tocar inútilmente muchas puertas en el pueblo. Allí en la marginalidad, la Palabra se hace historia, debilidad y solidaridad; pero también podemos añadir que, por eso mismo, la historia, nuestra historia universal y personal, se hace Palabra.

Desgraciadamente, en nuestras sociedades y en sus estructuras sigue sin haber lugar para aquellos que más lo necesitan. Las personas que vienen buscando la vida en medio de nosotras carecen de lo necesario para sobrevivir; y, sin embargo, ellos son la estrella que nos conduce hasta el Niño, una luz tan potente que es increíble nos cueste tanto seguirla. Dios nos invita a mirar la realidad, a recibirla, desde aquellos que no tienen sitio, para los que no hay lugar en la posada.

Las Marías y Josés de nuestro tiempo no se acercan al establo, pues han estado siempre allí, y quien se acerca al Niño se acerca a ellos, que están sumergidos en su luz. Sea cual sea el tipo de pobreza que marca la vida de las personas, esta carencia les empuja hacia el establo, y quien se acerca a ellos se acerca al Niño aún sin saberlo.

En la presencia de este Niño todo es aceptado, todo encuentra su sitio. Nada se rechaza. Lo sucio y lo que no cuenta, lo despreciable, lo mal mirado, pierde su aspecto desagradable y se unge de calidez y suavidad. Todo queda transformado por el fulgor de la luz que emerge desde dentro, y hay mucho más espacio del que podríamos llegar a imaginar, y mucha dignidad y mucha belleza.

El Adviento es una invitación honda a hacernos puro sitio, pura capacidad, a estar profundamente abiertas, sin mostrar resistencias, en una creciente receptividad; y que la vida entera sea pesebre, cueva, espacio sin fondo donde acoger el desplegarse de una misma y de los otros y otras. Sólo así podemos responder a la pregunta que nos hacíamos al principio. Cómo haremos para que el Adviento sea una Buena Noticia también para ellos y ellas, cuando nuestra vida entera se haga pesebre.

Qué personas o situaciones, que me cuestan,  me comprometo a dar pasos para acoger en este Adviento

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