Un nuevo año litúrgico: escuela de fe y espiritualidad de la Iglesia

Por: D. Cornelio Urtasun

 La llegada de un nuevo año es siempre recibida con alegría. Un nuevo año litúrgico supone un año más de Vida en nosotros de Jesús que vive, crece y se desarrolla en cada uno. Un año más de avanzar con paso decidido hacia la total madurez en Cristo, un colmarnos de la medida de Cristo, un despegarnos del destierro y un acercarnos a la Patria; un separarnos más y más de las sombras y un aproximarnos decidido al reino de la Paz y de la Luz.

Un nuevo año litúrgico quiere decir para nosotros: seguir creciendo en Aquel que es nuestra cabeza. Hacernos cada día más cortados al patrón del Unigénito del Padre, que volverá a nacer en nosotros para transformar este pobre cuerpo en su cuerpo resplandeciente. Y como sarmientos vivos seguir chupando del jugo de la Vid que es Cristo que vino a este mundo para traernos la VIDA, torrenteras de ella.

Contemplar y colaborar en la formación y crecimiento de Jesucristo en nosotros; un vivir cada vez más vigorosamente de su VIDA; un llenarnos más y más de la Luz; un disponernos a ser transparentes como el cristal para que su LUZ brille a través de nosotros.

Un vivir escondidos con Cristo, zambullidos con Cristo en Dios, esperándolo todo sin pedir nada, dando lugar a que el Paracleto, que sabe como nadie nuestra necesidad, ore por nosotros en el silencio de nuestras almas y que le dejan mano libre para que actúe.

¡Cómo, pues, dejar de mirar con cariño al nuevo año que se nos presenta, con ánimo esperanzado, seguros de que nuestro Buen Padre Dios nos los manda para buscar nuestro bien, solo nuestro bien y todo nuestro bien!

Puede que algún lector rebaje el tono optimista de este comentario, pero la Iglesia sabe de nuestras debilidades, del barro que estamos formados y sabe también mucho de nuestra buena voluntad. Y sabedora de todo, comprensiva y maternal, viene cada año a animar nuestro desaliento, a robustecer nuestra esperanza, a inyectar una oleada de optimismo en más de un ánimo decaído. Ella, no en vano, participa de la paciencia y de la misericordia del que es el Dios de la esperanza y espera, espera a que lo no hecho hoy se hará mañana y lo que no se alcanzó en el año anterior se obtendrá en el que sigue inmediatamente o en los que seguirán después…

Y olvidándolo todo, echando un velo sobre el pasado, vuelve a brindarnos como solución de todos nuestros males, al que ha de venir y no se hará esperar… y nos zambulle en medio del

A D V I E N T O

El que hace XXI siglos naciera de la Virgen María, el que al fin de los tiempos vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, se dispone nuevamente a nacer en nosotros. Basta de lamentos, basta de pesimismos. Viene Jesucristo, vamos a su encuentro:

“Todos los sedientos venid a las aguas;

buscad al Señor mientras puede ser encontrado. Aleluya”.

“He aquí que vendrá el gran Profeta,

y El mismo renovará a Jerusalén. Aleluya”.

¡Oh eterno y dichoso mensaje del Adviento! siempre igual y siempre nuevo eternamente, en la sublime realidad de la venida de Jesucristo que promete la eficacia santificadora que esa venida tendrá.

Viene de nuevo el Señor. ¿Qué mensaje mejor nos podía mandar que este anuncio de la venida del Señor?:

¡Ven Señor Jesús!

a enderezar tantos caminos tortuosos;

a purificar tantas intenciones desleales;

a calmar este mundo tan necesitado de justicia y de paz, porque hay tanta guerra;

a calmar el hambre de pan y de Vida… a saciar la sed de Dios;

a aumentar en nosotros el espíritu de filiación,

a enseñarnos el camino de la humildad y del Amor, en el cumplimiento del deber de cada día.

Para que vivamos de tu VIDA.

¡VEN, SEÑOR JESÚS, VEN!

Comenzamos un nuevo año, un año más de enseñanza y de adoctrinamiento en la Escuela de Jesucristo. Aprovechemos esta gran misericordia de nuestro Buen Padre Dios que, nuevamente, nos manda a su Hijo en la Navidad que se acerca. Paso libre al optimismo, a la esperanza. Y en el corazón la súplica:

¡VEN SEÑOR, NO TARDES MÁS!

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