Y vino Jesús a prender fuego en el mundo

Domingo 20º del T.O., Ciclo C

Por: Dionilo Sánchez Lucas. Seglar de Ciudad Real.

Hace dos mil años consideró Dios la necesidad de hacerse hombre y encarnarse en el mundo, debió pensar que era el momento de acelerar y hacer realidad su verdadero encuentro con la humanidad. Ya llevaba mucho tiempo el hombre habitando la tierra, aunque acompañado por los ojos de Dios, y debía estar apartándose de la imagen y semejanza del creador.

En el mundo habitaban los ricos y poderosos, que acumulaban riqueza y poder, mientras había cada vez más pobres que apenas podían sostener su vida, al mismo tiempo que otros eran explotados, soportando condiciones indignas de trabajo y vida.

Las relaciones entre los hombres no eran fraternas, había entre ellos guerras, rencores e iras, que provocaban la muerte.

Del mundo se apoderaba la falsedad, la mentira y la desconfianza, menoscabándose la fidelidad y búsqueda de la verdad.

Los corazones de los hombres se endurecían, aumentando la soberbia y la envidia, faltando la humildad y sencillez.

El hombre ve en el otro a un enemigo, lo juzga y lo condena, se olvida que el otro es su hermano, necesitado de misericordia y comprensión.

Le debió parecer a nuestro Creador que se estaba apoderando de los hombres el poder destructor del pecado que hay dentro de nosotros e irrumpió con su mayor manifestación de amor, haciéndose como uno de nosotros en la persona de su Hijo Jesús.

Y vino Jesús “a prender fuego en el mundo”, a propagar la presencia del Reino de Dios en la tierra, con su pasión de amor al Padre y a toda la humanidad, especialmente por los más pobres.

Nos enseña el camino con su palabra; nos revela la fuerza del Reino de Dios a través de curaciones, signos, etc., y se hace presente en las realidades difíciles y concretas de las personas acuciadas por el pecado, la enfermedad o la pobreza. Escoge a un grupo de hombres y mujeres para que mantengan viva la llama.

Jesús y su Reino anunciado también son motivo de rechazo y controversia, en primer lugar para las autoridades políticas y religiosas que no quieren que las cosas cambien; para el pueblo que sólo cree en Él mientras hace milagros; para sus seguidores sobrecogidos por el miedo.

Pero Jesús conocedor del amor de Dios al hombre aviva las llamas del fuego en su entrega y en su cruz, y nos llama a seguirlo, aunque ello suponga para nosotros ruptura e incomprensión de familia y amigos, no quiere que nos quedemos en paz hasta que el amor irrumpa definitivamente, pero nos ofrece su fuerza para mantener el fuego.

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