II Domingo de Adviento.
Por: Dionilo Sánchez Lucas. Laico. Ciudad Real
Textos Litúrgicos:
Is 11, 1-10
Sal 71
Rm 15, 4-9
Mt 3, 1-12
“Con Él llegara el amor impregnado
de verdad, justicia y paz.”
En cada uno de nosotros comienza la esperanza, es el momento de preparar nuestros corazones, de abrir nuestros ojos para recibir la luz y elevar nuestras manos en señal de gratitud, porque algo nuevo va a brotar y debemos notarlo y sentirlo.
Está cerca el día en el que la raíz de Jesé será elevada como enseña de los pueblos, está cerca el día en el que Jesús nacerá entre nosotros, está cerca el día en el que llegará la luz, está cerca el día en el que reinará el amor, está cerca el día en que prevalecerá la justicia, está cerca el día en el que todos gocemos de paz.
Viene el día que morará en nosotros el Espíritu del Señor. Un espíritu que nos trae la sabiduría, el conocimiento, la verdad, libertad, fortaleza, responsabilidad. Se aproxima el tiempo de la justicia, de la liberación de los oprimidos, de la saciedad para los que tienen hambre y sed, de ensalzar a los humildes y sencillos. La disposición para acercarnos al otro, de consolar a los que lloran, de ser misericordiosos con quienes erraron y piden perdón.
También es el tiempo de juzgar y condenar a los ricos que atesoran riquezas explotando a hombres y mujeres, así como aquellos que se aprovechan y explotan los bienes naturales y viven de la usura. Es el tiempo de oponerse a dictadores y tiranos que oprimen al pueblo, que prohíben la libertad y persiguen a quienes piensan diferente y manifiestan su oposición. Es el tiempo de despreciar a los constructores de armas, a los que inician las guerras, a los que matan y arrasan a los pueblos.
Él librará al pobre que pasa hambre, a los niños que no pueden ir a la escuela, a las personas cautivas del excesivo consumo y las adicciones, a las personas víctimas de trata, al extranjero rechazado, al enfermo sufriente de dolor y soledad.
Con Él llegará la esperanza para quienes han perdido a sus hijos por la violencia y la guerra, para los perseguidos por reivindicar la justicia, para los presos sin causa justa, para las mujeres maltratadas y explotadas, para los migrantes que buscan vivir con dignidad, para quienes no tienen vivienda o han visto arrasadas sus casas.
Con Él llegará la paz, llegará el alimento para la vida, el compartir los bienes para evitar el hambre, el acompañamiento personal para que nadie se sienta en soledad, la alegría de vivir. Con Él llegara el amor impregnado de verdad, justicia y paz.
Mientras llega ese día, debemos preparar el camino del Señor. Cada uno debe poner la piedra más adecuada, aunque sea pequeña. Nos alimentamos sin ostentar opulencia y menos derroche. Nos vestimos con sencillez, sin acumular, sin buscar apariencia, corresponsables con el medioambiente y las personas. Nos damos, entregamos, acompañamos, aceptamos, compartimos con las personas más cercanas, nuestra familia, nuestra comunidad de vida y parroquial. Hablamos y actuamos en defensa de los más pobres, de los vulnerables. Acogemos al forastero para que encuentre su dignidad. Procuramos el bien común y la lucha por la justicia. Clamamos por la defensa de la vida y búsqueda de la paz.
Dejemos espacio en nuestra vida para escuchar la voz que nos llama a la conversión, dispongámonos a recibir el Espíritu de Dios, vislumbremos el Reino de los Cielos que llegará para toda la humanidad.


