XXIII Domingo del TO
Por: Anna Lithgow. I.S. Hdad de Operarias Evangélicas. Salamanca
Textos Litúrgicos:
Sab 9, 13-18
Sal 89
Flm 9-10. 12-17
Lc 14, 25-33
“Sé de Quien me he fiado”
Cuantas veces leyendo este texto del Evangelio de Lucas no nos hemos preguntado ¿cómo puede Dios querer que abandonemos a nuestra familia, a nuestros amigos e incluso a nosotros mismos para ser sus discípulos?
Mirar nuestra reliadad (Gaza, Ucrania, Siria, Sierra Leona, etc…) nos permite ver este texto desde otro ángulo, eso que llamamos familia, amigos pueden ser los miembros de una nación, de un pueblo, de un clan …
Entonces, quizás haya que preguntarse de qué abandono habla Jesús. No habla de un abandono que supone olvido, ni un abandono que supone despreocuparse de los otros, creo que de lo que habla es de no poner toda nuestra vida, nuestras esperanzas en lo finito, en lo efímero, en lo que no perdura, en mis preferencias o predilecciones.
Solamente si somos capaces de “abandonarnos” en Dios, en hacer realidad el “sé de quien me he fiado”, entonces seremos discípulos y podremos asumir la radicalidad del Evangelio, del seguimiento hasta la cruz. Eso no es posible si nuestra mirada está anclada en la familia, en los amigos, en mí mismo, no porque sea malo, en sí mismo, sino porque pone límites a la entrega, pone por delante del bien común, el bien individual, los proyectos propios antes que los proyectos comunes.
En estos momentos tan duros de violencia, de guerra, vemos cómo algunos, en nombre de su fe, ponen sus intereses por delante de la vida de inocentes, de los derechos humanos más elementales. El discípulo, el seguidor de Jesús no puede aceptar estos criterios porque seguir a Jesús es radicalidad absoluta en el amor, incluso a nuestros enemigos.