Domingo XXI del TO
Por: Ines Escobar Calle. I.S. Hogar de Nazaret. Badajoz
Textos Litúrgicos:
Jos 24, 1-2.15-17.18
Sal 33
Ef 5, 21-32
Jn 6, 60-69
“¿A Dónde Iremos?”
¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 60-69
La fe es un Don de Dios para el hombre, y por esta fe recibida, pongámonos incondicionalmente a la escucha y al servicio de Dios, viviendo en intima comunión con Él y en entrega decidida a nuestro prójimo.
Las tres lecturas bíblicas de este vigésimo segundo domingo del Tiempo Ordinario están centradas en la voluntad de Dios manifestada en su Palabra y su ley de santidad, justicia y salvación. La cuestión de Jesús sobre el pan de vida, acaba con una gran crisis entre sus seguidores, a muchos de ellos estas palabras le parecen inadmisibles, pues Jesús no solo huye de ser nombrado rey sino de habitar en cada uno de ellos, en una comunión de vida.
Jesús se presenta como el amor autentico; en él, hombre como nosotros, “habita corporalmente toda la plenitud de la vida de Dios” (Col 2,9). Esto es lo que algunos no creen, y la mención a quien lo iba a entregar es una mirada a la cruz, pues solo desde la cruz y desde la resurrección podemos comprender lo que significa comulgar con Jesús, con su cuerpo y con su sangre.
Jesús manifiesta corporalmente el amor de Dios, él no es una teoría, ni una doctrina, ni un personaje al que admirar. Él es el amor que nos enseña a amar, es el amor que se entrega y nos lleva y nos llama a la entrega y al servicio con su ejemplo de vida.
Es una comunión de espíritu y de vida que nos lleva a un amor de entrega, a un amor esponsal. Es un amor que hace matrimonio y familia, que construye comunidad, que rompe perjuicios, y nos hace familia, la gran familia de Dios. Todos estamos llamados a vivir este amor esponsal de entrega, comulgando con Jesús y su pregunta es para todos: ¿También vosotros queréis marcharos? Jesús nos pide autenticidad, una simple intención de amor autentico.
En las lecturas de hoy se comprueba lo duro que resultó el mensaje del Señor, al que estaban dispuestos a proclamar como rey. Sin embargo, su predicación desilusionó a la multitud que lo buscaban por tierra y mar y, hasta muchos de los que se consideraban discípulos se echaron atrás. En tales circunstancias formuló a los apóstoles una pregunta: “¿También vosotros os queréis marchar? Preguntemos en estos momentos ¿queremos seguir a Jesús?, ¿que nos impide hacerlo?, o ¿por qué queremos seguir con El, a que me puedo comprometer?
La respuesta de Pedro, adelantándose a los demás, fue tajante: “Señor, ¿a dónde iremos? Tú tienes palabra de vida eterna, nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios.
Jesús no retiene a su lado a sus amigos, muchos le han tratado y luego se alejaron de El porque lo que ofrece no tiene nada que ver con el poder, la fama, el triunfo y el dinero. Dice a los más íntimos: Vosotros ¿queréis marcharos también? Y Pedro le contesto: ¿A dónde iremos? En Ti hemos encontrado la ilusión y vida. Y se quedaron con El.
Como es nuestra relación con Dios, con todo lo que significa el vínculo con la persona y divinidad de Jesús. Hemos de clarificar nuestra relación con Jesús en nuestra vida de creyentes y cristianos en estos momentos, desde la profundización en la Palabra, hemos de clarificarnos y decidirnos a un seguimiento a Jesús desde su mensaje de amor y servicio a todos desde el Amor de Dios. Pero existe un solo camino, aunque sean múltiples los modos de recorrerlo, desde nuestra libertad y a la vez condicionados por la elección del recorrido para llegar al término. Es de libre elección y se opta por recorrerlo personalmente. La fe es necesaria para el crecimiento de la comunidad, porque de otro modo sufriríamos personalmente.
El gentío y hasta muchos de sus discípulos quedaron desconcertados y murmuraban: “Este modo de hablar es duro, ¿Quién puede hacerle caso? Les había dicho que el pan de Dios es el mismo Jesucristo que se encarna y da la vida al mundo. Por si todavía albergaban alguna duda aclaró: “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre y el que crea en mí no tendrá nunca sed”.
Jesús siguió adelante: el Hijo de Dios, hecho verdaderamente hombre, subirá a donde estaba antes. La crudeza del mensaje alejo de él a muchos, tanto fue así, que Jesús dirigió también la pregunta, a los más íntimos, a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Quien, hasta entonces se veía rodeado de multitudes, le quedaban ante sí unos pocos. ¡ Qué tristeza!
Imaginemos por un momento la escena y hasta el tono en el que Jesús formuló su pregunta. Es el interrogante de Jesús que se repite a lo largo de la civilización cristiana y, por supuesto en nuestra actualidad. Aceptemos que son millones de cristianos a quienes le resulta dura la plena enseñanza del Maestro. Pero Él jamás la rebajó, sino por el contrario mostró que es la única manera de seguirle y alcanzar la salvación. La respuesta de Pedro nos da la clave: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabra de vida eterna, nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.
La Eucaristía no se celebra desde la memoria del pasado solamente: la muerte de Jesús en la cruz. Es también un sacramento escatológico que adelanta la vida que nos espera tras la muerte. Esto es lo admirable de la eucaristía. Jesús pues pide a sus discípulos, a los que le quedan, si están dispuestos a llegar hasta el final, a estar con El siempre, más allá de esta vida. E incluso les da la oportunidad de poderse marchar libremente. Las palabras de Pedro, que son una confesión de fe en toda regla, descubren la verdadera respuesta cristiana: ¿A dónde iremos? ¡Tú tienes palabra de vida eterna! Todo esto acontece en la eucaristía cuando se celebra como mimesis -imitación- real y verdadera de lo que Jesús quiere entregar a los suyos, por ello es un pacto de la vida eterna.
Fijémonos, Pedro no dice ¿Dónde iremos? Sino ¿a quién iremos? El problema de fondo no es ir y abandonar la obra emprendida, sino a quien ir. De esa pregunta de Pedro, comprendemos que la fidelidad a Dios es una cuestión de fidelidad a una persona, a la cual nos adherimos para recorrer juntos un mismo camino, y esta persona es Jesús. Todo lo que tenemos en el mundo no sacia nuestra hambre de infinito. ¡Tenemos necesidad de Jesús, de estar con Él, de alimentarnos en su mesa, con sus palabras de vida eterna! Creer en Jesús significa hacer de Él el centro, el sentido de nuestra vida. Cristo no es un elemento accesorio: es el pan vivo, el alimento indispensable.
Adherirse a Él, en una verdadera relación de fe y amor, no significa estar encadenados, sino ser profundamente libres, siempre en camino.
Cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Quién es Jesús para mí? ¿Es un nombre, una idea, es solamente un personaje histórico? O ¿es verdaderamente esa persona que ama, que ha dado su vida por mí y camina conmigo? Para ti, ¿Quién es Jesús?
Responder desde vuestro corazón y permaneced en Camino… ¡Señor eres Tú el que verdaderamente llena de sentido nuestra vida a pesar de tantas dificultades! ¡Ánimo y adelante!