Domingo XVIII del TO
Por: Josefina Oller. IS. Vita et Pax. Guatemala
Textos Litúrgicos:
Ex 16, 2-4, 12-15
Sal 77
Ef 4, 17.20-24
Jn 6, 24-35
Del Alimento Natural Al Pan De Vida
Durante la semana que ha pasado, hemos podido tener presente el gran milagro de la multiplicación de los panes y peces. Cosa admirable. Sin lugar a dudas lo fue para aquella multitud entusiasmada y que no esperaba de Él el compasivo detalle de darles de comer. Podemos imaginar los comentarios que surgieron entre todos, las reflexiones y la conclusión: “ciertamente este es el profeta que había de venir”. Reacción: “vayamos en su busca y lo proclamaremos rey”.
Pero Jesús -que sabía muy bien dónde quería llegar con el signo que había realizado- se retiró de nuevo a orar. A la madrugada, después de que los discípulos se habían ido en una barca, atravesó Él el lago paseando sobre las aguas y llegó a la Sinagoga de Cafarnaún.
Al día siguiente la gente, viendo que no estaban ni él ni sus discípulos, se embarcó para ir a su encuentro. Le preguntaron cómo había llegado hasta allí. Y Jesús, en lugar de responderles, da por hecho por qué lo buscaban -conocía bien a su gente-:
“SÍ os aseguro que me buscáis no por haber visto signos sino porque habéis comido pan hasta hartaros”. Y enseguida, fiel a a su misión de ayudar a profundizar, de leer los signos, de vivir trascendiendo lo inmediato, les dice: “trabajad no por el alimento que se acaba sino por el alimento que da Vida Definitiva”. Con esto provoca el largo diálogo. El verdadero alimento es el que os dará el Hijo que ha enviado el Padre. Ellos van insistiendo: ¿cuál es la obra que Dios quiere? “La obra que quiere Dios consiste en que creáis en él”. Y siguen las preguntas, sale a relucir Moisés, el maná, de donde vino… Pedagógica y progresivamente conduce Jesús la conversación hasta llegar adonde Él quiere: “el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo”. Entonces en una reacción que recuerda la de la samaritana le dicen: “Señor, danos siempre de este pan”. Y llega la respuesta definitiva, la gran autoproclamación: “Yo Soy el Pan de la Vida. El que viene a Mí no tendrá hambre y el que cree en Mí nunca tendrá sed.” Dos verbos importantes: venir y creer.
Han pasado ya muchos siglos desde que Jesús tuvo estas conversaciones con la gran multitud que le seguía. Y a lo largo y ancho del mundo no se ha interrumpido el diálogo. Hasta la actualidad a Jesús le han acompañado y le siguen acompañando muchos muchísimos discípulos. Jesús sigue contemplando multitudes hambrientas y sedientas –las mira como ovejas sin pastor-. Porque la sociedad actual, tan convulsa y compleja, consciente o inconscientemente, anhela los auténticos valores, busca interioridad y espiritualidad, busca trascender.
Él sigue invitando: “Venid Y Creed” Yo Soy El Pan que Da La Vida”. “Desiderio Desideravi” es el título de la hermosa carta apostólica del papa Francisco sobre la Eucaristía. Efectivamente Jesús desea ardientemente saciar el hambre y la sed. Quiere llevar a término el Proyecto que le ha encomendado el Padre: la paz, la solidaridad, la Fraternidad Universal y reunirnos a todos y todas en la Mesa del Reino.
Será pues, misión de los discípulos/as aportar los cinco panes y los dos peces, lo que somos y tenemos para seguir impulsando iniciativas evangelizadoras dentro del marcco de la sinodalidad. Sin duda, Él y el Padre multiplicarán o mejor, multiplican ya, los esfuerzos y la entrega de tantas y tantas personas que trabajan de mil maneras para dar solución a las inmensas necesidades presentes en tantos lugares de nuestro mundo.
Desde ahí se despertará el hambre y la sed de lo verdadero, lo noble y lo trascendente. Jesús es el verdadero Pan que da la Vida. Yendo a Él, creyendo en Él, Viviendo de Él, entramos a formar parte del gran Proyecto que a Dios le gustaría ver realizado para toda la humanidad. La Ruah nos conceda el don de asimilar a Jesús y no sentir otra necesidad que la que tuvo Él: la entrega constante a la voluntad del Padre. Por ello pasó Del Alimento Natural Al Pan de Vida