Domingo XIX del TO
Por: Teresa Miñana. IS. Vita et Pax. Valencia
Textos Litúrgicos:
1Re 19, 4-8
Sal 33
Ef 4, 30– 5,2
Jn 6, 41-51
“El Pan Que Me Da La Vida”
Comienzo a escribir este comentario escuchando a Salomé Arribicita su canción “Dime Como Ser Pan”. En Google podéis encontrar la letra y el canto. Precioso y muy adecuado para este evangelio.
Para inspirarme y hacer lo mejor posible el comentario tomé un escrito de Fray Marcos, que yo indudablemente no puedo hacer ni mejor ni más profundo. Por lo tanto, os aporto unas cuantas reflexiones.
El texto de este domingo se vislumbra con claridad las dificultades experimentadas con los grupos judíos que no reconocían el mesianismo de Jesús y estaban lejos de entender su mensaje y la entrega de su vida por hacer posible la acción salvadora de Dios.
La cotidianeidad, humildad y cercanía de Jesús cuestiona porque, con frecuencia, pensamos que lo de Dios tiene que ser a lo grande. Lo pequeño, lo de la puerta de al lado, lo familiar nos parece que no puede representarlo suficientemente. Eso es lo que pensaron algunos de los paisanos de Jesús cuando le criticaban que se declarara tan familiar con Dios y abriese con su vida un espacio nuevo de salvación.
Cuando Jesús, en el relato, se identifica como pan de vida, está actualizando en su persona la memoria de la presencia liberadora de Dios entre su pueblo. Yahvé fue pan para el pueblo en el desierto, lo acompañó y lo sostuvo en la prueba (Ex 16, 1-15): Ahora Jesús vuelve a ser ese pan que llena la vida de sentido, que ofrece horizontes de esperanza, que sostiene en la impotencia. Por eso invita a creer en él, a escucharlo, a entender que él entrega la vida para hacer más humano el mundo.
Es más cómodo convertir a Jesús en objeto de adoración que imitarle en el servicio y la disponibilidad para con todos los hombres.
Hemos convertido la eucaristía en un rito cultual. La eucaristía fue para las primeras comunidades el acto más subversivo imaginable. Los cristianos que la celebraban se sentían dispuestos a vivir lo que el sacramento significaba, recordaban lo que Jesús había sido y se comprometían a compartir como él compartió su vida entera.
El signo no es el pan sino el pan partido, preparado para ser comido. Es lo que fue Jesús toda su vida. La clave del signo no está en el pan como cosa, sino en el hecho de que está partido. El signo está en la disponibilidad para ser comido. Jesús estuvo siempre preparado para que todo el que se acercara a él pudiera hacer suyo todo lo que él era. Se dejó partir, se dejó comer, se dejó asimilar; aunque esa actitud tuvo como consecuencia la muerte.
El principal objetivo de este sacramento, es tomar conciencia de la presencia divina en nosotros. Pero esa toma de conciencia tiene que llevarnos a vivir esa misma realidad como la vivió Jesús. Celebrar la eucaristía pensando que me añadirá algo automáticamente, sin exigirme la entrega al servicio de los demás, es un autoengaño. Si nos conformamos con realizar el signo sin alcanzar lo significado, solo será un garabato.
En la eucaristía se concentra todo el mensaje de Jesús, que es el Amor. El Amor, que es Dios manifestado en el don de sí mismo que hizo Jesús durante su vida. Esto soy yo: Don total, Amor total, sin límites. El comer el pan y beber el vino consagrado, lo que quiere decir es que hago mía su vida y me comprometo a identificarme con lo que fue e hizo Jesús. El pan que me da la Vida no es el pan que como, sino el pan en que me convierto cuando me doy. Soy cristiano, no cuando como sino cuando me dejo comer, como hizo él.
Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestra religiosidad que solo pretende acrecentar el yo.
Comulgar significa el compromiso de hacer nuestro todo lo que Es Jesús. Significa que, como él, soy capaz de entregar mi vida por los demás, no muriendo, sino estando siempre disponible para todo aquel que me necesite.
Si en nuestra vida no reflejamos la actitud de Jesús, la celebración de la eucaristía seguirá siendo magia barata para tranquilizar nuestra conciencia. A Jesús hay que descubrirlo en todo aquel que espera algo de nosotros, en todo aquel a quien puedo ayudar a ser él mismo, sabiendo que esa es la única manera de llegar a ser yo mismo.
Hago mención a la lectura de Efesios.
Pablo continúa mostrándonos que la presencia del Espíritu Santo en el cristiano no solo ha de cambiar sus acciones, sino también sus actitudes. Efesios 4 nos advierte que no entristezcamos al espíritu santo y es una advertencia directa para quienes han creído, han sido bautizados y han recibido el espíritu santo. El espíritu santo dentro de una persona es la presencia del Cristo viviente.
Ante tanto bien recibido, bendigamos y alabemos al Señor, dándole gracias constantemente.
Gustad y ved qué bueno es el Señor
Dichoso el que se acoge a él.