Domingo Solemne, Nuestro Señor Jesucristo,
Rey del Universo.
Por: Rosa Belda. Laica. Mujeres y Teología. Ciudad Real
Textos Litúrgicos:
Dan 7, 13-14
Sal 92
Ap 1, 5-8
Jn 18, 33-37
No es fácil lidiar con el tema de Jesús, rey. Es como si identificáramos a Dios con el poder, con el poder supremo. El poder entendido desde nuestros parámetros. El tema de Jesús como rey y esto del Reino de Dios, me resultan difíciles en cuanto al lenguaje.
En la lectura del profeta Daniel se revela una visión: la venida de “una especie de hijo de hombre” cuyo poder será eterno, cuyo reino no se acabará. Solo a la luz de lo que viene después es posible descubrir a un Dios cuyo poder es otra cosa.
En la lectura del libro del Apocalipsis se anuncia que Jesucristo es el que libera de los pecados. Él es el principio y el fin. Es el Dios que nos ama.
Por fin, en el Evangelio, donde parece que va a quedar todo aclarado, Jesús, ante la pregunta de Pilato dice: “Mi reino no es de este mundo”. Me pregunto qué reino es este del que habla Jesús. Para más sorpresa, Jesús dice: “El que es de la verdad escucha esta voz”.
Por una parte, según hemos ido creciendo en experiencia de fe y de vida, nos damos cuenta que el poder a que se refieren estos textos está más conectado con el poder-servicio que con el poder-delquemanda. Estas ideas me ayudaron mucho: entender la autoridad como servicio más que como dirección, desde abajo más que desde arriba.
Además, está la conciencia cada vez más profunda de que solo en Dios y desde Dios, puedo. Puedo caminar por la vida, con sufrimientos que van labrándome, en la enfermedad y en la salud, en la plenitud y en el vacío. Solo en Dios, puedo.
Por otra parte, esa última frase que se refiere a la verdad, es reveladora. La verdad sobre mí misma, sobre la vida, sobre Dios, solo se me irá desvelando en la medida que deje que Dios lleve las riendas. Solo Dios. Mi vida, si poco a poco me dejo hacer por Dios, se proyecta hacia algo mayor que mí, que lo que hago o no hago, que mi pecado, que mis pequeñeces. Suyo es el poder, y no mío.
De esta manera conecto estas ideas para mí tan difíciles. El centro de todo es Dios. Como Dios es amor, ese centro que me centra es el amor a los hermanos y hermanas en forma de servicio. Los méritos no son míos. Creer en Dios implica para mí un desposeerme para que mi centro, mi verdad, mi referencia, sean Dios. Entiendo que eso es lo que Dios me dice con estos textos: “Yo soy tu centro”. “Yo soy quién te da plenitud”, eso me dice.
Y abrirme a esa confianza me calma, me da paz, me abre a un lugar mejor que el de la mediocridad de rivalidades y juegos de poder en la que a veces ando metida.