Domingo XVI del TO
Por: M. Carmen Martín. IS. Vita et Pax in CJ. Madrid
Textos Litúrgicos:
Gen 18, 1-10
Sal 14
Col 1, 24-28
Lc 10, 38-42
“Entre Mujeres”
Betania era la aldea donde Marta, María y Lázaro vivían, allí se encontraba su casa, ésta era una casa abierta donde las gentes se sentían recibidas como amigas, con cariño y confianza; también estaba abierta para el gran Amigo, Jesús de Nazareth.
Al parecer, era habitual en Jesús pasar por Betania cada vez que subía a la capital. En el evangelio de hoy están solo las hermanas, por eso, vemos a Jesús entre mujeres, entre amigas. La amistad con Jesús transformó aquella casa, le dio un aire acogedor, cálido, un espacio de verdadero encuentro. La amistad une a las personas, posibilita la comunicación de la intimidad, da fuerzas para el servicio. Cada hermana lo acoge a su manera.
Marta representa el trabajo, el servicio, las acciones sencillas que componen la vida de familia; en este texto, expresa la hospitalidad judía. Son actividades de acogida, agua fresca, algo de comer, tal vez de pan… Son cosas pequeñas y aparentemente de poca importancia. Pero lo son si se saben vivir bien. El valor de esas pequeñas acciones está en vivirlas como gestos de servicio a las personas de dentro y de fuera.
Normalmente la vida en común se compone de pequeñas rutinas que pueden estar llenas de queja o de alegría, de obligación o de creatividad. El “afán” desmedido es lo que Jesús le dice a Marta que hay que evitar. Marta nos enseña que servir no es algo que añadamos a nuestra vida ni algo que sea mérito nuestro; que el servicio es el despliegue natural de lo que somos.
Mientras tanto, su hermana María permanece “sentada a los pies” de Jesús, en actitud propia de una discípula que escucha atenta su palabra, concentrada en lo esencial. La escena llama la atención por la osadía de María, pues las mujeres no estaban autorizadas a escuchar como discípulas a los maestros de la ley.
En un momento dado, Marta, desbordaba por la situación, expone a Jesús su queja por tanto trabajo. Jesús la atrae hacia sí: “Marta, Marta” (v. 41); ella es doblemente querida. Jesús la llama para que no se identifique más con su función, con sus quehaceres, sino que progrese hacia su “yo profundo”. Jesús la invita a seguir haciendo lo mismo, pero desde ese lugar interior; la invita al servicio sin servidumbre.
Jesús no opone Marta a María, sino que con ellas ilumina acentos. Esto lo entendió muy bien otra mujer, otra amiga, Teresa de Jesús, que decía: “Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo”; comprendía que no había contradicción entre ellas. Ambas evocan un servicio, el del cuidado y la palabra, el de la caridad y la enseñanza. Porque, ¿qué haría María después de escuchar al Maestro? ¿Quedar quieta y callada o multiplicarse para comunicar la mejor parte que nadie le puede quitar?