Domingo XXVII del TO
Por: Maripi Amigo. IS. Filiación Cordimariana. Madrid
Textos Litúrgicos:
Gn 2, 18-24
Sal 127
Hb 2, 9-11
Mc 10, 2-16
“…Que No Separe El Hombre”
Lo que Dios ha unido.
Separar es un acto que a veces ayuda a priorizar, a poner orden, a elegir bien.
Constantemente tomamos decisiones que separan: elegimos unas cosas para desechar otras. Es la dinámica de la vida misma, a la que no podemos renunciar ni saltarnos las normas.
Podemos vivir de espaldas a ello, creer que todo viene de nuestra mano, que somos ‘creadores’ de nuestra propia vida y erigirnos así casi como dioses que deciden qué es bueno y qué es malo. Es posible que, además de equivocarnos, terminemos creyendo que la vida son dos días y que hay que aprovecharla al máximo si queremos salir vivos de ella.
Sin embargo, Dios nos invita a una actitud mucho más amable y respetuosa con su creación y, por tanto, con la dinámica misma de la vida:
- acoger su ritmo,
- conocer cómo es el amor de Dios,
- apostar por lo que une,
- por lo que genera comunión (no como forma de resignación, sino con decisión porque es la manera de hacer de Dios).
- Respetar la unión legítima de lo que Dios ha unido, su forma de hacer en nosotros, en nuestra vida.
Todo esto es vivir con la mirada providencial de quien no sabe nada y tiene todo por aprender.
Por eso al final del Evangelio de hoy se nos presenta a los niños como ejemplo. Su actitud de quien se sabe seguro y confiado en su Padre debería ser la inocencia que no perdiéramos nunca para poder reconocer en todo al que es Uno, al que nos llama a ser suyos y a vivir desde la fraternidad en busca de la comunión universal.