Retiro Cuaresma 2025
Por: M. Carmen Martin. I.S. Vita et Pax. Madrid
¡Convertíos!
Mc 1,15
“El Reino de Dios está cerca, convertíos”. ¿Qué pueden decir estas palabras a una mujer o un hombre de nuestros días? ¿Qué nos pueden decir a nosotras mismas después de tantos años de escucharlas una y otra vez? No atrae oír una llamada a la conversión. Pensamos enseguida en algo costoso y poco agradable, una ruptura que nos llevaría a una vida poco atractiva, llena de sacrificios y renuncias. Además, llega la Cuaresma, período donde con insistencia la Iglesia nos exhorta a la conversión.
Sin embargo, a pesar del cansancio y cierta apatía por lo de siempre, este tiempo, profundo y hermoso de la Cuaresma, nos invita una vez más a ello, a la conversión. Sólo nos pide abrir, aunque sea de manera tenue, nuestra cabeza y corazón para escuchar y aceptar la invitación. Pero, qué será eso de convertirse…
- La conversión antes de Jesús
Durante mucho, mucho tiempo, en el Antiguo Testamento y parte del Nuevo, conversión e infidelidad a Dios iban unidas. La conversión estaba vinculada a la ofensa hecha a Yahveh por no haber respetado la Alianza. El pueblo va alternando la fidelidad y la infidelidad a Yahveh; gracia y pecado. Y se repite el siguiente esquema en cuatro tiempos: 1. El pueblo peca, es infiel a Dios; 2. Dios lo castiga; 3. El pueblo, bajo el yugo del castigo, se convierte, promete no volver a ser infiel; 4. Dios lo perdona, lo salva. Lo encontramos, por ejemplo, en el libro de los Jueces: 3,7-9; 6,1-10.
También los profetas llamaban al pueblo a la conversión denunciando su infidelidad a Dios. En el origen estaba la culpa de Israel, la conversión era su necesaria reparación: lo que la culpa había ensuciado o roto lo tenía que purificar o reconstruir la conversión. Jeremías pide al pueblo que vuelva a Dios, que Él puede perdonar los pecados: “Volved, hijos descastados, Yo curaré vuestras infidelidades” (Jr 3,22). Isaías habla de conversión y de salvación: “Seréis salvos si os convertís” (Is 30,15). De la misma manera, el profeta Oseas llama a la conversión por el pecado del pueblo: “¡Conviértete, Israel, al Señor, tu Dios, pues caíste por tu culpa!” (Os 14, 2-3).
De igual manera, en el Nuevo Testamento, Juan Bautista “predicaba un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”; la suya era “la voz de alguien que clama en el desierto” (Mc 1,3-4), voz que llamaba a arrepentirse y purificarse. La del Bautista era una llamada moral, en el nombre de la Ley. La cual, para la purificación, solo puede ofrecer agua: “Yo os bautizo con agua” (Mc 1,8). La de Jesús, en cambio, no es una llamada moral. Al menos, no lo es en su esencia. “Él os bautizará con Espíritu Santo”, dice el Bautista (Mc 1,8). No Ley, sino Aliento de Vida, energía, fuerza de Dios. Amor.
Es decir, la conversión antes de la Buena Noticia de Jesús era una especie de pacto o negociación con Dios. La persona pecadora, se siente culpable y repara la ofensa, es decir, se convierte, a fin de que Dios, ofendido, vuelva a estar de su parte y le dé sus favores. Una lógica en cierto modo utilitarista e interesada por la cual la relación con Dios era vivida en la perspectiva retributiva de premio si se hacía el bien o castigo si se hacía el mal.
Reflexión personal y compartir:
¿Mi relación con Dios sigue a veces este esquema de la retribución, es decir, me porto bien para que me premie y no me castigue? E incluso en mi relación con las personas, ¿doy para que me den?
- La conversión a la que llama Jesús: “El Reino de Dios está cerca, convertíos” (Mc 1,15)
- El Reino de Dios está cerca
El evangelista Marcos ha resumido de manera certera el mensaje original y sorprendente de Jesús. Según Marcos, Jesús proclamaba por las aldeas de Galilea la “Buena Noticia de Dios”, y venía a decir: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está aquí. Convertíos y creed esta Buena Noticia”. El lenguaje de Jesús es nuevo. Él no habla de una futura manifestación de Dios; no dice que el Reino de Dios vendrá sino que ha llegado ya. Está aquí. Jesús lo experimenta. Por eso, y a pesar de todas las apariencias en contra, invita a creer en esta Buena Noticia.
Dios está ya aquí, actuando de manera nueva, su reinado ha comenzado a abrirse paso. La llegada de Dios es algo bueno. Así piensa Jesús: Dios se acerca porque es bueno, y es bueno para nosotras que Dios se acerque. No viene a “defender” sus derechos, ni a pedir cuentas de quienes no cumplen sus mandatos. Por eso, Jesús no habla de la “ira de Dios”, como el Bautista, sino de su “compasión”. Dios no viene como juez airado, sino como Madre-Padre de amor desbordante.
El Reino que anuncia Jesús no es un lugar, sino un espacio vital. No se encuentra dentro del templo sino en medio de la vida. Así de sencillo, así de sorprendente. El templo tiene sus puertas, sus muros, su afuera y su adentro, todo muy definido y reconocible. La vida, en cambio, es otra cosa, no se puede amurallar. El Reino no se consigue ni se posee, sino que se entra a formar parte de él. No es un algo, sino una Realidad viviente de la que somos parte viva.
El Reino que Jesús proclama es el espacio donde la compasión hace posible la comunión. Allí donde se hace presente el Reino de Dios, la realidad cambia: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son purificados, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres reciben la Buena Noticia” (Lc 7,22).
“El Reino de Dios está cerca, convertíos”. El todo de la frase nos transmite la conexión entre el Reino y la conversión; en general se ha entendido como llamada a la conversión al Reino. Pero es mucho más. La relación Reino-Conversión no es de sentido único, sino circular, de implicación mutua. Hay conversión en la medida en que hay Reino, a la vez que el Reino se acerca en cuanto que hay conversión.
En Lc 17,20-21 se nos dice que el Reino de Dios ya está aquí, entre nosotros. El Reino está entre nosotros porque hay conversión que hace posible que el Reino sea en la historia. Sin conversión no hay “Reino entre nosotros”. Sin pobres de espíritu, sin personas que luchen por la justicia, que sean compasivas, que trabajen por la paz, que desenmascaren los ídolos de nuestra sociedad…, el Reino no está entre nosotros, es decir, no es encarnado, no es experimentable, no es de carne y hueso. No transparenta al Dios Amor.
De tal manera que el Reino no es una realidad acabada sino dinámica, cambiante, portadora de novedad y esperanza. Pero también susceptible de ofensa, de ultraje, de daño. Realidad enormemente potente y al mismo tiempo inmensamente vulnerable. En las manos de la conversión.
En la interpretación habitual de este texto el énfasis recae en el “convertíos”, dejando el Reino de Dios en un segundo plano. Y el “convertíos” es leído esencialmente en clave de arrepentimiento y cambio de actitudes morales. Interpretación cuyo foco está puesto en la conversión -la mía/la nuestra- en lugar de en el Reino de Dios. Pero se puede leer de otra manera, lo vemos a continuación.
Reflexión personal y compartir:
Qué me sugiere la frase: Sin conversión no hay “Reino de Dios entre nosotras”.
- Convertíos
La llamada de Jesús no es la del Bautista, aunque los dos hablen de conversión. La llamada de Jesús a la conversión es la llamada a participar del Reino y hacerlo nuestro, a engrandecerlo y compartirlo. Es la llamada a poner en juego nuestras energías, es decir, nuestras capacidades y fuerzas para transformar, a mejor, la realidad.
“Conversión” y “Reino” para Jesús son dos realidades vitales: tienen que ver con la vida. Nuestra vida. Por eso, la llamada de Jesús a la conversión es básicamente una llamada a la vida: a más vida. Es la llamada a dejar la zona de confort en la que podemos estar instaladas y tranquilas con el cumplimiento moral, la liturgia que toca, la fragilidad, los años… para ponernos en juego, viendo nuestra vida como la única oportunidad que se nos brinda para poder tener más vida, ahora y aquí.
No poseemos otra vida de recambio. En esta Cuaresma del 2025 se nos está llamando a vivir, a caminar, a creer. El Reino tiene fuerza para hacernos vivir una vida más intensa y verdadera porque tener vida no significa necesariamente vivir. Es la llamada a no dejar que la vida nos viva, sino a decidir nosotras qué vida queremos vivir, y a actuar en consecuencia.
Si hasta Jesús, en el origen de la llamada a la conversión se encontraba la infidelidad del pueblo o de las personas, con Jesús acontece un cambio radical de perspectiva: en el origen de su “convertíos” no se encuentra la culpa humana, sino el Reino de Dios. El Reino entregado que es, a la vez, el Reino por desarrollar.
La llamada de Jesús no es la llamada a reparar/purificar nada, sino a acoger el Reino, construirlo, compartirlo, anunciarlo… En el origen está la Realidad amorosa y luminosa de Dios, no la oscuridad humana. “El Reino está cerca. Convertíos y creed en la Buena Nueva”. El Reino está aquí y ahora, es decir, está aquí y ahora la presencia del Dios compasivo y liberador que necesita de nosotras para encarnarse y hacerse palpable.
El Reino es la Realidad que lo impregna todo, como el aire que respiramos y no vemos. Y, sin embargo, nuestra conversión es imprescindible para dar cuerpo al Reino, ahora y aquí. La conversión a la que llama Jesús no es la que limpia y restablece lo de “antes”, sino que es la que plasma algo nuevo con lo que tiene en las manos, como el alfarero con el barro. La conversión a la que llama Jesús no es la reparación de la ofensa a Dios, es la co-creación de su Reino, nosotras junto con Él. De personas culpables y reprobadas que éramos según la Ley, con Jesús nos convertimos en personas “llamadas” a construir con Dios su Reino en nuestra historia; con Jesús somos reconocidas en nuestra dignidad de hijas e hijos de Dios.
Reino que hacemos presente de múltiples maneras: en el cuidado de un cuerpo enfermo, en la lucha por los derechos humanos y la justicia, en el compromiso por la paz, en el voto reflexionado y liberado de prejuicios, en el acompañamiento a personas migrantes, en la acción política por el bien común, en vivir la enfermedad de manera saludable, en la denuncia de todas las violencias: la violencia contra las mujeres, los abusos sexuales, la explotación, las guerras…
“Vete”, dice Jesús a las personas que cura. En este “¡vete!” está simbolizada la conversión según Jesús, movimiento hacia adelante, hacia fuera de sí misma, no un encerrarse sobre las propias tinieblas. “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales todo lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti” (cf. Mc 5,1-20). Vete y anuncia la Compasión, sé persona de compasión. Esta es la conversión a la que llama Jesús. El suyo no es un imperativo moralista, sino una llamada existencial, concierne a la persona en su integridad, no únicamente a su comportamiento moral. “Cuéntales”. Anuncia. No con los labios, sino siendo.
Conversión es ver el mundo con los ojos del ciego Bartimeo cuando recobra la vista: “Y al instante recobró la vista y le seguía glorificando a Dios” (Lc 18,43). Conversión es vivir con alegría la existencia, como el leproso después de que Jesús le curara: “Él, en cuanto se fue (Jesús), comenzó a proclamar con entusiasmo y a divulgar lo ocurrido” (cf. Mc 1,40-45). Conversión es compadecerse del sufrimiento ajeno, como José de Arimatea: “José, comprando una sábana, lo bajó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca” (Mc 15,46).
Conversión es no dejarse vencer por las dificultades y transformar la última brizna de libertad que nos quede en confianza, como hizo la mujer hemorroisa: “Sólo con que toque su manto me curaré” (Mc 5,25-34). Y el Reino, de posible que era, se hizo real por la confianza de esta mujer. Porque la confianza de ella dejó espacio a la compasión de él. La compasión necesita entrañas que la acojan.
La Buena Noticia, en esta Cuaresma 2025, es el anuncio de que el Reino de Dios está ya aquí, latiendo en cada poro de la realidad, pero sólo gracias a nosotras será Reino encarnado, palpable, sanador… Por eso, Jesús hoy nos dice a cada una: El Reino ya es y está aquí porque vosotras, en vuestra fragilidad, lo hacéis brotar desde vuestras entrañas y las entrañas del mundo. ¡Gracias!
Reflexión personal y compartir:
La llamada de Jesús a la conversión es la llamada a participar del Reino y hacerlo nuestro, a engrandecerlo y compartirlo. ¿Qué dimensión del Reino me siento llamada a engrandecer en esta Cuaresma?
Desde aquí, releo y medito, con ojos nuevos, nuestro lema asambleario: “Vita et Pax, en Cristo Jesús, revitaliza hoy la llamada para el Reino”.