II Domingo del TO
Por: M. Carmen Martín. I.S. Vita et Pax. Madrid
Textos Litúrgicos:
Is 62, 1-5
Sal 95
1Cor 12, 4-11
Jn 2, 1-11
Fiesta y Alegría
El Evangelio de hoy nos sitúa en una fiesta, en un banquete de bodas, en Caná de Galilea, una pequeña aldea de montaña, a unos quince kilómetros de Nazareth. Las bodas eran en Galilea la fiesta más esperada y querida entre las gentes del campo. Durante varios días, familiares y amigos acompañaban a los novios comiendo y bebiendo con ellos, bailando danzas de boda y cantando canciones de amor. De pronto, la madre de Jesús hace notar algo preocupante: “no les queda vino”. ¿Cómo van a seguir cantando y bailando?
En esta boda anónima, en la que los esposos pasan desapercibidos, María se da cuenta de que falta un elemento importante. Falta el vino, signo de alegría y símbolo del amor, como cantaba ya el Cantar de los Cantares. “No tienen vino” quiere decir, por tanto, no tienen fiesta, no tienen alegría, no tienen amor.
En el fondo, el hecho de que en un banquete falte vino no es tan importante. La gente podría haberse marchado tan satisfecha. La falta que nota María no es esencial, no es cuestión de vida o muerte. Es falta de bien-estar por dentro, es ese no sé qué de alegría, de entusiasmo, de pasión, de ilusión… que hace que todo esté en su punto y que nos sintamos satisfechas. Por el contrario, la falta de “ese no sé qué” hace que las cosas no marchen a su ritmo y el cansancio aparezca. No falta lo esencial, se puede vivir, trabajar, rezar, ir al cine…Y, con todo, puede faltar la fiesta y la alegría.
Además, no sirve cualquier vino. El evangelista repite tres veces el adjetivo “bueno”: “todos sirven primero el mejor vino y cuando se ha bebido bastante, el menos bueno. Tú has guardado el buen vino…”. Puede haber un vino con denominación de origen y otro “peleón”. Jesús quiere buen vino, hecho con la riqueza que se deriva de todo el conjunto de las uvas, del sol, del calor, del terreno, de la preparación, del transporte y del tiempo de vejez. Lo quiere tanto para nuestra vida como para nuestras familias, para el conjunto de la Iglesia y de nuestra sociedad.
¿Cómo podemos pretender seguir a Jesús sin cuidar más entre nosotras la fiesta y la alegría? ¿Qué puede haber más importante? ¿Hasta cuándo podremos conservar en “tinajas de piedra” una fe triste y aburrida? Nada puede ser más descorazonador que una comunidad cristiana, una familia, una Institución Religiosa o la Iglesia misma, a la que no “le queda vino”.