“La Entrega de Una Vida”

"La Entrega de Una Vida"
IV Domingo del TO.
Por: M. Ángeles Santamarta. I.S. Hijas de la Natividad de María. Santiago de Compostela

Fiesta de la Presentación del Niño Jesús en el Templo y la Purificación de su madre, María.

Textos Litúrgicos:

Mal 3, 1-4
Sal 23
Heb 2, 14-18
Lc 2, 22-40

“La Entrega de Una Vida”

En este domingo del tiempo ordinario se nos invita a vivir y a celebrar una fiesta “humilde” y “comunitaria” con la Sagrada Familia de Nazareth: La Presentación del Niño en el Templo y La Purificación de la Virgen María, su madre.

Quiero potenciar en este día la virtud de la humildad: un matrimonio que pasa desapercibido entre sus vecinos, sube al Templo pues ha de entregar y presentar lo mejor que poseen… la vida de un recién nacido, de su primogénito… y que sólo ellos conocen es también el Dios-con-nosotros. Llevan, como los pobres, dos tórtolas como ofrenda de consagración y purificación. La Sagrada Familia, toda ella, consiente y realiza el precepto de la Ley de Moisés como fieles judíos y como creyentes fieles en la promesa mesiánica… que ya saben “se ha cumplido en el niño recién nacido, Jesús”.

Siendo fieles, en lo cotidiano, en cumplir la Ley, se encontraron con el sabio y anciano Simeón y la profetisa Ana que bendecían a Dios y hablaban del Niño como el Salvador, el que traería la Esperanza al Pueblo. Después de cumplir lo que mandaba la Ley se volvieron a su casa y crecían en gracia de Dios.

Este pasaje lo podemos tener muy leído, re-leído y “re-sabido”; os invito nuevamente a “saborearlo”,  a sacarle el gusto a “palabras, gestos, facetas, rostros” que el Espíritu Santo nos haga reconocer y sentir   “nuevos ingredientes”  para cantar con Simeón y con Ana que ser consagrado y purificado es abrazar la paz y la salvación y ser signo de Dios-Con-Nosotros.

Cada una de las palabras proclamadas en la Liturgia de hoy nos está pro-vocando a una vida Sagrada; nosotros, como bautizados, hemos sido presentados y consagrados para crecer en sabiduría y gracia. Nos está llamando a ser profetas en el hoy, en el aquí, en nuestros “templos”, en “nuestras plazas y periferias”… como nos ha invitado el inicio de la Primera Lectura (Ml 3,1) “voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino ante mí”: somos mensajeros de Dios, porque el mismo Cristo ya ha preparado el camino para cada uno de nosotros.

La humildad con la que María y José cumplen la Ley establecida nos recalca que en lo cotidiano, en la vida de cada día, que cada uno tiene que llevar a plenitud, hemos de hacer presente al Hijo de Dios, sin ruido, pidiendo perdón, sin grandes anuncios y letreros, purificando nuestras acciones y liturgias, sin rozar la soberbia de “que lo mío es lo mejor”… pero sí como Luz y Esperanza para alumbrar a todas las naciones. Hoy, sabiendo lo que sabemos, podemos decir: ni María necesitaba ser purificada pues es la “llena de gracia” y Jesús ya es el Hijo de Dios, ¿para qué, entonces, llevarlo al templo?; aún así, siguieron y cumplieron la ley con gestos humildes. Hagamos lo mismo, vivamos con humildad.

Otra reflexión que me cala hondo en este día es el sentido de comunidad. La Sagrada Familia, pertenecía a una religión, a la comunidad del Pueblo de Israel, al Pueblo Judío; y, como tal se sentían llamados a seguir fielmente la fe recibida tanto en el rezo de sus oraciones, de sus gestos o en sus liturgias…

Nosotros, pertenecientes a la comunidad de los hijos de Dios, hemos de poner en valor lo que se nos ha regalado sin mérito alguno, sólo por la gracia y bendición de Dios. Muchos hemos recibido ese don en el bautismo, pero otros muchos, posiblemente, “han visto la Luz del salvador” en el testimonio callado y coherente de muchos cristianos: familias, consagrados, misioneros, sacerdotes, niños, ancianos…

La Iglesia (tú y yo como parte de ella), en este año santo de la Esperanza, ha de ser (¡hemos de ser!) comunidad que acoge, que perdona, que impulsa, que sostiene, que anima, que protege, que bendice, que camina, que celebra, que agradece la misión y llamada de Dios a ser sus testigos, anunciando el Reino de Dios.

No puedo terminar sin felicitar a la Vida Consagrada que hoy celebra su fiesta en el calendario litúrgico; deseo que sean -seamos- profundamente humildes y extensamente comunitarias, peregrinando en esperanza con el mundo. La riqueza de la vida consagrada en la Iglesia es la constatación de que seguimos necesitando presentarnos ante el Señor de la Vida, para que Él nos “haga recinto sagrado” y seguimos necesitando purificar nuestras palabras y acciones, para ser, como la Virgen María, “gracia y seno de Dios” para toda la humanidad.

¡Feliz Jornada!

Nota:

Os recomiendo leer y profundizar el folleto editado por la CEE para la Jornada de la Vida Consagrada, en especial el artículo del profesor Bellella, Caretiano; del que copio dos interrogantes al hilo de la reflexión anterior (humildad y sentido de comunidad): Ponerse en camino con esperanza exige movimiento. ¿Qué movimientos, qué cambios crees que debe hacer una comunidad de personas consagradas para vivir con intensidad la gracia jubilar? ¿Qué propuestas de «sanación de memoria» crees que debe hoy llevar a cabo la vida consagrada?

https://www.conferenciaepiscopal.es/jornada-vida-consagrada-esperanza/

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