Retiro De Cuaresma 2024

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Retiro de Cuaresma 2024
Por: M. Carmen Martín. I.S. Vita et Pax. Madrid

No dejarnos vencer por el miedo

El miedo forma parte de nuestra naturaleza. Sentir miedo, padecerlo, pensar en él… es algo propio de las personas. En algún momento de nuestras vidas, todos los seres humanos hemos sentido miedo. Todos, sin excepción, también Jesús. El miedo tiene matices diversos y provoca reacciones diferentes, pues sus causas son variadas y los modos de experimentarlo y afrontarlo también. Cuando el miedo no está vinculado a algo que lo provoca, estamos hablando de que la persona padece algún tipo de enfermedad.

Esta Cuaresma 2024 viene con una invitación muy concreta: no dejarnos vencer por el miedo, que no nos pueda, que no guíe nuestra vida y escuchar cómo Jesús nos anima a ello desde su propio miedo. Pocas palabras se repiten más en los Evangelios que estas de Jesús: “No tengáis miedo”, “confiad”, “No se turbe vuestro corazón”, “No seáis cobardes”, “No temas” …

  1. Nuestros miedos

Sin irnos a situaciones límites de guerras o desastres naturales, cuántas personas, por ejemplo, se enfrentan al miedo de que el dinero no les llegue a fin de mes; o los padres de familia pensando en el futuro de sus hijos; o qué decir de esa situación tan repetida de encontrarnos en una consulta médica y que empiecen a hablarnos con esos términos raros que evocan que, a partir de ahora, nuestra vida va a cambiar.

Cada etapa de la vida trae sus propios miedos, aunque algunos se repiten: miedo a la vejez, a la enfermedad, la muerte, al fracaso, al desamor, la soledad… La incertidumbre que provoca la situación mundial de guerras y catástrofes… Reconocer ese miedo no es algo negativo. Tener miedo no es malo y no es peor creyente quien lo siente.

El problema del miedo es que tiene un elemento paralizador que estamos llamadas a superar porque si no, hace daño. Si el miedo vence, paraliza a la persona, detiene su crecimiento, provoca desconfianza. Si el miedo nos vence anula nuestra energía interior, ahoga nuestra creatividad, nos hace vivir en una actitud de autodefensa, puede hacernos imaginar cosas que no son verdad, nos impide afrontar la vida con paz…

El miedo no vencido agiganta los problemas, despierta añoranzas del pasado, nos lleva a culpabilizar a los demás; genera control y ahoga la alegría; fomenta la obligatoriedad y hace desaparecer la fraternidad. Donde comienza ese miedo termina la fe.

Quizá nuestro mayor pecado contra la fe sea dejarnos guiar por el miedo, es decir, por la tentación de buscar el propio bienestar, eludiendo nuestra responsabilidad individual y comunitaria en el logro de la fraternidad universal.

Reflexión personal: Con honestidad, delante de Dios, le presento mis miedos de hoy.

  1. El miedo de los discípulos de Jesús

Mc 4,35-40: La tempestad calmada. Este episodio es sobrecogedor. La barca se encuentra en medio del mar. Comienza a echarse encima la oscuridad de la noche. De pronto se levanta un fuerte huracán. Las olas rompen contra la barca. El agua lo va llenando todo. Los discípulos están angustiados, en cualquier momento se pueden hundir. Mientras tanto, Jesús “duerme”. No se siente amenazado.

Los discípulos le despiertan: “¿No te importa que nos hundamos?”. El miedo les impide confiar en Jesús. Sólo ven el peligro. Dudan de Jesús. Le reprochan su indiferencia. La respuesta de Jesús es doble: “¿Por qué tenéis tanto miedo?”, “¿Cómo no tenéis fe?”. A los discípulos les falta confianza en Jesús, no tienen valor para correr riesgos junto a Él; viven la tempestad como si estuvieran solos, abandonados a su suerte, como si Jesús no los amara.

Lc 5,1-11: La Pesca milagrosa. Al llegar al lago de Genesaret la gente se agolpaba alrededor de Jesús. El acontecimiento no ocurre dentro de una sinagoga sino en medio de la naturaleza. La multitud escucha desde la orilla. Lucas culmina la narración con una escena conmovedora que tiene como protagonista a Simón Pedro.

Pedro es un hombre de fe seducido por Jesús. Sus palabras tienen para él más fuerza que su propia experiencia. Pedro sabe que nadie se pone a pescar al mediodía en el lago, sobre todo si no han capturado nada por la noche. Pero se lo ha dicho Jesús y Pedro confía totalmente en Él: “Apoyado en tu palabra, echaré las redes”.

Pedro es al mismo tiempo un hombre de corazón sincero. Sorprendido por la enorme pesca obtenida, “se arroja a los pies de Jesús” y con una espontaneidad admirable le dice: “Apártate de mí, Señor, que soy pecador”. Pedro reconoce ante todos su pecado y su indignidad para ser seguidor de Jesús. No se siente digno, ese es su miedo.

Pero Jesús no se asusta de tener junto a sí a un discípulo pecador. Al contrario, si se siente pecador, Pedro podrá comprender mejor su mensaje de perdón y su acogida a pecadores e indeseables. “No temas. Desde ahora serás pescador de hombres”. Jesús le quita el miedo a ser un discípulo pecador y, además, le hace partícipe de su misión.

Mt 17,1-8: Transfiguración de Jesús: Jesús toma consigo a sus discípulos más íntimos y los lleva a una “montaña alta”. El rostro de Jesús está transfigurado, resplandece con la luz que le viene de Dios Padre. Junto a Él aparecen Moisés y Elías. Pedro propone a Jesús hacer tres tiendas porque se encuentra muy bien, pero antes de que termine de hablar oyen una voz misteriosa: “Este es mi hijo amado… escuchadle”.

Los discípulos caen por los suelos “llenos de miedo”. Les da miedo escuchar solo a Jesús y seguir su camino humilde de servicio al Reino hasta la cruz. Los discípulos escucharán muchas voces en su vida pero sólo la Voz de Jesús merece la pena. Es el mismo Jesús quien los libera de sus temores. “Se acercó” a ellos como solo Él sabía hacerlo; “los tocó” como tocaba a los enfermos y “les dijo”: “levantaos, no tengáis miedo” y, sobre todo, no os dejéis engañar, sólo yo tengo palabras de Vida eterna.

Jn 20,19-31: Jesús resucitado se aparece a sus discípulos. Tras la pasión y muerte de Jesús, los discípulos se encierran por miedo. Pero el miedo venía ya de antes: después del prendimiento de Jesús en el huerto, el evangelista Mateo dice “en aquel momento todos los discípulos le abandonaron y huyeron” (Mt 26,56) y posteriormente Pedro niega por tres veces a Jesús, también por miedo. Este miedo no es censurable, era lógico tener miedo a la muerte, a que les ocurriera lo mismo que a Jesús.

El texto comienza hablando de uno de los efectos de dejarse llevar por el miedo: encerrarse. A veces, como en este caso, es un encerrarse físico, un esconderse; otras veces, es un encerrarse en lo conocido, lo que controlamos y nos da seguridad, y tenemos pavor a lo desconocido o a lo que no controlamos; otras veces es encerrarse en sí mimas. El problema no es “tener” miedo, el problema es “dejarnos dominar” por el miedo, decidir desde el miedo, hacer que el miedo condicione nuestra vida.

Juan describe de manera insuperable la transformación que se produce en los discípulos cuando Jesús, resucitado, se hace presente en medio de ellos. Con Él todo es posible: vencer el miedo, abrir las puertas, salir por los caminos…

Reflexión personal: ¿Con qué texto de los cuatro me identifico más porque el miedo de los discípulos es más parecido al mío?

  1. El miedo de Jesús: Mt 26,36-46

La escena de Getsemaní resulta chocante. Ahí nos encontramos con un Jesús que no es un héroe todopoderoso, ni un mártir alegre, sino un simple ser humano horrorizado ante lo que se le viene encima.

Aunque los Evangelios generalmente son parcos a la hora de ofrecer información, en Getsemaní no escatiman expresiones que subrayan la intensidad de ese momento de sufrimiento y miedo de Jesús. Mateo nos cuenta que, en medio de las sombras de la noche, Jesús se adentra en el “Huerto de los Olivos”. Poco a poco “comienza a entristecerse y angustiarse”. Luego se aparta de sus discípulos buscando, como es su costumbre, un poco de silencio y paz. Pronto “cae al suelo” y se queda arrodillado tocando con su rostro la tierra. Marcos habla de “tristeza”: Jesús está profundamente triste, nada puede poner alegría en su corazón; una queja se le escapa “Mi alma está muy triste, hasta la muerte”. Se habla también de “angustia”: Jesús se ve desamparado y abatido; un pensamiento se ha apoderado de Él: va a morir. Juan habla de “turbación”: Jesús está desconcertado, roto interiormente. Lucas subraya la “ansiedad” ante lo que le espera.

Jesús experimenta el fracaso de su misión -el proyecto del Reino de Dios-, el abandono de sus seguidores más cercanos y la posibilidad real de una muerte cruel que cada vez está más cerca. Jesús vislumbra el momento de su muerte, intuición que se confirma, pues será apresado y ajusticiado al día siguiente. Este pensamiento no está exento de motivos, pues, a medida que ha ido avanzando su misión, la hostilidad por parte de ciertos grupos ha ido creciendo.

Jesús teme ante aquello que atenta contra su vida, pero sentir angustia y miedo no es signo de desconfianza sino de salud mental. Y, a pesar de todo lo que está viviendo, Jesús no huye, permanece. En este sentido, Getsemaní se presenta como un espacio de libertad para Jesús. Y Él decide. Ni siquiera el miedo y la angustia, justificados, lo paralizan.

La forma en que Jesús asumió su muerte no es algo improvisado. Getsemaní presenta, en grado máximo, la experiencia que fue haciendo a lo largo de toda su vida: no dejarse abatir por las amenazas, la incomprensión, la soledad, el poco agradecimiento…  sino seguir fiel al proyecto del Reino. Getsemaní no sólo indica que Jesús siente miedo, indica también la lucha interna que sostiene y cómo lo supera.

Podemos apreciar tres elementos: ora al Padre buscando en soledad el consuelo del amor de Dios: “Si es posible, aparta este cáliz…pero hágase tu voluntad”. Por otro lado, anhela el afecto del grupo de discípulos; se acerca a ellos deseando ser acogido en su angustia y miedo, pero los halla dormidos. Y el tercer elemento es la dinámica del amor, la fidelidad a su misión, que da sentido a lo que va a vivir. Su entrega en Getsemaní expresa un darse por amor, un amor capaz de proporcionar sentido al miedo y a la angustia que padece.

En Mateo Jesús desde la cruz ora al Padre sin comprender “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”, al final, en Lucas aparece otro grito de Jesús: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”. La angustia vivida por Jesús no había anulado su confianza y abandono total en el Padre. Nada ni nadie lo puede separar de Él.

Reflexión personal: Contemplo a Jesús en su propio miedo y cómo lo superó; qué sentimientos provoca en mí.

  1. ¡No nos dejemos vencer por el miedo!

Todo ser humano vive su propio Getsemaní. Momentos de angustia, de tristeza y de miedo que, casi sin saber cómo, se logran traspasar en paz. Yo lo he vivido así y estoy convencida de que muchas otras personas también. La gracia de Dios que nos alcanza interiormente es capaz de apaciguar un miedo emocional que desgarra.

Contemplar que Jesús tiene miedo no solo resulta consolador, sino que ayuda a reconocer en nosotras esa emoción legítima ante cualquier peligro, problema o ante la posibilidad de perder la vida y, desde ahí, trabajarnos, es decir, poner nuestro mayor esfuerzo por no dejarnos abatir.

El miedo no lo vivimos en soledad. Nunca estamos solas, la presencia amorosa de Dios nos habita. Y a Dios lo único que le interesa somos nosotras. Nos crea solo por amor y busca siempre nuestro bien. No hay que convencerle de nada. No busca contrapartidas. Lo único que le interesa es nuestro bien y felicidad. Lo que le da verdadera gloria es que las mujeres y los hombres vivamos en plenitud. Dios está siempre contra cualquier mal porque va contra nuestro bienestar. No “envía” ni “permite” la desgracia. No está en la enfermedad, sino en la enferma. No está en el accidente, sino en el accidentado.

Ser consciente de la presencia de Dios no nos exime de un trabajo personal grande de superación, tampoco nos quita el miedo ni su causa, pero nos ayuda a vencerlo, nos ayuda a atravesar la situación mostrándonos que no estamos solas, que está con nosotras y en nosotras. La clave es descubrir que hay un amor más grande que nos sostiene; entonces todo se vuelve posible. Dios es más grande que nuestros miedos.

Reflexión personal: “Dios es más grande que nuestros miedos”.

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