8º Domingo T.O. Ciclo C
Por: M. Carmen Martín Gavillero. Vita et Pax. Madrid
“La persona que es buena, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien…”. Sí, hay personas así. A menudo, las noticias, con su énfasis en las tragedias y los dramas, no lo recogen. Pasan desapercibidas, procuran no hacerse notar. Pero lo que tocan lo transforman. Sin grandes aspavientos. Sin buscar reconocimiento ni aplauso. Por el gusto de hacer las cosas, o por la satisfacción de dar alegría al prójimo.
Seguro que todas y todos conocemos personas así. Ahí están. Sin teorías, sin demasiado bombo. No se dan importancia ni se colocan medallas. Hay gente buena en la vida. Personas sencillas que se han acostumbrado a pensar en la otra, en las otras, y han optado por dedicar su tiempo, sus energías, su corazón, a sembrar bienestar, a compartir alegría, a desvivirse un poco por los demás.
Quizá esta forma de ser ni siquiera la vivan de manera consciente. Sencillamente, han aprendido a mirar el mundo de otra manera, con otra perspectiva. Si nos paramos a pensarlo, en tu vida y en la mía, también nos hemos encontrado con gente así.
No piden recompensa, ni aplauso, ni elogio, aunque todo ello lo merecen. No se dan importancia, no hacen un drama enorme de lo que no funciona, ni están constantemente diciendo a los demás cuanto hacen. Se ríen, seguramente, un poco de sí mismas y otro poco de las tonterías de este mundo. No juzgan ni comparan. Son admirablemente capaces de ponerse en el lugar de otras. Y, por eso, cuando estás con ellas, te hacen sentir que tu vida puede ser mejor y que tu vida importa.
Claro está, tienen también sus flaquezas, sus límites y sus debilidades. Aman con diferentes intensidades, como hacemos todas. Las hay alegres y las hay refunfuñonas. Las hay viejas y jóvenes, hombres y, sobre todo, mujeres. Todas ellas son reales como la vida misma. No tienen nada en común ni con los viejos mitos ni con los nuevos relatos virtuales. No son héroes ni poseen poderes fantásticos. Son mujeres y hombres de carne y hueso, vulnerables, como todo lo humano. Son las personas a las que no dudamos en acudir porque siempre tienen un “sí” en los labios.
Esa gente es bendición y tesoro de este mundo nuestro. Posiblemente no subirán a los altares, pero desde la fe, son santas. Las santas cotidianas. Las santas de todos los días. Son vidas que reflejan esa Vida de Dios que ama sin artificio ni publicidad. Gente anónima de historias admirables. Con su bondad nos enseñan la auténtica espiritualidad: vivir en la vida cotidiana, seducidas, movidas y consoladas por el Espíritu de Jesús.
La luz de estas personas desvela algo latente en todos los corazones humanos, a saber, el deseo profundo de bondad, el anhelo de ser buenas como Dios es bueno, aunque no lo consigamos plenamente. Estas historias contemporáneas de sabor evangélico son memoria viva y actual de Jesús. Con sus vidas sencillas, hacen correr rumores o noticias del Dios de la Vida por nuestro mundo, nos evocan la voz de Dios que habla y canta en el barullo de la noche, desprenden el seductor perfume del Evangelio y contagian el talante humano de Jesús. Por eso, nos permiten recuperar la esperanza en los seres humanos.
Estas gentes buenas indefensas son –como suele repetir Jon Sobrino- una convocatoria pública a hacer el bien, practicar la justicia y caminar humildemente con Dios (cf. Miq 6,8), abriendo espacios reales a la fraternidad de la familia humana en nuestro mundo. Y ante ellas y por ellas, solo podemos dar gracias e inclinar la cabeza con respeto y reverencia porque en sus rostros asoma Dios.