Adviento y adversidad
Por: Rosa María Belda Moreno.
Grupo Mujeres y Teología. Ciudad Real.
Domingo 3º de Adviento, Ciclo C
Es el tercer domingo de Adviento. Parece que este año el Adviento no acaba de abrirse paso entre nosotros, que las que predicamos la primavera en medio del frío invierno no dejamos oír con claridad nuestra voz. Parece que en el fondo de nuestro corazón laten demasiados ¿porqués?, preguntas que simbolizan más la rabia y la impotencia ante la situación injusta, pero también ante las enfermedades e infortunios que nos rompen la vida, que nos dejan a la intemperie.
La pregunta de la gente a Juan, me interpela a mi también. Si los poderosos de este mundo tienen las riendas, y van a salir a flote a toda costa, a cuenta de los pobres; si la vida de casi cinco millones de parados se está despeñando por un barranco; si la violencia sigue siendo el recurso para imponer las ideas en los países en guerra; si el hambre y la enfermedad en los países con menos recursos no son erradicadas; si sigue existiendo la soledad e incomprensión en tantas personas mayores y jóvenes, entonces, ¿qué hacemos?
La respuesta fue sencilla
Él contesto: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. Y continúa: “No exijáis más de lo establecido”… “no os aprovechéis de nadie…”. Así dijo Juan. Pero no es fácil. Ahora todos nos sentimos vulnerables, haciendo equilibrios, sabiendo que todo lo que nos da bienestar lo podemos perder en un momento. Y actuamos desde el miedo, esa enorme mordaza que atrapa el corazón y no deja vivir en plenitud.
Sin embargo, cuando el motor de la vida es el miedo, la prevención, la preocupación, la angustia… los frutos son amargos. Quizá podemos alcanzar los resultados, pero nuestro ser emana tristeza, oscuridad, desconfianza, apatía. Hoy día el miedo es el gran paralizante, enemigo del amor. Si el amor actúa, si penetra en mí y me expande, recordaré el otro texto del evangelio: “Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida…”
Es verdad, mañana no habremos ahorrado, nuestras manos estarán sucias y nuestros cuerpos cansados, pero hemos repartido lo que tenemos, porque el momento es “ahora”. Hoy toca darlo todo: imaginación, palabras, reivindicación, pan, dinero, tiempo.
Adviento y adversidad
Me sitúo entre las gentes de Juan, mirando al gran profeta que predica en el desierto, que dice que vendrá Otro, que bautizará con fuego. Y pienso: eso necesito yo, que llegue y me encienda. Porque la vida, a estas alturas, viene cargada de muertes, de enfermedades de seres queridos, de tragedias cotidianas que se juntan y me dejan sin palabras. Adviento y adversidad son palabras con comienzo parecido.
Llega la adversidad, los tiempos “recios”. Cuando el origen es la injusticia no queda otra que darlo todo, atravesando el miedo. Los que la sufren más están peor, y eso no lo podemos permitir. Pero cuando el origen de la adversidad es la propia naturaleza: el envejecimiento, la enfermedad, “entonces, ¿qué hacemos?”.
Deseo que el que viene me encienda. Sí, que me encienda por dentro, que me ilumine, que me arda. Que sepa yo apoyar la cabeza en su regazo, que me deje apoyar allí donde soy querido sin reservas, ese lugar que me evoca a Él.
Frente al fuego del que escucha y acoge, yo puedo llorar o estar en silencio. Adviento trae calor de hoguera en el invierno, manos suaves abiertas en la niebla espesa del infortunio, abrazos apretados que alivian de tantos pesos, espirales mentales, soledades inciertas.
Eso dice Juan, que el Otro que viene, “tiene en su mano el bieldo para aventar su parva y reunir el trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga”. ¡Abramos el corazón a este encuentro! ¡Dispongamos el corazón a la alegría! Porque la Gracia de la promesa acontece. Más allá de nuestros cansados esfuerzos, Dios está.