Domingo VII. Ascensión Del Señor
Por: Dionilo Sánchez Lucas. Laico de Ciudad Real
Textos Litúrgicos:
Hc 1, 1-11
Sal 46
Ef 1, 17-23// Ef 4, 1-13
Mc 16, 15-20
¿Por qué seguís mirando al cielo?
Con la ascensión de Jesús al cielo parece que llegamos al final de una historia, pero realmente es el principio, es el momento de comenzar a descubrir lo realmente importante, todo lo que Jesús hizo y enseñó. Es el momento de caer en la cuenta de que Dios eligió un tiempo para estar entre nosotros, se encarnó en Jesús para vivir como nosotros. No vino al mundo con signos de grandeza, sino a una familia humilde, experimentando el trabajo, en un lugar apartado, alejado del centro y de los ámbitos de poder y de toma de decisiones.
“Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia”
Jesús fue testimonio de amor, no sólo con los que están con él, también para los que son sus enemigos; de misericordia y compasión con los pecadores, con los alejados, con los más pobres, con los enfermos, con los abandonados, con los extranjeros; de cercanía y entrega con los humildes, con los que lloran, con los que sufren, con los perseguidos, con los hambrientos de justicia y paz.
Jesús también nos enseñó, su evangelio es palabra y es vida. Nos enseñó a no juzgar, para no ser juzgados; a escuchar la palabra y ponerla en práctica para que seamos creíbles; a no tener miedo a las adversidades, a las incomprensiones, a los que nos despojan, a los que nos niegan, porque Dios está de nuestra parte, cuida de nosotros más que a los pájaros y a los lirios del campo; a sembrarnos, gastarnos y renunciar a nosotros mismos para dar fruto abundante; a negarnos, a escoger el último lugar, porque recibiremos nuestra recompensa; si alguna vez hemos sido esa oveja perdida que se apartó del redil, ese hijo que no estaba a gusto con sus padres porque creía que su vida podía ser mejor, esa persona dispuesta a obtener dinero de forma fácil sin trabajar o riquezas abundantes a costa de los demás, Dios siempre está ahí abierto a acogernos, a recibirnos, siempre que nosotros estemos dispuestos a llamarlo, a buscarlo, a encontrarlo.
Jesús está un tiempo con nosotros, pero se tiene que volver al Padre, unirse nuevamente a Él. Conocedor de nuestra realidad, nos anuncia que nos envía su espíritu para que nos de sabiduría y nos permita conocer plenamente a Dios. Un espíritu que nos dé un corazón nuevo, que nos dé la esperanza para continuar en los avatares de cada día, para descubrirnos que la mayor grandeza y gloria de Dios es que el hombre viva. Con su poder para resucitar a Jesús nos muestra la vida para siempre.
Mientras tanto hemos de escuchar el susurro que nos dice: ¿por qué seguís mirando al cielo? Hay tantas cosas por hacer cada día, tanto trabajo por desarrollar, tantas leyes y normas que cambiar, tantas personas que salen a nuestro encuentro. Personas a las que mirar, escuchar, acompañar, empoderar, cuidar, amar.
Antes de subir al cielo, la última vez que estuvo con ellos, les dijo: “Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia”. He estado un tiempo con vosotros, recordad todo lo que os he dicho, id a anunciar el evangelio, el que quiera se salvará porque estaré a vuestro lado, quien tenga esperanza verá la luz, los enfermos se curarán con la fuerza del espíritu, el amor será la plenitud en la tierra y el cielo.