Espiritualidad es vivir según el Espíritu, “soplo de Dios”. Por eso, la espiritualidad es energía, dinamismo, libertad, amor, fidelidad, donación, vida… (Rm 8,10). Quien vive según el Espíritu se deja tomar, sondear y transformar por ese Espíritu y asume el proyecto del Reino de Dios como proyecto determinante de la propia vida.
Cada Carisma genera su propia Espiritualidad, ya que como experiencia del Espíritu nos presenta la figura de Jesús desde aspectos concretos y específicos; nuestro propio Carisma nos presenta a Jesucristo desde su Vida y su Paz. La Espiritualidad es el medio para poder conseguir ser la Vida y la Paz de Jesús en el mundo.
Nuestra espiritualidad está centrada en Jesucristo, Él es nuestra Vida y nuestra Paz, de Él nos alimentamos y vivimos. El seguimiento de Jesús nos invita a hacer nuestro su proyecto de promover una vida gozosa y digna para todas y todos, donde la justicia, la solidaridad, el respeto y la verdad sean una realidad en nuestras vidas. Queremos identificarnos con Él y llegar a pensar, sentir y actuar como Él.
Nuestro Carisma nos impulsa también a que esa identificación se concrete en Jesucristo sacerdote, es decir, entregado por toda la humanidad, de ahí que nuestra propia consagración bautismal nos hace vivir plenamente la donación de nuestras vidas en lo cotidiano; ofreciéndola junto a Jesucristo, al Padre a través del servicio a los hombres y mujeres.
La participación en la Eucaristía es fundamental en nuestra espiritualidad. Ella nos nutre y alimenta para ser mujeres comprometidas con el proyecto que Dios tiene sobre la humanidad. Mujeres que, como Jesús, se parten y comparten.
Lo mismo que Jesús se retiraba a hablar con su Padre, también nosotras necesitamos de espacios de silencio donde poder escuchar lo que Dios quiere de cada una de nosotras, por eso la oración – en una relación de amistad-,es esencial en nuestras vidas.
La reflexión de la Sagrada Escritura nos ayuda a profundizar en la historia del Pueblo de Dios y en la vida de Jesús y en lo que era importante para él; eso nos invita a ser mujeres “oyentes de la Palabra”, Palabra expresada en el libro de la Biblia y en el libro de la vida.
Con Jesús, a través de la Liturgia ofrecemos toda nuestra vida al Padre. Intentamos cuidar con esmero los signos-símbolos por medio de los cuales celebramos la presencia de Dios en los diferentes momentos de nuestra vida. Estos símbolos son mediaciones del encuentro de Dios con los seres humanos y de los seres humanos con Dios.
Sentimos en todo momento la presencia de María, la mujer creyente, en nuestro caminar. Ella nos acompaña y alienta. Y, como ella, queremos dar al mundo el Salvador.