Formar parte del Instituto

¿Qué quiero hacer con mi vida?
Miembro del Instituto

La respuesta suele ir asociada con los estudios realizados o la formación adquirida, como si esa identificación definiera la vida y la personalidad. También puede ocurrir que la respuesta vaya más en el orden de aquello que se espera que seas, a las expectativas que tienen los demás sobre nuestro futuro.

Pero la persona es algo más. Desde nuestro interior tanto la pregunta como la búsqueda de la respuesta tiene una hondura mayor. En el silencio de nuestro interior suele existir una mayor amplitud de miras.

Reconocernos desde esa parte sagrada de lo que somos: “tierra sagrada” ; puede transportarnos a otras alternativas que te pueden llevar a un compromiso más global, a más alto nivel.

En el camino de nuestra vida siempre nos encontramos con personas que llegan a ser referentes, ¿Has oído hablar de Jesús de Nazareth, conoces su andadura? ¿Podría ser un referente para tí? Es cierto que el camino escogido por Jesús rayaba la utopía, pero también es cierto que la utopía es despertadora, incitadora de nuevos caminos, nuevas metas que siempre han supuesto una mejora para la humanidad. Te atreves a seguirle y orientar tu vida a su manera?

Queremos presentar una propuesta.

¿Quieres pertenecer a un Instituto Secular? ¿al Instituto Secular Vita et Pax?

¿Que significa pertenecer al Instituto Secular Vida et Pax?

Pues pertenecer al Instituto Secular Vita et Pax es tomar la opción de ser seguidoras de Jesucristo, de querer identificarte con Él, mirar como Él, sentir como Él,… conocerlo, vivir el Evangelio y ser defensoras de la Vida y sembradoras de Paz junto a un grupo de mujeres que han trabajado durante muchos años por la igualdad, la justicia y la Paz de mujeres y de aquellos que buscan un mundo mejor, donde la fraternidad sea su sello.

Todo ello desde el propio lugar y desde la propia profesión.

Ponte en contacto con nosotras, no pierdes nada y ganas una experiencia de vida.

La Vocación es aceptar que Otro conduzca mi existencia y me lleve donde quizás yo no quisiera ir. El desafío es cómo pasar de la ayuda para la acción a una respuesta a Dios, que llama.
La respuesta a Dios no se hace desde la perfección, sino desde la conciencia de quererle responder desde mis debilidades.
Algunas vocaciones en nuestra historia antigua:

Por: P. Cornelio Urtasun. Fundador Vita et Pax. († 1.999)

Entre los propósitos que hiciera en los inolvidables Ejercicios para el subdiaconado figuró el de leer el Nuevo testamento, primeramente, los evangelios después todo lo demás. En los evangelios tantas veces leídos y comentados yo no hacía más que encontrar perfiles y más perfiles del Señor, a cual más encantadores, en los que jamás había reparado. A los evangelistas los miraba yo como amigos del alma que me hablaban con más cariño de Jesucristo.

Sobre todo, el encuentro con S. Juan, a quien tenía mi miaja de manía porque su evangelio era muy raro, fue algo encantador. De una de aquellas lecturas data mi vocación a la VIDA.

Aquella frase del pan vivo que baja del cielo, del alimento que da la inmortalidad… me sonaban con fuerza y armonía arrebatadoras:

El que come mi carne y bebe mi sangre
ese se mete dentro de Mí y Yo dentro de él.
Pues así como Yo vivo de la vida de mi Padre
-Fuente de vida- que me envió,
de igual manera el que me come
vivirá de mi misma VIDA”

La impresión fue enorme. Yo le como todos los días en mi comunión, esa es la gran verdad. Más claro no lo pudo decir el Señor: el que me come vivirá, ¡VIVIRA DE MI VIDA! No recordaba nunca hablar de vivir la vida de Jesucristo. Sin embargo, ni por un momento vacilé en tirarme de cabeza hacia aquel océano de Vida que acababa de descubrir.

Loco como andaba con todo lo que oliera a Eucaristía me fue sencillísimo encontrar mi petición. La encontré en el Adorote Devote: “DE TE VIVERE”.

Mi enamoramiento con Jesucristo me llevará instintivamente a vivir unido a él. ¿Unido hasta qué punto? Hasta la fusión plena con Él. Hasta llegar los dos a ser una sola y misma cosa, un único Amado, un solo Jesús, viviendo de una misma vida, la de Jesucristo, pensando con un idéntico pensar, queriendo y amando con un mismo sentir

¿Posible? Nos vamos al evangelio de Juan: “El que come la carne de Jesucristo y bebe su sangre permanece, está , se incrusta, en Jesucristo y Jesucristo en él”. ¿Cómo? Viviendo una misma vida, la de Jesucristo.

Como ejemplo de la fusión que entre comulgante y Comulgado, amante y Amado existe, sube nada menos el Señor al seno del Padre, a la fusión que entre Él y su Padre existe. Así como él vive de su Padre y son una misma cosa, porque viven de una misma vida. ¿Qué vida es esa? La VIDA de Jesucristo. Qué unión tan perfecta la que entre el Padre y el Hijo vemos que existe en todo momento. Qué concordia la de su querer, qué identidad la de su pensar.

Qué dicha la del Señor, vivir en el Padre y el Padre en él, verle a él es ver al Padre.

Qué dicha la mía, la vuestra, la de nosotros que comulgamos; vivimos en Él y Él en nosotros; viviremos en Él y Él en nosotros, ver a nosotros, ver a Jesucristo.

Así como los sarmientos viven de la vida de la vid y son una misma y sola cosa porque viven del mismo flujo vital, así nosotros sarmientos, vivimos de la Vid: Jesucristo, y formamos una sola y misma cosa, un único Amado un solo Jesús, pues vivimos de una misma vida, la suya , la del Padre.

El que me come vivirá de mi vida”. ¡Vaya programa! Discurrir con idéntica mentalidad, tener una misma mentalidad! ¡Pensar como Él!¡Querer como Él!

Esa es la gran verdad, le comemos, viviremos de su Vida: se irá grabando en nosotros toda su manera de ser, todas sus ideas, sus afectos, todo. Iremos reaccionando poco a poco a lo Jesucristo.

¡VIVIR DE SU VIDA!

Impregnándome de Él, respirando con su mismo aliento, siendo un mismo pensar, un idéntico sentir, una misma mentalidad, un mismo afán. Que Él fuera apoderándose de mí como la gangrena se va cebando en el cuerpo herido. Que Él, divina semilla, fuera creciendo en la tierra de mi alma hasta apoderarse de ella por completo. Que Él me fuera impregnando nada más que a Él por todos los poros. Que me fuera coloreando de Él, para que se perdiera todo mi “yo”. Que mi vida entera nacida de la Vida, fuera una perenne Epifanía de ella, de su oración, de su sacrificio, de su amor

¿Cómo? POR LA EUCARÍSTIA

Así miro yo al alma que comulga: como una buena cantidad de agua insípida, incolora. Cada mañana va cayendo sobre ella esa gota de Jesucristo que viene en la comunión de su Cuerpo y de su Sangre. Día a día, año tras año, van cayendo sobre mi alma esas gotas de Jesucristo, esas gotas van coloreando a mi alma de Él. ¿Qué pasa? Que mi alma se va impregnando de Jesucristo. Los que se asomen a mi alma ya no le verán más que a Él.

Vivir de la Vida de Jesucristo y vivir zambullidos en Él. ¿Cómo es vivir de Jesucristo y en Jesucristo “in Chisto Jesu”? Caemos en Jesucristo como las gotas de agua caen sobre el vino que cada mañana pongo en el cáliz. Y así como ellas desaparecen y no queda a la vista más que el vino vertido, de igual manera desaparecemos nosotros y no se ve otra cosa que a Jesucristo que vive en nosotros. Nosotros vivimos de El y en El, perdidos, escondidos por completo.

Eso debe de ser zambullirse In Christo. Ahora sí que comprendo bien aquella frase de Pablo: “Revestíos, empapaos de entrañas de misericordia”. Al zambullirnos en ese océano de Vida que es Jesucristo, se comprende que se empapen las entrañas de la misericordia de Aquel que fue todo misericordia. Somos dos que terminamos siendo uno, pues vivimos de una sola Vida, con un solo pensar y un idéntico sentir. La transformación en Jesucristo es lenta, suave, de cada día, de cada año, hasta el final de mis días…

Si quieres ir descubriendo lo que Dios espera de ti, te ofrecemos acompañamiento vocacional a través de nuestro Secretariado de Espiritualidad. Puedes ponerte en contacto con:

Dirección de correo: vidapaz@vitaetpax.org

Por: Secretariados de Formación y Espiritualidad de Vita et Pax.

Cada persona tiene su llamada de Dios única e irrepetible. Lo vemos con nitidez en los relatos bíblicos: liberar al pueblo, organizarlo, presidir asambleas, cantar, profetizar, animar, guiar… Misiones grandes y pequeñas, importantes y menos importantes. Misiones que valen para siempre o para muchas generaciones, y otras pasajeras o sólo para la persona que la recibe.

Y para llamar, Dios usa los más variados medios de comunicación: sorteo, aclamación, sugerencia de la comunidad, percepción de las necesidades del pueblo, llamada interior, sueños… ¡Ninguna vocación se repite!

La llamada de Dios no quita la libertad de las personas; cada una reacciona a su modo ante la misión que recibe. Cada una libra dos luchas: la gran lucha de la transformación del mundo y la pequeña lucha interior de la conversión personal. Las dos son igualmente importantes.

Pero, pasemos a ver las “fotografías” del álbum de la familia de Dios:

  • Abraham: llamado a ser el padre de un pueblo, le cuesta creerlo y se prepara otros proyectos (Gn 12,1-3; 15,1-6; 17,15-22; 22,1-8).

  • Sara: cuando la llama Dios se ríe. Le cuesta creer en la llamada, en Abraham y en sí misma (Gn 18,9-15).

  • Moisés: llamado para liberar al pueblo, tiene miedo y se excusa, pero acaba aceptando (Éx 3,11.13; 4,1.10.13).

  • Miriam: llamada por su talento y por la necesidad del momento, convoca a las mujeres para celebrar la victoria (Éx 15,20).

  • Débora: llamada para liberar al pueblo en un momento difícil de su historia, llama a otras personas para que le ayuden (Jue 4,1-10).

  • Ana: recibe la llamada para ser madre del profeta en el momento en que desahoga su corazón ante el Señor (1Sam 1,9-18).

  • Saúl: a pesar de ser llamado por aclamación, ungido y elegido a suerte (1Sam 10,1-8.17-24), no supo mantenerse fiel.

  • Oseas: un drama familiar y una fuerte experiencia de amor le ayudan a descubrir su misión al servicio del pueblo (Os 1,1-3,5).

  • Jonás: es la imagen del profeta que no tiene la valentía de asumir su llamada y huye (Jo 1,3).

  • Isabel: cree en la llamada, concibe y reconoce la presencia de Dios en María (Lc 1,23-25.41-45).

  • José: llamado a ser esposo de María, rompe con las normas de la época y no repudia a María (Mt1,18-25).

  • María: acostumbrada a meditar los acontecimientos (Lc 2,19.51), escucha y acoge la Palabra del ángel, encarnándola en su propia vida.

  • María Magdalena: llamada por Jesús a ser la primera testigo de la resurrección (Mc 16,1.9; Jn 20,11-18).

  • Bernabé: el primero en compartir sus bienes (Hch 4,36ss), es llamado para cumplir misiones complicadas (Hch 9,26-27; 11,22-26; 13,2).

  • Lidia: siente la llamada al oír la predicación de Pablo y se convierte en la primera coordinadora de las comunidades en Europa (Hch 16,14ss).

  • Priscila y Aquila: matrimonio amigo de Pablo. Los dos responden a la llamada combinando las exigencias de las comunidades con las posibilidades de su profesión (Hch 18,2-3; Rm 16,3-5).

Si quieres tú formar parte también en esta lista e ir descubriendo lo que Dios espera de ti, te ofrecemos acompañamiento vocacional a través de nuestro Secretariado de Espiritualidad. Puedes ponerte en contacto con:

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… y de nuevo Moisés y su llamada

Vocación de Moises

Por: Secretariados de Formación y Espiritualidad de Vita et Pax.

El encuentro decisivo en la vida de Moisés ocurre durante un día normal de trabajo: “Moisés era pastor del rebaño de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián. Una vez llevó las ovejas más allá delY de nuevo Moises desierto; y llegó hasta Horeb, la montaña de Dios” (Ex 3,1). Moisés era un hombre extranjero que trabajaba para vivir. Como tantos hombres y mujeres de su tiempo y del nuestro. Durante ese trabajo humilde y por cuenta ajena es cuando ocurre el acontecimiento que cambiará su historia.

Las fábricas, las oficinas, las aulas, los campos, las casas… pueden ser y son el lugar de los encuentros fundamentales de la vida, también del encuentro con Dios. Los momentos decisivos nos llegan en los lugares de la vida ordinaria, mientras trabajamos o simplemente, vivimos y convivimos. A veces, podemos participar en liturgias, hacer peregrinaciones, retiros espirituales y vivir experiencias espléndidas. Pero los acontecimientos que nos cambian ocurren en la vida diaria, cuando, sin buscarla ni esperarla, una voz nos llama por nuestro nombre en los lugares humildes de la vida. Fregando los platos, corrigiendo los deberes, conduciendo un autobús, haciendo la compra o pastoreando un rebaño junto a las zarzas que arden en nuestras periferias.

Moisés no es elegido por ser bueno o por ser mejor que otros u otras. Moisés sabe escuchar la voz que le llama y responde “heme aquí”. Una voz que, encima, no conoce. Moisés no se había educado con su gente. Había crecido con los egipcios, había vivido en un pueblo extranjero, con otros dioses. No había oído las historias de los patriarcas en las largas noches bajo la tienda. Los mismos nombres de Abraham, Isaac y Jacob le decían poco o nada.

Por eso, Moisés dialoga con Dios, discute con Él, le pregunta su nombre, le pide señales, se resiste, presenta objeciones y al final se pone en camino: “Ahora, pues, ve…”. En este diálogo se nos desvela una dimensión esencial de toda vocación profética. No es tener mucha capacidad para hablar ni tener mucha técnica lo que da contenido y fuerza a la profecía. Hay profetas que han salvado y siguen salvando a gente sin saber casi hablar ni escribir, profetas que han hablado y escrito palabras de vida.

La profecía es gratuidad, y su primera expresión es reconocer que la vocación recibida es un don, no mérito humano. La persona llamada no es dueña de la voz. Las únicas palabras que el profeta necesita saber decir es: “Heme aquí”, como Moisés. Y Dios no es un soberano que imparte órdenes a sus súbditos. Es el Dios de la alianza que dialoga, convence, se enfada, argumenta… Y necesita el sí de Moisés para actuar en la historia, como necesitará más tarde el sí de María y ahora nuestro propio sí para seguir actuando en el hoy de la historia.

Si quieres ir descubriendo lo que Dios espera de ti, te ofrecemos acompañamiento vocacional a través de nuestro Secretariado de Espiritualidad. Puedes ponerte en contacto con:

  • M. Carmen Martín Gavillero. Teléfono     678 89 88 38.
  • M Jesús Antón Latorre. Teléfono    660 76 91 28.

Dirección de correo:  vidapaz@vitaetpax.org

Desde dentro y desde abajo

Por: Secretariados de Formación y Espiritualidad de Vita et Pax. Madrid

Para Vita et Pax el Adviento siempre tiene un sabor especial. Junto con toda la Iglesia esperamos la venida de nuestro Salvador y, en el corazón del mismo, en la festividad de la Inmaculada Concepción, desde los orígenes del Instituto, tenemos la costumbre de celebrar las oblaciones de las nuevas jóvenes que se quieren consagrar a Dios.

Sin ruido, sin titulares, sin parafernalia, en este Adviento 2017, dos jóvenes, después de unos años de preparación, decidieron decir sí a la llamada de Dios con todas sus consecuencias. Y también desde los orígenes, a este acto de entrega personal lo hemos llamado oblación. Oblación significa ofrenda y sacrificio que se hace a Dios, es decir, entregamos nuestra vida a Dios. Pero no hay nada nuestro que no hayamos recibido primero. Lo que somos, lo que hay de más precioso en cada una, lo más bello de nosotras mismas, no depende de nosotras. Nos es dado. Darse simboliza el amor. Quien ama da al otro o a la otra lo que necesita, es más se da a sí misma. Y se da sin calcular, en gratuidad, al estilo de Jesús.

En el fondo está nuestra libertad para elegir y nuestra voluntad para mantener esa decisión. Nadie nos obliga a consagrarnos. Hemos “escuchado” la llamada de Dios y le decimos SÍ. Y lo hacemos a través de una mediación, el Instituto Secular Vita et Pax. Somos un grupo de mujeres con una espiritualidad y una misión concreta que bebe de un carisma regalado por Dios.

La fórmula de la oblación empieza diciendo: Mi buen Jesús, yo quiero hacer algo por ti. En la Historia de la Salvación, la historia que cuenta la relación de Dios con los seres humanos y de los seres humanos con Dios, sorprende la colaboración que Dios ha pedido a hombres y mujeres y que estos han podido ofrendar a Dios, de la cual, como vemos tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, ha dependido la intervención de Dios en el mundo. Conocemos la colaboración de mujeres bíblicas: Ruth, Isabel, María de Nazareth…; conocemos la colaboración de nuestras primeras compañeras de Instituto: Venturi, Esperanza, Lola, Margarita… Y, este año, se unieron para colaborar con Dios Pauline y Beatriz.

Desde dentro y desde abajo

Estamos, además, dentro de la Secularidad Consagrada, es decir, seguimos siendo laicas. Y como a cualquier laica o laico, lo que nos caracteriza es nuestro “ser-en-el-mundo” o mejor dicho, nuestro “ser-para-el-mundo”. Por tanto, nuestra vocación propia consiste en ser testimonio de Cristo muerto y resucitado en medio del mundo; vivir su fe, esperanza y caridad a través de la inserción en la sociedad.

Estamos llamadas a vivir nuestra fe y misión desde una vida totalmente inmersa en las condiciones, relaciones y actividades propias de la sociedad en la que vivimos, es decir, en la profesión civil, en la vida familiar, en las relaciones sociales, políticas, económicas… De esta forma, estamos llamadas a realizar en la vida la enseñanza de Jesús de ser fermento en la masa (Lc 13,21), aportando con nuestra vida una Buena Noticia al mundo, para transformarlo y recrearlo desde los valores del Reino.

Desde dentro y desde abajoNuestro templo es el mundo porque es ahí donde Dios “puso su tienda” y busca siempre que en ese mundo haya más justicia, libertad y fraternidad. El ser y el actuar en el mundo son para nosotras no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también una realidad teológica y eclesial. Esto es muy importante porque, entonces, la presencia cristiana en el mundo ya no será desde fuera y desde arriba, sino desde dentro y desde abajo.

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Una vocación gozosa

Por: Secretariados de Espiritualidad y Formación. Vita et Pax. Madrid.

Una vocación gozosaHay personajes en la Biblia con sus llamadas de Dios que se quedan escondidos, medio ocultos, poco sabemos de sus vidas, pero son muy importantes, sin ellos, la historia de la salvación no se hubiese desarrollado tal como la conocemos. Uno de estos personajes es Miriam, la hermana de Moisés y Aarón. Tal vez, la gran fama de sus hermanos, tapó la suya.

La voz de Miriam resuena en uno de los fragmentos más antiguos de la Biblia (Ex 15,20-21). El cántico de Miriam es un himno de victoria de épocas muy antiguas, quizá de cuando los israelitas todavía eran un puñado de tribus en guerra con sus vecinos. Ella es la portavoz del júbilo, toca, canta y danza. Pero además, Miriam es una figura fascinante, podemos vislumbrar en ella a una mujer fuerte y animosa, llena de fe que ha respondido con gozo a la llamada de su Dios.

Miriam es la jovencita que, en complicidad con su madre y para salvar la vida de su hermano recién nacido, arroja la canastilla con el bebé en las aguas. Corren tiempos duros para los hebreos afincados en Egipto. El faraón ha ordenado que los primogénitos varones de este pueblo sean arrojados al Nilo y las desesperadas madres buscan mil y una maneras de salvarlos.

Miriam es la niña que, vigilante entre los cañaverales, observa cómo su hermano es recogido por la hija del faraón. Acude prontamente ante la princesa y le ofrece buscarle una nodriza, su propia madre. De esta manera, el pequeño no perderá totalmente el contacto con sus raíces.

Años más tarde, cuando Moisés es llamado por Dios y emprende la misión de sacar a su pueblo de Egipto, el cronista del Éxodo nos presenta a Miriam como “la profetisa, hermana de Aarón” (Ex 15,20). El don de la profecía le ha sido concedido y se convierte en misión, sus palabras llevan el eco de Dios, transmiten su fuerza.

Los hebreos huyen de Egipto y son perseguidos por el ejército del faraón hasta la ribera del mar Rojo, que logran atravesar a pie enjuto. Cuando los egipcios se lanzan tras ellos, el mar se cierra sobre la tropa y son engullidos por las olas. Y entonces, Miriam, tomando un pandero, sale a cantar y a danzar la gloria de su Dios, que los ha rescatado de las aguas del mar Rojo y de la furia del faraón. Todas las mujeres del pueblo se unen a ella, alborozadas, bailando y tocando instrumentos.

Miriam compartió con sus hermanos y el pueblo el recorrido completo desde Egipto hasta la tierra prometida. Día tras día sufrió, como todos, el polvo del camino, el calor del sol, la ansiedad de las gentes, las incertidumbres del trayecto, los avatares del viaje… Cuando el pueblo se empezó a quejar, Miriam aportó la luz y la esperanza. Devolvió la música a los corazones que durante semanas únicamente habían conocido la presión y el sacrificio.

Miriam personifica el gozo de la mujer que ha escuchado la llamada de Dios y ha respondido con generosidad. Su alegría es exultante y se expresa en forma de cánticos y danzas. Arrastra a las demás mujeres. Vemos en ella a la mujer líder que entusiasma a sus compañeras, movida por el júbilo de un Dios que la colma. Su fe ha sido correspondida y sabe celebrarla, encendiendo la llama de la fiesta a su alrededor.

Dios siempre actúa a través de mediaciones y Miriam ha sido una buena mediadora de Dios desde su juventud. No ha permanecido pasiva. Se ha arriesgado varias veces por salvar la vida de su hermano y ha sabido acompañar al pueblo desde el gozo y el canto. Miriam “hace camino al andar”, ciertamente, es una buena compañera de camino.

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Jonás supera su miedo

El miedo de Jonas

Por: Secretariados de Espiritualidad y Formación. Vita et Pax. Madrid.

Jonás supera su miedoLa vocación de Jonás es muy interesante. Dios, preocupado por los problemas de Nínive, llama a su profeta y lo convoca para que vaya a la gran ciudad y proclame allí un mensaje de arrepentimiento (1,1-2). Pronto descubrimos que el problema de Dios no es Nínive, el problema es Jonás. El profeta de Israel que pretende ocultar la llamada de Dios y se escapa.

Jonás recibe su vocación como enviado de Dios, sabe que Dios le llama para extender su mensaje entre los pueblos de la tierra. Es consciente que esa tarea es arriesgada y, al parecer, poco agradable. Prefiere negar su vocación, eludir el mandato de Dios y refugiarse en una tierra donde pueda estar tranquilo, sin más ocupación que preocuparse de sí mismo.

Recordamos que Nínive era la capital del gran imperio asirio, rica y violenta. Dios quiere que su profeta, Jonás, vaya allí, por eso le llama. Dios le dice “levántate”, “vete”. Se supone que el profeta estaba sentado y quieto, afincado y seguro en su propia casa. A través de su llamada, Dios le pone en pie y le envía a través de un camino hacia el mundo (1,1-2).

Pero a Jonás le nace el miedo. Le horroriza la misión de Dios y quiere borrar hasta el recuerdo de su encargo (1,3). La contraposición no puede ser más fuerte: Dios le dice que se levante para ir a Nínive. Jonás, en cambio, se levanta para huir.

No es la única huida que aparece en la Biblia. Elías se escapó del conflicto para encontrase con Dios en la montaña. Los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35) huían por desilusión y fracaso. Lo diferente es que Jonás empieza su tarea escapando.

Esta huida de Jonás refleja un tema que podemos encontrar en toda historia vocacional, también en la nuestra. Siendo hermosa y creadora, la vocación acaba resultando, a veces, algo conflictivo. La llamada de Dios nos perturba, nos roe por dentro, nos quita la paz y nos estorba. Por eso, preferimos rechazarla.

Podemos observar en Jonás su propia disputa vocacional interna. Luchan en su interior la Palabra de Dios que le llama y su propia palabra, el deseo de tranquilidad y vivir su vida a su antojo. También nosotras hemos experimentado este conflicto. Nos llama Dios y, al hacerlo, dentro de nosotras se produce una contradicción. Por eso, se necesita un tiempo de búsqueda, de discernimiento, de acompañamiento… para descubrir, acoger y gustar esa llamada de Dios.

Jonás se pregunta, por qué debo ocuparme de los otros; por qué debo arriesgarme y arreglar temas ajenos. La misión me compromete, me introduce en situaciones que no he buscado, me desinstala, me hace correr riesgos. Al final, Jonás obedece, se pone en pie, asume su camino y llega a Nínive. Esta es la lucha de la vocación, una experiencia que puede parecer dura y, sin embargo, a su término, es consoladora, es más, es creadora.

Quien hace el camino de Jonás puede llegar a conocer la voz de Dios desde el fondo del propio miedo, desde el interior de la angustia. Dios no llama sólo a la luz del claro día. Llama también desde la incoherencia del propio interior, en medio de mis miedos, inquietudes y agobios. Dios llama igualmente a las personas que parece que quieren huir y han tomado ya el último billete de un barco que les llevará lejos.

No todos ni todas somos Jonás, es evidente. No hemos recorrido su camino tortuoso de evasión y miedo. Pero es muy posible que muchas y muchos sigamos de algún modo sus pasos. Es aquí donde podemos afirmar que la vocación es la persona. No hay tipos de vocación sino tipos de personas, itinerarios de búsqueda y descubrimiento de Dios.

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Por: Secretariado de Espiritualidad. Vita et Pax.

somos vocacionLa palabra vocación se deriva del latín vocare o llamar, por eso, este término nos sitúa en el lugar donde la vida se interpreta en forma de llamada. No tenemos una vocación como pudiéramos tener otras ideas, deseos, propiedades… somos vocación, es decir, vivimos y nos realizamos como personas sólo si escuchamos la voz que nos dirigen y nosotras mismas respondemos.

Soy porque me han llamado. Existo por gracia personal de otras personas; ellos y ellas me han hecho nacer a la existencia. Soy porque alguien ha querido que yo sea; me han llamado a la existencia, me han ofrecido un nombre y me han hecho persona. No he surgido por mí misma, me han llamado. Por eso, antes que mi vocación, como fundamento de mi vida, está la vocación de aquellas y aquellos que han querido que yo sea.

Soy porque me han llamado, es verdad, pero en un momento determinado, he de afirmar que soy porque quiero, porque asumo la vida y la realizo. Soy porque quiero, lo quiero, me quiero. No vivo sólo desde fuera (porque me llaman) sino porque yo misma acepto y realizo mi existencia. No nacemos como seres ya terminados. De una llamada nacemos, de la respuesta depende aquello que seremos.

Es más, existo como persona porque alguien (padres, compañeras, compañeros, amigas, amigos…) me han ido llamando, porque han despertado mi conciencia y me han capacitado para responder siendo yo misma. Pero existo, de forma superior, porque también me han educado para estar a la escucha de Dios, superando así el espacio de un diálogo puramente humano. Hemos surgido a la existencia por la llamada de Dios y también por la llamada de mujeres y hombres dentro de la historia. Por eso nuestro ser es vocación.

Desde el comienzo de su historia las personas han ido descubriendo que el mismo Dios les invita y llama a la existencia. La voz de Dios nos llama desde el fondo de todas las restantes voces de la vida: naturaleza, historia, conciencia… pero sin identificarse con ellas. La vida es un camino en el que vamos descubriendo, al mismo tiempo, nuestra propia realidad y al mismo Dios.

La vocación no obliga, no se impone. Dios comienza pronunciando nuestro nombre y así nos capacita para situarnos delante de él, con libertad completa. Quien quiera llamar imponiendo no llama sino que arrastra. Quien cierra las restantes opciones y sólo nos deja ante la suya nos impide realizarnos como personas. No respondemos a Dios a nivel de conceptos. A Dios sólo podemos responderle con la vida hecha palabra. Ir descubriendo lo que somos, o mejor dicho, ir realizando nuestra vida como respuesta a la llamada de Dios en Jesucristo, eso es vocación cristiana. Por eso la vocación no es de un momento. La vocación es la vida entera interpretada como diálogo, en llamadas y en respuestas sucesivas que sólo se completan o culminan al final de la existencia.

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Por: Secretariados de Formación y Espiritualidad de Vita et Pax

“El laico o laica es una persona bautizada, discípula de Jesús y miembro del pueblo de Dios” (Cf. LG 31).

Hasta el Concilio Vaticano II a los laicos se nos definía por lo que no somos: ni sacerdotes ni religiosos. El Concilio buscó superar esta definición negativa para afirmar que el laico o laica es una persona bautizada, discípula de Jesús y miembro del pueblo de Dios.

Por el bautismo los laicos se convierten en hijos de Dios, miembros de Cristo y de su cuerpo, que es la Iglesia; son consagrados como templos del Espíritu y participan de la misma misión de Jesucristo.

La persona laica no sólo pertenece a la Iglesia sino que es Iglesia. La Iglesia no está plenamente constituida si, junto a los obispos, sacerdotes y religiosos, no existe un laicado adulto y responsable.

La persona laica está llamada a vivir su fe y misión cristianas desde una vida totalmente inmersa en las condiciones, relaciones y actividades propias de la sociedad en la que vive, es decir, en su profesión civil, en la vida familiar, en las relaciones sociales, políticas y económicas. De esta forma, está llamada a realizar en su vida la enseñanza de Jesús de ser fermento en la masa (Lc.13,21).

Según el Concilio Vaticano II: “A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el Reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el la vocación esencialsiglo, es decir, en todos y en cada uno de los órdenes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí, llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento”.

El papa Francisco lo dice una y otra vez, de una manera clara y contundente: el laico debe “primerear” para “hacerse prójimo”, con una especial atención a las “periferias existenciales”.

A su vez, las personas laicas somos movidas por una profunda espiritualidad. La espiritualidad laical es un modo de pensar, de decir, de estar en las situaciones de la vida cotidiana, preguntándose: “Y Tú, Señor, ¿qué harías en este momento, en esta dificultad, en esta situación?”. No se trata de repetir, sino de hacer memoria, de transmitir una visión de la vida, un estilo, un compromiso como el de Jesús.

Dentro del laicado han surgido los Institutos Seculares como Vita et Pax. Somos laicos, hombres y mujeres, que queremos vivir la consagración a Dios en medio del mundo, en la cotidianidad de la vida.

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Por: Secretariados de Espiritualidad y Formación de Vita et Pax

Las cuatro de la tardeEncontrar a Jesús es antes que nada ser encontrada por Él: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros…” (Jn 15,16). En este encuentro descubrimos dónde vive el Señor y cuál es la misión que nos confía. Los evangelios presentan varios relatos de encuentros con Jesús. Entre ellos hay uno de Juan que resulta particularmente rico: Jn 1,35-39. Se nos narra cómo Juan Bautista muestra a Jesús como “el cordero de Dios” a dos discípulos suyos y estos dos se fueron detrás de Él. Jesús les pregunta qué buscan y ellos le responden con otra pregunta: dónde vives…

Juan Bautista cede el paso e invita a sus discípulos a seguir a quien él había preparado el camino, y lo presenta como el “cordero de Dios”. No es casualidad. Esta expresión nos traslada al Éxodo. El cordero de Dios es la víctima de la Nueva Alianza; Juan advierte, desde el inicio, que su sangre será derramada como la del cordero de la Antigua Alianza. No obstante, los dos discípulos siguen a Jesús. Antes de hacerlo han quedado advertidos de las dificultades y los conflictos que enfrentarán al tomar el camino del cordero de Dios. No es una ruta fácil.

El verbo “seguir” indica el movimiento de los discípulos tras los pasos del maestro; indica tanto la aceptación obediente a la llamada de Jesús como la creatividad exigida por el nuevo camino emprendido. Los discípulos lo hacen en silencio, un silencio cargado de sentido porque su seguimiento es ya una adhesión a su persona y una aceptación de las consecuencias. Han dado el primer paso.

Jesús rompe el silencio y les pregunta: “qué buscáis”. Interpelación directa, insoslayable, ella se encamina a discernir la calidad de esa adhesión. Jesús los sitúa delante de su verdad. No basa seguirlo, hay adhesiones que no son confiables y otras que se quiebran ante las primeras exigencias. La cuestión de Jesús se dirige a todas las personas que pretendemos seguirlo, cualquiera que sea la época a la que pertenezcamos.

Los discípulos responden con otra pregunta “dónde vives”. Con ella se autoinvitan a la intimidad de Jesús. Jesús invita a los discípulos a entrar en su terreno, a venir y ver dónde mora, a aceptar sus consecuencias. El texto, sin embargo, no da ninguna referencia sobre la vivienda de Jesús. Nada impide pensar que este galileo, predicador itinerante, no la tenía (Mt 8,20). Su misión le ha hecho ensanchar las fronteras de su morada y de su familia (Mt 12,50).

Juan mismo nos da, no obstante, una pista sobre la residencia de Jesús. En el prólogo a su evangelio nos dice: “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Ese es el lugar de la vivienda de Jesús: la tienda que puso en medio de nosotros, en el centro de la historia. Jesús vive en su tarea de anunciar el evangelio.

Eso fue lo que vieron los discípulos; y porque decidieron enrolarse en esa tarea, permanecieron con Él desde aquel día. Jesús y los dos discípulos –pronto seguirán otros- comparten la vida. El seguimiento de Jesús implica para todos el compromiso en una misión, para lo cual, como Jesús, es necesario acampar en la historia humana y desde allí dar testimonio del amor del Padre.

Juan no olvidó la hora en que encontró a Jesús: “Serían como las cuatro de la tarde”. Igual que todo hecho que marca nuestra vida, el recuerdo de ese encuentro permanece con detalle y deja huellas imborrables. La hora precisa no parece tener, en tanto que tal, significación para nosotros; efectivamente, nos sería igual que el acontecimiento hubiese tenido lugar a las diez de la mañana o a las dos de la tarde. En su pequeñez, la mención precisa de la hora se halla cargada de un profundo mensaje. Todas y todos tenemos de esos “cuatro de la tarde” en nuestras vidas, momentos fuertes de encuentros con el Señor en los que se alimenta nuestro ser y nuestro pozo espiritual. Son el manantial al que una y otra vez vamos a beber.

Por: Secretariados de Espiritualidad y Formación de Vita et Pax.

Logo año de la Vida ConsagradaTú, sígueme” es la palabra que determina nuestra vida consagrada. Un “tú, sígueme” pronunciado por Jesús y escuchado de forma misteriosa a veces; clara, muy clara, otras; secundada con sorpresa, a veces; y siempre con gratitud por parte de quien hace este seguimiento. Es una llamada de amor para el amor; una historia que comienza con una palabra de intimidad, de encuentro, y que se traduce en gesto, gestos de amor. ¿No comienza toda historia de amor entre dos personas con una palabra?: “Te quiero”.

Así es la historia de Dios con la humanidad. Dios puso en marcha la creación con una palabra: “Hágase”; y se hizo la vida. Del mismo modo la historia de María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti…”. Y dijo María: “Hágase”. Y así la historia de los discípulos y discípulas que al escuchar a Jesús “sígueme”, dijeron con su vida: “Hágase”.

La vida consagrada no es un estatus, ni leyes que hay que obedecer, ni un seguro de vida, ni una serie de verdades que hay que aceptar y creer… La vida consagrada es una llamada personal a una historia, una historia de amor que comienza con esa palabra escuchada a veces en medio de otros ruidos y palabras, y que siempre se traducirá en vida: “Tú, sígueme”.

Una historia en la que la iniciativa es de Él, porque lo que quiere es expandir su amor, ofrecerse como Palabra viva, como camino, verdad y vida. Y, por consiguiente, una historia en la que solo nos queda escuchar la invitación, acogerla y agradecerla. Y la forma de agradecer es seguirlo, ir con Él, amar lo que Él ama, rechazar lo que Él rechaza, aceptar la dirección que Él toma en la vida, servir a los que Él sirve, mirar todo, (la vida, la muerte, la persona, la relación la salud, la enfermedad, el trabajo…, todo, todo), en la forma en que Él mira.

La vida consagrada es una llamada desde el amor y para el amor.

Si quieres ir descubriendo lo que Dios espera de ti, te ofrecemos acompañamiento vocacional a través de nuestro Secretariado de Espiritualidad. Puedes ponerte en contacto con:

Dirección de correo:vidapaz@vitaetpax.org

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