Alégrate María
Festividad de la Asunción de María de Nazareth al Cielo
Por: Josefina Oller. Vita et Pax. Guatemala
Textos Litúrgicos:
Ap 11, 19a;12,1-6a.10ab
Sal 44
1Cor 15, 20-27
Lc 1, 39-56
Un año más celebramos querida Madre María tu dormición, tu paso -que seguro fue discreto como toda tu vida- a la Casa del Padre. Te esperaría la Trinidad al completo junto con coros de ángeles y buena parte de los discípulos y discípulas que ya se adelantaron. Hubo FIESTA MAYOR EN EL CIELO. También ahora la comunidad cristiana está invitada a contemplarte con todo tu esplendor: “una mujer revestida de sol, con la luna bajo sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas” (Ap. 11, 19) y a celebrar contigo tu PASCUA: tu muerte y tu resurrección que, al igual que la de tu Hijo es kerigmática, se vuelve anuncio de esperanza, seguridad de que la vida de los creyentes no termina, se transforma y alcanza su plenitud.
Pero… la liturgia no nos quiere a nosotros(as), todavía peregrinos por este mundo, encandilados mirando al cielo como les dijo el mensajero a los apóstoles que veían como Jesús ascendía. Nos lleva a Nazareth y allí te encontramos María, adolescente, como cualquier joven de tu edad, hija de unos padres fieles a las tradiciones de la religión judía. Ellos te enseñaron a saborear la Palabra, a obedecer, a meditar la ley del Señor. Y de pronto, en un día cualquiera, tuviste una experiencia que jamás podía imaginar: Dios mismo, hecho fino mensajero, pidiendo tu colaboración en el GRAN PROYECTO DE LA SALVACIÓN. Una vez más Dios se vale de lo más sencillo y humilde para llevar a cabo sus obras.
Te sorprendiste, ¡cómo no!, te turbaste, pusiste un interrogante que en seguida se te aclaró y con toda humildad pronunciaste tu SÍ sintiéndote sierva del Señor, sin saber lo que se te venía encima pero dispuesta a cumplir su voluntad. Gracia María, muchas gracias. Intuiste sin embargo que lloverían sorpresas, incomprensiones, críticas familiares y vecinales. ¡Cuántas cosas bullirían en tu mente! Y aprendiste a vivir de fe y a “guardar y meditar el Misterio de Dios en tu corazón”. Te quedaste llena de alegría y paz, pero sin contemplarte a ti misma porque el ángel se fue, no sin antes haberte anunciado que tu prima Isabel esperaba un hijo en su vejez.
Reaccionaste rápida, te fuiste presurosa por las montañas de Judea y llegaste llena de gozo a Ain Karim. Seguro que no sentirías la fatiga del largo camino, tu deseo de ayudar te impulsaba y tu actitud de servicio se despertaba ya.
A tu llegada, de nuevo sorpresas. Con naturalidad saludaste a tu prima y en cuanto ella oyó tu voz, tuvo una inesperada experiencia: “la criatura saltó en su seno” y a ella le saltó la emoción y la intuición de que estaba recibiendo una visita que tenía aire divino. Espontáneamente le salieron las bellas expresiones que completaron el saludo del ángel: sintió que le visitaba la Madre de su Señor, te llamó dichosa porque creíste y te diría muchas más cosas. ¡Qué entrañable encuentro de dos mujeres tan llenas de la Ruah!!!
Porque tú, María, no te quedaste corta, te empezaron a brotar himnos de alabanza, de bendición, de acción de gracias; te saldría a borbotones todo lo que llevabas en tu corazón porque ante las maravillas de Dios, una se llena de asombro y de emoción!
Al evangelista Lucas seguramente que le costó un poco ordenar todos tus sentimientos pero la verdad es que lo consiguió y nos ha dejado para todas las generaciones el profundo y profético MAGNIFICAT. Vale la pena que lo reflexionemos juntas. Es himno que tiene todas las resonancias del primer testamento: admiración y proclamación de la grandeza del Señor, de la alegría de la salvación. Dios, siempre coherente, se fija en los humildes y en los humillados de la historia. Al mismo tiempo, tú María ya intuyes que lo que acaba de suceder en ti, será motivo para que te bendigan todas las generaciones. Al igual que los profetas, fuiste profetisa por excelencia, anunciaste sí pero a continuación denunciaste: Dios derriba las autosuficiencias humanas, confunde los planes de los que alimentan pensamientos de soberbia. Dios destruye los injustificables desniveles humanos, baja a los poderosos de sus tronos y exalta a los humildes; rechaza a los que se apoderan indebidamente de los pueblos y aprueba a los que promueven el bien de las personas y de la sociedad; colma de bienes a los necesitados, despide a los ricos con las manos vacías.
Ciertamente tu canto, querida María, atraviesa la historia, no pierde actualidad, nos hace soñar, desear y empujar la nueva fraternidad, la que alcance a todos los pueblos, a todas las mujeres y a todos los hombres, a toda la sociedad. Nos acompaña la plena seguridad de que Dios no se olvida de su compromiso, ha hecho alianza con sus hijos e hijas, sus promesas son para siempre.
Desde ahí inicias un largo camino en el que hubo de todo: alegrías y dolores, viajes largos y pesados, emigración, vuelta a casa. Pero sobre todo tuviste el gran gozo de tener al Niño, al Joven Jesús a tu lado. Con El y con José tendrías sabrosos diálogos, ¡linda vida la de Nazareth! Luego viste partir a tu Hijo que tenía encomendada una gran misión y le seguiste, te hiciste discípula. Lo acompañaste en su via crucis y en el Calvario, El te hizo madre universal. De nuevo, llena de dolor y de esperanza pronunciaste tu SI, aceptando la misión de acompañar a las comunidades nacientes. Como siempre, todo fue discreto en ti, sabemos muy poco de tu tiempo final. Tu dormición fue silenciosa, no sabemos ni día ni hora. Todo descansa en la fe y el testimonio de esas primitivas comunidades que muy pronto te veneraron como la MADRE DE DIOS.
Desde entonces irradias por el mundo entero tu maternidad y se hace realidad lo que anunciaste: “todas las generaciones me llamarán bienaventurada”. Somos una generación más que te proclamamos dichosa porque fuiste creyente, obediente y fiel y con delicadeza femenina amaste hasta el extremo. Ojalá tus actitudes como estrellas luminosas nos guíen hacia la plena identificación con Jesucristo, nuestra VIDA, nuestra PAZ.
Alégrate María