Algo más que buenos modales

Algo más que buenos modales

28 Domingo TO. Ciclo C

Por: M. Carmen Martín. Vita et Pax. Madrid

Para Jesús, éste podría haber sido un incidente más a lo largo del camino. Desde que ha decidido subir a Jerusalén, en más de una ocasión, se ve obligado a afrontar imprevistos o solventar alguna dificultad.

Lo que esta vez le interrumpe es un grupo de diez leprosos. Personas que, por su condición de ‘impuras’, no pueden tener contacto con las demás. Son conscientes de esto, por eso, no se acercan mucho a Jesús, mantienen un ‘cordón sanitario’ y se dirigen a Él a gritos para que los oiga.

Son hombres desesperados que han aprendido a gritar juntos, a sumar su propia debilidad. Su grito es un auténtico grito comunitario. Son diez. No queda del todo claro si es que Jesús tenía prisa o, simplemente, pretende respetar la ley mosaica; lo cierto es que obra el milagro casi con prisas, como si tuviera otras urgencias.

El encuentro entre Jesús y los leprosos concluye con una simple orden de presentarse a los sacerdotes. ‘Mientras iban de camino’, estos hombres son curados, sólo uno regresa para agradecer.

De bien nacido es ser agradecido, reza el refrán popular. Y Cervantes, en el Quijote, afirma no es excesivo regalarle el muslo de la gallina a quien nos ha regalado la gallina entera. Todos los leprosos han sido curados físicamente, pero solo el que ha vuelto a Jesús dando gracias ha quedado ‘salvado’ de raíz.

Tres pasos significativos da el leproso agradecido:

1. Del grito de lamento, al grito de alabanza. Todo es igual y, sin embargo, todo ha cambiado. En su corazón ya no hay amargura sino alegría; en su boca, la alabanza ha reemplazado al gemido.

2. De la distancia a la cercanía. Poco antes, había mantenido la separación prescrita entre él y Jesús. Ahora tiene el valor de aceptar el reto del contacto y de la relación, se postra ante Él. Ahora es un amigo con el que puede establecer un vínculo afectivo: ‘levántate’.

3. De la condición de extranjero a compañero en la fe. Este hombre es un extranjero y representa la fe de los paganos, de los excluidos. Pero, como a menudo sucede, es capaz, mejor que otros más cercanos, de acoger a Jesús en su corazón.

La pregunta de Jesús sigue resonando: ‘¿dónde están?’. No reprocha la falta de agradecimiento, sino que se muestra triste porque ve a hombres que no dan las gracias, que no se dan cuenta de que han sido curados y salvados. No saben lo que se pierden; desconocen lo mísera y desdichada que es la vida cuando no hay nadie a quien dar las gracias.

Pero las palabras de Jesús también suenan como pregunta al único que se ha dado la vuelta: es como si le tocara encargarse de los otros nueve que no han entendido la importancia del agradecimiento. Es como si Jesús invitara al samaritano curado a ir y buscar a los demás, a los que se están perdiendo el gusto y el gozo de dar las gracias, a revelarles que ya han sido curados y salvados por el Señor.

Jesús no ha negado el milagro a los leprosos ingratos, no se ha arrepentido de sus palabras ante el desagradecimiento y el olvido. Este es el estilo de Dios: la falta de gratitud por parte del ser humano no detiene la obra de la redención. No obstante, Lucas nos invita a considerar de manera especial al décimo leproso, el que ha sido curado de raíz, y no por una simple cuestión de buenos modales, sino porque como decía San Agustín: “Dios, que nos ha creado sin nosotros, no nos salvará sin nosotros”.

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