Amor y Justicia

amor y justicia

Domingo 5º de Pascua, Ciclo C

Por: Julio Ruiz, militante de la HOAC de Ciudad Real.

El Evangelio de este 5º domingo de Pascua (Jn 13,31-33a.34-35) nos presenta el fundamento de la fe cristiana hecha vida: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”;   “… por el amor que os tengáis conocerán todos que sois mis discípulos”. En tan poco, tanto.

Cuántas preguntas nos asaltan tras este texto y cuántas pretendidas respuestas. Será por eso, más que seguro, que tanta gente no nos reconoce como discípulos o que nuestro discipulado aporta poco al mundo y a la vida de las personas en este momento de nuestra historia. Y lo que es peor aún; ¿será por eso que tantos hombres y mujeres no conocen a Jesús y no pueden dar razón y testimonio de su esperanza?

Cuánto hablamos y escribimos del amor y, sin embargo, qué poca repercusión parece que tiene en las personas y en los pasos por los que transcurre nuestra historia. La Iglesia desde sus diferentes ámbitos y en cada momento ha reflexionado sobre las implicaciones concretas y prácticas del mandamiento nuevo.

Sin duda, uno de los peligros en los que podemos caer en la vivencia y tratamiento del amor es el de reducirlo a un plano  individualista donde solo cuentan las relaciones interpersonales (que desde luego son importantísimas) y olvidarnos de la dimensión ambiental y estructural. Hoy más que nunca, necesitamos aunar “amor “ y “justicia”. Si el amor nos lleva a hacer nuestra la vida y el sufrimiento del otro, también debemos hacer nuestra la vida y el sufrimiento de los empobrecidos, el dolor y muerte producidos por las “estructuras de pecado” que dominan en tantos espacios de este mundo. Es lo que la Iglesia llama “caridad política”, “que no se trata solo de suplir las deficiencias de la justicia, aunque en ocasiones sea necesario hacerlo. Ni mucho menos se trata de encubrir con una supuesta caridad las injusticias de un orden establecido y asentado en profundas raíces de dominación o explotación. Se trata más bien de un compromiso activo y operante fruto del amor cristiano a los hombres, considerados como hermanos en favor de un mundo más justo y más fraterno, con especial atención a las necesidades de los más pobres.”  (CCE, Los cristianos en la vida pública, 61).

Visto desde esta perspectiva, posiblemente adquiera un significado mucho más pleno y actual la llamada que la segunda lectura, el capítulo 21, 1-5 del Apocalisis, nos hace: “… veremos un cielo nuevo y una tierra nueva… donde no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo se ha desvanecido”.

Sin embargo, este no es un camino fácil ni triunfal ni de continua levitación espiritual. En la primera lectura ( Hch 14, 21-27), Pablo y Bernabé, en su ida y vuelta por las comunidades que fundaban, animaban a los discípulos, los exhortaban a permanecer firmes en la fe y les decían: “Tenemos que pasar muchas tribulaciones para poder entrar en el reino de Dios”. Quizá así, nosotros también como ellos podamos celebrar que a muchos “paganos abrimos las puertas de la fe”.

Pero esta vivencia del mandamiento nuevo no es, en el fondo, solo un mandato, una ley o una norma moral de benéficas consecuencias.  Desde ahí es difícil que el amor contagie y sea realmente liberador. En realidad, el “amor al prójimo” no es sino la respuesta agradecida, la “acción de gracias” que realizamos personal y comunitariamente, tras haber experimentado en nosotros lo que el Salmo 144, 8-13 canta: “que tus obras te den gracias, Señor “, porque “… el Señor es clemente y compasivo, paciente y rico en amor”. Y así, frente a todo imperio y poder, frente a todo capital y cultura dominante, podamos también clamar que: “Tu reinado es eterno, tu gobierno dura por todas las edades.”

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