Ante todo misericordia

Domingo 27º del T.O. Ciclo B

Por: Teodoro Nieto. Burgos.

Ante todo misericordia

Las lecturas de este domingo nos transmiten este rotundo mensaje: Todos los seres humanos, mujeres y hombres, somos iguales. Tenemos un mismo origen. Por tanto, nadie es más que nadie. Somos iguales en dignidad, en derechos y  oportunidades en el plano de la existencia. Y esto es así desde “el principio”, como lo expresa la primera lectura del libro del Génesis. Por disposición divina, hombre y mujer no son dos, sino un solo ser. Y como  lo recalca el escrito a los Hebreos, formamos una sola familia sororal y fraterna. Esta igualdad fundamental de los seres humanos es central en el mensaje de Jesús, tal como aparece en el pasaje evangélico de este domingo.

Unos fariseos se acercan a Jesús, para ponerle a prueba, y le preguntan si podía el marido separarse de su mujer. En aquel entonces, nadie negaba en el pueblo de Israel el “derecho” del varón  a “repudiar” legalmente a su mujer. Los motivos podían ser distintos, según las diferentes escuelas rabínicas.

La actitud de Jesús es de una valentía inaudita en el contexto de una cultura marcadamente patriarcal y machista. Jesús sabe muy bien que, si bien es cierto que Moisés permitió escribir un certificado para que el hombre pudiese repudiar legalmente a su mujer, esto lo hizo por la  incapacidad de entender aquel pueblo los planes de Dios. Jesús reconoce y valora la relación de igualdad entre el hombre y la mujer. Y eso, ya “desde el principio”.

La actitud de Jesús es tan novedosa y tajante, que sus discípulos se resisten a aceptarla. Tanto es así, que al volver a casa, siguen insistiendo en la misma cuestión. Y él les dice: “Si uno se separa de su mujer  y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; y si ella se separa de su marido y se casa con otro, también comete adulterio”.  Esta respuesta vuelve a remachar el clavo de la igualdad. Ni se les pasaba por la cabeza a los discípulos de Jesús que una  mujer pudiera separarse de su marido.

Tal vez, sea oportuno hacernos hoy  esta pregunta: ¿Quiere decir Jesús que el divorcio es condenable, sin más, y que el hombre o la mujer que se divorcian tengan que ser estigmatizadas? Siempre es peligroso leer al pie de la letra el Evangelio, y no según el Espíritu, porque la letra mata (2 Cor 3, 6).

Jesús vino a darnos vida en abundancia (Jn 10, 10), no a  imponernos “cargas pesadas e insoportables” (Mt 23, 3). El “moralismo” endurece nuestro corazón y nos hace intransigentes. Es lo más opuesto a la misericordia y a la compasión que Jesús proclama (Mt 9, 13). Cuando él habla de la separación en la pareja humana,  establece un “principio”. Propone un “ideal” en la relación amorosa del hombre y de la mujer: “dos en una sola carne”, como dice el libro del Génesis, es decir, un solo ser, sin costuras.

 Sin embargo, la realidad  cotidiana de nuestra condición humana está sujeta a infinidad de condicionamientos, de limitaciones, de errores y, no pocas dosis de ignorancia, que  hacen inalcanzable el ideal que Jesús propone. Por algo dijo también él que no es la persona para la ley, sino la ley para la persona. Y él es también el Señor de la ley (Mc 2, 23). Será, por tanto necesaria una  regulación más misericordiosa al servicio de la vida y de la felicidad de las personas. Y como dice el apóstol Pablo, ¿quién será fiscal de los que Dios eligió. Si Dios absuelve ¿quién puede condenar? (Rom 8, 33-34).

Y a quienes, siguiendo estrictamente lo que ordenaba la ley, intentan apedrear a una mujer adúltera, se enfrenta Jesús con estas palabras: “aquel de vosotros que no tenga pecado, que le tire la primera piedra” (Jn 8, 6).

Actualmente se debate en la Iglesia este tema candente: ¿Pueden comulgar las personas divorciadas? Hay una corriente que aboga por el rigorismo de la ley: De ninguna manera pueden  comulgar, afirman categóricamente. Y hay quienes apuestan por una regulación inspirada en la compasión y en la misericordia. ¿Por cuál de las dos posturas apostaría Jesús hoy? ¿Por cuál de esas dos posturas apostamos nosotros?

De la figura de la mujer, este pasaje del Evangelio de Marcos pasa a la del niño. Ni la mujer ni los niños contaban para nada en la sociedad donde vivió Jesús. Eran “los últimos”. Así les consideraban también los discípulos. Estos, no solo no les acogen, sino que les desprecian y marginan.

Si tenemos una imagen “romántica” de los niños, podemos caer fácilmente en la tentación de hacer una lectura blandengue y aséptica de este texto. Lo que Jesús parece querer dejar claro es que, en el Reino de Dios, es decir, en ese Gran Proyecto que él acaricia de hacer un mundo más humano, más solidario y con más corazón, “los últimos” son  los  preferidos. Las personas refugiadas que están llamando hoy con apremio a nuestras puertas, son “los primeros” para Jesús. Y deben ser también “los primeros” para todo ser humano que tenga corazón y sentimientos.

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