Por: Maricarmen Martín – Vita et Pax. Ciudad Real
2º Domingo de Adviento 2011
Nunca se me había ocurrido mirar en el diccionario qué significa la palabra consolar. La definición, por obvia, me deja sorprendida: “aliviar la pena o aflicción de una persona”. Qué bonita y actual la invitación que hoy nos hace Dios a través del profeta Isaías para que este tiempo de Adviento sea un tiempo para el consuelo, es decir, para aliviar la pena o aflicción de las personas que tenemos a nuestro alrededor, en definitiva, de su pueblo. Seguro que tarea no nos falta.
Para consolar es necesario salir de nosotras mismas. Si sólo miramos nuestra vida, si sólo escuchamos nuestras voces interiores, si sólo nos preocupa lo que nuestro filtro deja que pase al corazón sólo conseguimos encerrarnos en nuestro pequeño mundo. Tener nuestro corazón y nuestro deseo dirigidos a ser importantes, a estar lo mejor posible, a acumular capacidades, bienes… nos hacen sordas a la invitación para consolar, nos hacen ciegas para descubrir los caminos por los que Dios anda. El dolor, la pena de la otra persona es una llamada, una invitación a salir y a acercarnos, a contactar con ella. Solamente quien toca la realidad sufriente y quien se deja tocar es capaz de salir de sí misma y consolar.
Para ser heraldos del consuelo necesitamos poner todos los sentidos en juego: manos que tocan, oídos que escuchan, ojos que ven, narices que huelen, bocas que hablan. Las vidas tan duras de muchas personas que viven entre nosotras son invitaciones que esperan personas que las hagan suyas y respondan a ellas. Y responderemos a cabalidad si en esas vidas somos capaces de escuchar y dialogar con Dios mismo. Porque, en una sociedad consumista, podemos hasta consumir vivencias de contacto con el sufrimiento sin que estas nos afecten y trastoquen nuestros planes y nuestras vidas. Sólo Dios, a través de esas vidas afligidas o apenadas, puede llevar a plenitud estas experiencias.
En este tiempo de Adviento queremos ser “aprendices del consuelo”. Consoladoras del dolor por invitación expresa de Dios. Un consuelo que se refleja en evitar palabras fáciles, en aguantar los silencios, en no buscar con prisas salidas parciales que acaban resultando falsas, en evitar a toda costa la utilización del dolor ajeno… A veces, saber callar, saber estar, saber aguantar la tensión con serenidad… pueden ser silencios sonoros, silencios consoladores que son antesala del Misterio. Más que palabras, lo que “la pena o aflicción” de la otra persona nos está pidiendo es presencia cercana y compañía, una dinámica de consuelo real y paciente.
Estamos en Adviento y esperamos al Dios que se humaniza, al Dios-con-nosotros y nosotras. Dios que nos invita a consolar a su pueblo. Desde esta experiencia nos cambia el referente último. El referente ya no es la muerte sino la Vida. El Dios que se humaniza es fuente de Vida que nos lleva a la paz profunda. Desde El, al consolar a las otras personas, puedo acompañar en medio del dolor más profundo, en la ruptura más intensa… sabiendo que “ni la pena ni la aflicción” tienen la última palabra.
Desde el Dios que se humaniza, “que anuncia la paz a su pueblo”, tenemos la posibilidad de avanzar por caminos de humanización personal e histórica, caminos consoladores de vida, caminos que son Buena Noticia para otras personas y para nosotras mismas. Caminos que nunca son lineales y, a veces, son escabrosos; que tenemos que preparar, pero no nos asustan ni nos inquietan. Es adviento y estamos invitadas a consolar en el camino de la vida cotidiana y a descubrir, en ese consuelo, un guiño cómplice de Dios que nos invita a vivir en la esperanza, a no tener miedo, a dejar el control sobre nuestras vidas y las de los demás en sus brazos… Es Adviento.