5º Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Por: Paky Lillo. Vita et Pax. Alicante.
Las lecturas de este domingo son una llamada al descubrimiento de un Dios que se asoma a nuestra vida y nos hace una pregunta ¿A quién mandaré, quien irá por mi?
Nos pides que seamos tus mediadores, los propagadores de tu Palabra. ¿Quién está dispuesto a ayudarme, a hacer algo por mí? El poder de tu Palabra es tan grande que llega a poseernos humanamente, llega a transformar nuestra mirada.
A Isaías le haces ver la cortedad de su mirada y la conviertes en esa luz larga que en la carretera, en una noche oscura, te hace ver todo aquello que está lejos, que está por venir. Y siente tu preocupación ¿a quién enviaré? se siente cerquita de Ti y habla su corazón “Aquí estoy, mándame”
Cuando cada uno de nosotros nos situamos ante el Dios de la Vida, que nos habla, palpamos más intensamente nuestra propia limitación. Así nos lo expresa Isaías “Ay de mi, estoy perdido”
A Pablo también le cegó tu flash, lo descoló y no le quedó otra que dejarse llevar, ¡cómo negarse a tu atracción aún en el centro de la oscuridad! y se lanza a los caminos a predicar lo que Jesús predicó y ello le hace sentirse apóstol.
A Pedro le haces ver que Dios no cree en los imposibles y Jesús le pide una sola cosa: “fe”. No es momento de “echar las redes” cómo le miraría Jesús que Pedro le responde “pero si tú lo dices, así lo haré” y, en su interior, Jesús pensaría: “eso es lo que esperaba de ti”. Y ahí estaban los peces. Pedro siente su pequeñez ante Jesús al descubrir en El la presencia de Dios.
Y en tu llamada hay una petición de esperanza para todos, “echa las redes” nos dices, ¡vamos échalas!, cómo temo el pasar por la vida de los demás de puntillas o recoger las redes antes de tiempo.
Duro trabajo el trabajo de la noche, en la oscuridad, entre tinieblas, en la lejanía de todo, los pescadores luchan por vivir, siempre bajo mínimos. Como en estos momentos donde muchos de nosotros sólo alcanzamos el nivel de “supervivencia”, en muchas ocasiones amparados por la noche, escondidos de las miradas, sumidos en el mundo oscuro de la injusticia y la desigualdad, ¿Puede considerarse vida?.
Jesús sigue llamando y llama a hombres y mujeres que piensan que no son merecedores/as de ello, que no saben responder a la pregunta ¿por qué yo?, que no se creen capaces de llevar a buen puerto el proyecto de Dios. Jesús cree en el ser humano, siente que es capaz de cambiar. Y a los capaces de caminar, a los cansados de luchar se dirige porque los acomodados no quieren cambiar nada. Y se aventura a la llamada. El se arriesga y llama a cada uno por su nombre y nos encarga una misión, una tarea, porque es para hacerla entre todos y nuestra misión es acoger su Palabra.
Acoger su Palabra y salir a cambiar nuestro mundo. A Buscar alternativas que libren a la gente de la desigualdad, del odio, de los egoísmos,…
Pedro le creyó y cuando se cree, se da entrada a la confianza, y se abre uno a la posibilidad de que “puede ser”. Nos abrimos a la esperanza, a la utopía.
El sabe cómo somos, sabe que nuestra buena intención se nubla ante las cosas que no controlamos, sabe que le necesitamos y nos dice no temáis yo estoy con vosotros.
Pedro arrastra su barca hasta la orilla, la abandona, lo deja todo y sigue a Jesús. Y se produce la ruptura. Cuando lo dejas todo, rompes con todo aquello que es contrario a lo que quieres construir, a la alternativa en la que crees; aquella que se aleja de la injusticia, de la desigualdad, del abuso, de la corrupción, de la acumulación de riquezas, del egoísmo, porque hay que defender la dignidad de todo ser humano y su derecho a vivir la vida como Dios quiere que la vivamos. Hay que alejar de nosotros los dogmatismos, la intolerancia,… incluso las ventajas que nos puede proporcionar nuestro propio status si con ello aumentamos las diferencias con los que pueden menos.
Porque es Jesús quien llena nuestra vida. En nuestra llamada hemos vivido la salvación y en nuestra limitación nos acoge Jesús y mediante esa llamada salvadora nuestra vida se convierte en liberación. A eso me llamas a eso nos llamas: a ser libertadores de angustias, pobrezas, tristezas, esclavitudes, intolerancias, dogmatismos, ansias de poder,… para convertirme, para encarnarnos en Tu Palabra.