5º Domingo T. O. Ciclo A
Por: Dionilo Sánchez Lucas. Laico de Ciudad Real
Las lecturas de la liturgia de este domingo nos indican el camino para llegar a Dios, para agradarlo, para complacernos en Él.
Pero la manera de acercarnos verdaderamente a Él, de sentirnos a gusto con nosotros mismos, de conseguir sus favores, de alcanzar su gloria, no es quedarnos expectantes, no es esperar que la vida transcurra sin poner de nuestra parte, no es pedirle a Dios que nos colme de bienes e imponga su voluntad, que su justicia impere y aparezca su figura a nuestros ojos.
Lo que Dios quiere de nosotros es el amor a nuestro prójimo, es que demos de comer al hambriento, que defendamos y trabajemos por atender y cubrir las necesidades básicas de alimentación, salud, educación y formación integral de todas las personas; las que están próximas a nosotros, las que han venido de un país extranjero y aquellas que viven alejadas en un lugar que llamamos países subdesarrollados, porque todos somos parte de la humanidad sufriente a la que Jesucristo vino a salvar.
No podemos permanecer impasivos ante los pobres que no tienen techo, ante el hermano que está desnudo, ante el que está en la cárcel injustamente o las dificultades de la vida lo hayan empujado allí, ante la trata de mujeres que son obligadas a la prostitución. Dios nos llama a salir de nosotros mismos, a no encerrarnos en nuestra complacencia, a ayudar y comprometernos a mejorar las condiciones de vida de los que sufren.
Nosotros los cristianos y la Iglesia como comunidad, debemos procurar que brille la luz sobre las tinieblas del mundo, con el compromiso por el bien de la humanidad;
- mediante posiciones de diálogo, acercamiento y encuentro para encontrar la paz;
- arriesgarse en la denuncia de las imposiciones e injusticias que provocan el sufrimiento de las personas;
- siendo bandera de la defensa de la dignidad y la libertad; y
- sobre todo la comprensión y misericordia de los que reconocen haber provocado dolor a otros seres humanos.
Pero cuanto tengamos que decir y hacer nosotros y la Iglesia, presentémonos como San Pablo a los Corintios: “Débil, asustado y temblando de miedo”.
Pues se trata de dar a conocer a Jesucristo, perseguido, sufriente, entregado y crucificado, en ambientes hostiles y difíciles. Pero no exhibamos nuestra sabiduría, sino la pequeñez y sencillez; no alardeemos de la grandeza, poder, influencia y gloria de la Iglesia, sino que busquemos lugares de encuentro y cercanía, pues lo importante no somos nosotros mismos, lo valiente y sincero es dar gloria a Jesucristo.
“Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se desvirtúa”. Jesús nos indica claramente la importancia de nuestro ser, nos envía a la misión en la tierra, a conservar lo que Dios ha creado, a dar gusto y sabor a medida que nos vamos gastando por los demás, ser conscientes que hemos de entregarnos y hasta derretirnos como la sal para que otros tengan vida, fortaleza y consistencia, de lo contrario habremos desvirtuado el mandato.
También tenemos que brillar y ser luz, una luz que ya hemos recibido de Jesucristo, dejarnos traspasar por su palabra y su vida, para anunciar el evangelio y ser testigos para los demás hombres y mujeres, alumbrar un camino de fraternidad y justicia.
Que nuestra palabra y obras, iluminen otras vidas y den gloria a Dios por el amor que nos tiene, siempre dispuesto a decirnos: “Aquí estoy”.