2ºDomingo del T.O. Ciclo B
Por: Sagrario Olza. Vita et Pax. Pamplona
Asumiendo el Mensaje del Maestro
Pasado el Tiempo de Navidad y después de celebrar el Bautismo de Jesús el domingo pasado iniciamos hoy los Domingos del Tiempo Ordinario. La primera lectura, del Libro de Samuel, y el Evangelio de Juan nos hablan de personas que vivieron en actitud de escucha y disponibles para la respuesta.
El joven Samuel, aún estando acostado, en cuanto escuchó su nombre se levantó y corrió para decir: “¡Aquí estoy!”. Ante la insistencia de la llamada respondió: “¡Habla, Señor, que tu siervo te escucha!”. Juan el Bautista, después de bautizar a Jesús como a uno más entre todos los que le seguían, llega el momento en que dice a dos de sus discípulos: “Este es el Cordero de Dios”. Y los dos discípulos, Juan y Andrés, inmediatamente siguieron a Jesús. Ellos estaban atentos, buscaban, esperaban…
La mayoría de nosotras/os, “cristianos de toda la vida”, conocemos a Jesús desde nuestra infancia. En un momento concreto de nuestra vida quizá escuchamos una llamada, una invitación más particular a seguirle, pero hoy podemos pararnos un momento y preguntarnos cómo es nuestro seguimiento: ¿caminamos por inercia, de manera rutinaria, somos un número sin apenas identificación, en un grupo de “afiliados” pero poco participativos? Tal vez somos seguidoras/es un poco más activos y participamos en las fiestas religiosas, rezamos, nos interesan las noticias que nos hablan de la Iglesia…
Jesús pregunta a los primeros seguidores, a Juan y Andrés, ¿”Qué buscáis”?. Jesús vio su actitud de búsqueda, su deseo de conocerle, su interés por escucharle y hasta de saber dónde vivía… “Venid y veréis”. Y se quedaron con él… y le siguieron.
Su seguimiento no fue de los que “hacían número” entre tantos, curiosos o interesados por sus propias cosas; lo suyo era algo más profundo y vital: escuchaban a Jesús y, poco a poco, iban asumiendo el mensaje y las actitudes del que luego llamarían Maestro. Se hicieron “de los suyos” y le siguieron hasta el final. No fue un camino fácil ni glorioso: también buscaban ser los primeros, ansiaban el poder, tenían miedo, querían apartar a los que hacían el bien pero no eran del grupo… El Maestro tuvo paciencia, confió en ellos a pesar de todo, les llamó “Amigos” y les manifestó sus sentimientos más íntimos… Los preparó para hacerlos misioneros y les encargó que llevaran la Buena Noticia hasta los últimos confines de la tierra.
¿Nos identificamos con estos seguidores y con tantos que a lo largo del tiempo, y hoy mismo, siguen tan de cerca a Jesús? No importa si no podemos responder con un sí leal y convencido. “Es hora de despertar”, todavía estamos a tiempo de escuchar la llamada, la invitación a seguir a Jesús desde el corazón, a ser sus discípulas/os y sus amigas/os. A preguntarle: ¿Qué harías hoy, si vivieras en este momento de la historia, en esta sociedad que hemos creado? ¿Qué harías para responder a los problemas de la gente que tenemos al lado y a las necesidades de los que, aunque viven lejos, sabemos que viven muy mal? Tú no estás hoy pero yo puedo decirte: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Yo siento que tú me llamas, que confías en mí, que me necesitas porque el mundo y mis hermanos me necesitan.
Sí, es hora de despertar; nos duele el corazón por tanto sufrimiento que nos rodea y porque no estamos conformes con el mundo que hemos creado. Es tiempo de poner en acción nuestras capacidades –no importa que no sean grandes- para aliviar algún sufrimiento, ayudar al que menos tiene, denunciar situaciones injustas, defender la vida y dignidad de toda persona, aportar nuestro grano de arena en el trabajo por la paz… Hoy nos propone la Iglesia tener en cuenta la situación de los emigrantes, desplazados, refugiados…
Nos dice el Evangelio que, después de ser bautizado, el Espíritu condujo a Jesús al desierto. Fue un tiempo de prueba y de reflexión. Tuvo que discernir para iniciar su misión. Durante los tres años que duró su vida pública constantemente hablaba con el Padre para saber cómo orientar su tarea. Su actitud era: “Para esto he venido, para hacer tu voluntad”. Y el Espíritu le guiaba y acompañaba. También nosotras/os, que estamos dispuestas/os para hacer su voluntad, necesitamos que el mismo Espíritu nos guíe y acompañe. Podemos pedirlo con una oración escrita por un sacerdote amigo:
“Ven, Espíritu Santo, te necesitamos.
Seguidores de Jesús, débiles y vacilantes, necesitamos tu impulso…
Calienta nuestra vida cristiana, tibia, enfriada. Tú eres fuego, enciéndenos.
Ilusiónanos con Jesús, con su Evangelio, con la entrega por el Reino.
Sácanos de la rutina. Mira que la fe puede también dormirse,
y hasta agostarse y morir…
Arrasa de nosotros la pereza. Inquiétanos.
No nos dejes ser cristianos mediocres ni seguidores a medias”.
(Pedro Jurío. Pamplona)