4º Domingo TO. Ciclo A.
Fiesta de la Presentación del Señor
Por: Conchi Ruiz Rodríguez. Mujeres y Teología de Ciudad Real.
En el Evangelio de San Lucas, el niño Jesús es llevado al templo por María y José para presentarlo al Señor y así cumplir con la tradición que el pueblo judío tenía establecida.
Dice el texto “… el anciano Simeón, hombre justo y piadoso esperaba el consuelo de Israel…”
Simeón esperaba la llegada del Mesías, y creía firmemente que Jesús, el Mesías, traería la salvación para su pueblo Israel.
El evangelista lo describe como un hombre anciano, un hombre de Dios que pasó su vida esperando este momento, que estuvo pendiente de este acontecimiento, que no se cansó de esperar.
El espíritu estaba en él y vino al templo movido por la intuición, la llamada del espíritu. Vivía con la esperanza puesta en la llegada del Salvador. Escuchó la voz del espíritu y se presentó en el templo.
Reconoció al niño con sus padres y su alegría fue tal que no cesaba de alabar a Dios, de agradecer este encuentro, de anunciar que este niño venía a traer la luz, a iluminar a todos los pueblos.
Es similar a la fiesta de la Epifanía.
Dios que viene al mundo para iluminar a todos, sólo hay que seguir su estrella. Los Magos de Oriente también esperaron, estuvieron pendientes hasta vislumbrar una estrella que iluminaba más que las demás, se abandonaron al espíritu, la siguieron y se dejaron conducir por ella.
Simeón profetiza que Jesús será luz para todas las personas, sin discriminación de raza o condición. Del mismo modo profetiza lo que será la vida de Jesús, anuncia a su madre que será causa de contradicción, de luchas entre unos y otros, también le anuncia el sufrimiento que ha de padecer y acompañar.
La Profetisa Ana, que también aparece en la escena, mujer piadosa, su vida giraba en torno al templo y esperaba ardientemente la llegada del Salvador. Ana se llenó de júbilo al contemplar al niño, y no paró de difundir la noticia entre los que esperaban la liberación de Jerusalén.
Vemos, una vez más, a Jesús rodeado de personas sencillas, piadosas, personas llenas de esperanza, que confiaban y esperaban. Personas habitadas por el espíritu de Dios, atentas a su susurro, a los signos de aquel tiempo, y así descubren la llegada del Salvador, perciben su presencia.
Dios hoy se continúa manifestando en los más pequeños e insignificantes, en los que no cuentan.
Esta lectura es una llamada a reconocer a Dios en los signos de vida pequeños, que no aparecen en los telediarios, ni en la prensa. Es una llamada a reconocer a Dios entre los últimos/as. Es una llamada a vivir con la esperanza, con una espera pacífica en la llegada del Reino, en la venida del Salvador. Una espera activa llena de gestos y actitudes que construyen solidaridad. Es una llamada a agradecer la presencia de Jesús entre nosotros. Una llamada a llevar la luz de Dios al mundo de hoy.