Por: Cecilia Pérez – Vita et Pax, Valencia
Reseña de la Celebración y Fiesta que vivimos el día del centenario de Roser Calmet.
Moncada, 13-10.2011
Un sol espléndido, un cielo azul y el verde de las huertas y los campos, la puerta de la casa ornada de jazmineros en flor.
Un verano perezoso, no quiere acabar de marcharse, un otoño poco impaciente se deja ver en alguna hoja amarillenta; estamos a trece de octubre.
Al entrar a nuestra casa de Moncada todo está preparado: los corrillos por el jardín y en todas partes, las “autóctonas” atareadas, la casa de fiesta, la capilla de gala. Se respira bien, se respira alegría, se respira una tarde otoñal que, como acabo de decir, se diría veraniega, y yo veo emoción, en los ojillos de Roser que mira y sonríe y abraza y saluda.
En Moncada, hoy, ha pasado un siglo desde aquel 13 de octubre de 1911; entonces, Roser, comenzaba su aventura de vivir; continúa aún por aquí su marcha, su caminar, su hacer, por estas tierras levantinas; la Cataluña natal sigue presente y sus palabras brotan catalanas en cuanto la ocasión se le presenta.
Ayer cantábamos “la Virgen del Pilar dice…”, y hoy cantaremos “Pescador, que al pasar por la orilla del lago me viste secando mis redes al sol; tu mirar se cruzó con mis ojos cansados y entraste en mi vida buscando mi amor…” “Y a pesar de sentirse mi cuerpo cansado, mis pies en la arena siguieron tu voz…” (Ponedle música)
Junto a nuestra compañera acumuladora de años y experiencias, y en una misma sintonía, experimentamos gozo y agradecimiento porque cincuenta años de consagración en Vita et Pax es otro evento aquí compartido; tenemos unas cuantas representantes de Bodas de Oro que “acuerpan” a la homenajeada centenaria.
¡Pero qué bien, pero qué sorpresa! ¡Si tenemos aquí a tántas de los 50…; con nosotras también una madre, dos hermanas, una amiga. ¡Qué gozada!
Mosén Antoni y Juanjo Martínez celebran con nosotras, el centenario de Roser Calmet. Capilla llena, en el altar flores y corazones agradecidos al Señor por tanta misericordia, amor, fidelidad.
La ambientación a cargo de una “espontánea”; ¡muy bien por ella!. La homilía, glosa de la Palabra y de lo que hoy aquí se celebra. No falta de nada. Hasta alusiones al cine aunque en versión muy acorde a nuestra realidad de vida; el “al final nos queda París” de Casablanca se convierte en gozoso “al final nos queda Jesús” .
Y suena el eco: Jesús, Jesús, Jesús…”
De momento, escuchamos palabras en catalán, del amigo, del hermano, que resueltamente se sienta junto a Roser, por aquello de la cercanía, amistad, hermandad lingüística… Es hermoso y nos hace sonreir.
Vivir así la fraternidad desde la pequeñez pero también desde un único Señor, un sólo Señor, hace de esta calurosa reunión celebrativa más acción de gracias: con sencillez, hondura, esperanza. ¿Puede ser?
Las palabras de San Juan de la Cruz no me resisto a transcribirlas porque después de volver a oirlas hoy han hecho que mi corazón respire sosegado, tranquilo, vivo y confiado
Mi alma se ha empleado
y todo mi caudal en su servicio;
ya no guardo ganado
ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio
¿Os imagináis después de todo esto cómo nos supieron el chocolate y acompañamientos? ¿Y los “okairís? ¿Y la tartita con el número 100 como velitas para soplar?
¡Si es que hubo de todo!
¡Ah, y gracias a quienes prepararon y acogieron con tanto cariño!
Orgullo de familia, acción de gracias, y vidas que quieren seguir entregadas a los cincuenta, a los cien y a los ciento cincuenta. ¿A que sí?
Desde Valencia, un gran abrazo