Cómo hablar del Dios de la Vida, hoy

como hablar del Dios de la vida

Domingo 32 del TO. Ciclo C

Por: M. Carmen Martín Gavillero. Vita et Pax. Madrid.

No es que estemos peor que nunca. No. Pero no estamos bien, lo confirma el grito atronador de los descartados. El sufrimiento colectivo marca la intensidad de ese grito: las desigualdades, el hambre, la pobreza, la inseguridad sanitaria, la precariedad laboral, la violencia generalizada, los conflictos declarados y los silenciados, el terrorismo, los desplazamientos forzosos, la falta de humanidad, el deterioro de la casa común… Ya no se trata sólo de explotación y opresión, sino de la expulsión y el descarte que llevan a muchas personas y pueblos a vivirse como desechos y sobrantes.

La falta de futuro y la desmotivación producen un cansancio generalizado, es lo que algunos han llamado ‘La sociedad del cansancio’, que no es sólo agotamiento físico sino sobre todo, psíquico y espiritual. Las personas más cansadas hoy son las que buscan trabajo y no encuentran, las que dejaron de buscar horizonte a sus vidas porque perdieron las esperanzas de hallarlo. Es un cansancio temible y, a veces, terrible, que lleva a la parálisis del ánimo, a la soledad e incomunicación, a cansarse de una misma y de los otros.

A partir de esta realidad de muerte surge con fuerza renovada la profesión de fe: ‘A pesar de todo esto, creemos en el Dios de la Vida’. Lo que sucede es contrario a la voluntad del Dios que nos revela Jesús. Afirmar la fe en el Dios de la Vida implica rechazar cualquier situación inhumana; a su vez ésta da contenido y urgencia a la proclamación del Dios de la Vida.

En el evangelio de hoy, Jesús desecha la idea banal de los saduceos sobre la resurrección. El tema es de una seriedad mortal. Jesús no puede ni imaginarse que a Dios se le vayan muriendo sus hijos e hijas; Dios no vive por toda la eternidad rodeado de muertos. Tampoco puede imaginar que la vida junto a Dios consista en perpetuar las desigualdades, injusticias y abusos de este mundo. Según Jesús, la unión de Dios con sus criaturas no puede ser destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que nuestra extinción biológica.

No debemos usar inútilmente el nombre de Dios. El Dios en quien creemos es el Dios de la Vida y llama a hacer una opción radical y profunda por Él, como el Dios de la Vida. Por eso,  creer en la resurrección implica defender la vida de los más frágiles de la sociedad. Buscar al Señor entre los vivos lleva a comprometerse con quienes ven su derecho a la vida violado. Afirmar la resurrección del Señor es afirmar la vida frente a la muerte y empeñar en ello lo mejor de sí.

No cabe resignarse a tal estado de cosas. No cabe tampoco la indiferencia con el pretexto de que aún no hemos sido tocados directamente por el sufrimiento; sólo se es viviente en la Vida. La misión que nos da Jesús no es sobrevivir, sino servir.

Nuestra pregunta sigue resonando: cómo hablar del Dios de la Vida, hoy.

La disyuntiva es clara. O nos desinteresamos de lo que sucede so capa de que no es nuestra responsabilidad directa, nos replegamos ante la impotencia o el miedo y en ese caso, habremos llamado a la muerte convirtiéndonos en militantes de su partido. O sabemos estar presentes sin esquivas neutralidades allí donde se violan los derechos humanos más elementales, de cerca o de lejos, tomando partido.

Como diría la Teología de la Liberación, el hablar de Dios es el acto segundo. El primero es contemplar al Dios de la Vida y tomar opciones claras y descaradas a favor de ella. Después, en un segundo momento, viene la palabra. Los sufrimientos de las víctimas exigen poner límite a tanta ‘palabra de aire’ y reclaman testigos, es decir, personas sencillas que sean capaces de hacerse cargo, cargar y encargarse de la historia humana del sufrimiento. Ellas hacen correr rumores sobre la presencia del Dios de la Vida por nuestro mundo.

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