1er Domingo de Adviento, Ciclo A
Por: Sagrario Olza. Vita et Pax. Pamplona
Pues, ¿quién viene…? Inauguramos hoy el Tiempo de Adviento. Es tiempo de espera pero no de una espera pasiva. El que viene está cerca, no va a tardar. Por eso se nos invita a abrir la puerta y salir al encuentro. Y salir con alegría, con los brazos abiertos para recibirle, porque el que viene es el esperado y es Buena Noticia.
El Pueblo de Israel esperaba al Mesías prometido. El Profeta Isaías nos cuenta que tuvo una Visión de lo que ocurriría “al final de los días”, es decir, más adelante, en el futuro. Para entonces invitaba a “subir a la Casa del Dios de Jacob”. Y continuaba: “Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas”.(Is.2,2). Israel vivía en Adviento, en espera de ese tiempo, de ese momento. Y la visión de Isaías se cumplió con el nacimiento de Jesús en Belén.
En las esperas nos puede entrar el sueño, la impaciencia, el aburrimiento… y hasta podemos olvidarnos que estamos esperando. En su Carta a los Romanos, San Pablo les advierte que ya es hora de despertar “porque ahora la salvación está más cerca que cuando empezamos a creer”.(Rm. 13,11-12) Esa advertencia es también para nosotros/as, cristianos/as de hoy, y para los cristianos ”de toda la vida”.
El Mesías esperado ya vino. Una parte de los judíos lo reconoció, encarnado en Jesús de Nazaret. En él se cumplía lo que también Isaías había anunciado: era el Ungido “…para dar la Buena Noticia a los pobres, liberar a los cautivos, dar vista a los ciegos, libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.(Is.61,1-2; Lc.4,18-21)
El Año Litúrgico recuerda y revive esa presencia de Dios entre nosotros, hecho hombre, “como uno de tantos”, manifestado en Cristo Jesús, el “Dios con nosotros”. No recuerda solamente lo que pasó sino que nos invita y ayuda a revivir esa presencia encarnada, prolongando y actualizando lo que Jesús fue, lo que Jesús dijo y lo que Jesús hizo. En el final de la lectura de hoy San Pablo nos dice “: “Revestíos del Señor Jesús”.
Pues bien, estrenamos un nuevo Año Litúrgico con el Primer Domingo de Adviento. Estrenar supone novedad, dejar de lado lo que ya no sirve, poner manos a la obra con ilusión y empeño en la tarea que empezamos, aprovechar las nuevas oportunidades que se nos ofrecen y, revestidas/os del Señor Jesús, hacerle presente en nuestro mundo, en nuestro entorno, tan necesitados del anuncio y realización de la Buena Noticia que proclamó y que fue Jesús de Nazaret, el que nacerá de nuevo en la cercana Navidad si nuestras vidas le hacer revivir.
Navidad, manifestación de Dios en la debilidad, en la pequeñez, en la pobreza, haciéndose cercano a los débiles, a los pequeños, a los marginados- descartados de la sociedad, ansiosa de grandeza, de poder, de comodidad, de “progreso” a costa de los demás, a costa de robar la tierra, los alimentos, el techo y el lugar donde vivir a los que no pueden defender lo que les pertenece por el hecho de ser personas, por pertenecer a la única familia humana. ¡Y cuántos hoy, miembros de esta familia, sufren, piden ayuda, mueren, porque no escuchamos sus gritos y lloros!
Tenemos cuatro semanas para preparar nuestro encuentro con el que va a nacer de nuevo. Despertemos del sueño y salgamos a recibirle con alegría… para agradecer y adorar su presencia entre nosotros/as, para aprender y hacer nuestros/as sus modos y maneras de manifestarse, su cercanía, sus preferencias y prioridades…“Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas…”
Desde su nacimiento, el Dios encarnado en un niño frágil y pequeño, ya fue la Buena Noticia anunciada por Isaías. Acercarnos y encontrarnos con el recién nacido será una nueva oportunidad para escuchar y acoger el Mensaje de los Ángeles en Belén: “¡Paz en la Tierra a los hombres que Dios ama”! (Lc. 2,14) Y con ese gozo en el corazón y el hacer de nuestras manos podremos manifestar a los demás que Dios vino para ser, para hacernos y para llevar a todos la Buena Noticia de su cercanía, de su Amor y de su Paz.