Inmaculada Concepción de Santa María Virgen, Ciclo A
Por: M. Carmen Martín. Vita et Pax. Ciudad Real
Celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción de María. Ser concebida sin pecado original no significa ser concebida en el vacío. Lo opuesto al pecado es la gracia, y la Inmaculada Concepción significa que María fue bendecida de manera única al nacer con el don de la gracia, don que es el propio Dios. Y fue Rahner el que dijo que, sea lo que fuere lo que tiene María, al final revela algo del camino de Dios con todos los seres humanos.
“Inmaculada Concepción” quiere decir que Dios toma la iniciativa para envolver la vida de todos los seres humanos en amor y fidelidad sin vuelta atrás. La gracia es una oferta permanente de amor de Dios y, por tanto, de salvación, una oferta que no puede extinguirse ni por el mayor pecado. Por otro lado, oferta que no quita la libertad ni las dificultades de la vida, al contrario, para quien la acoge lo introduce con más profundidad en la propia entraña de la vida.
La escena del evangelio de hoy presenta a María como una mujer que escucha y pone en práctica la palabra de Dios. Confiada en que el Espíritu le dará fuerza, ella da su libre consentimiento, asumiendo su parte en la tarea de Dios. María es una mujer del Espíritu y respondió a su don con su propia vida, una vida sencilla, más sencilla incluso que la mayoría de las nuestras. La presencia del Espíritu rodea su vida de pueblo, concreta, particular, llena de momentos de alegría y sufrimiento intensos, junto con largos días de cotidiana rutina.
La fiesta de hoy nos invita a reflexionar sobre la fe y la forma de actuar de María. Pero de una manera sana. Muchas veces el “hágase” de María se nos ha presentado desfigurado, conduciéndonos a un ideal de mujer como esclava obediente, pasivamente receptiva frente a las órdenes de los varones: maridos, padres, sacerdotes, hermanos… Eso no es de Dios. Son posibles otras interpretaciones donde María se nos aparece significativa para nuestra vida, de mujeres y hombres, desde su coraje de mujer.
Dios despliega un exquisito respeto por nuestra libertad y por la libertad de María y ella responde con valentía “hágase”. Lucas presenta a María como el discípulo ideal, cuya característica principal es escuchar la palabra de Dios y guardarla, hacerla, ponerla en práctica, responder a ella; siendo éste el modelo para discípulos hombres y mujeres sin distinción. Esta muchacha aldeana intuye la presencia de Dios en su vida que la envía a una tarea de suma importancia. Actuando con madurez y responsabilidad plantea cuestiones, consulta y, después de pensarlo dice sí. Es su decisión, y ella cambia su vida.
Mujer del Espíritu, se embarca en la tarea de colaborar con Dios en la obra de la redención. Sola, tiene sin embargo suficiente fe en sí misma y en Dios para pronunciar un vigoroso y profético sí. Lejos de significar pasividad y sumisión, el consentimiento de María es un acto libre de autoentrega con el propósito de participar en la creación de un nuevo mundo, en eso que hoy llamamos “otro mundo mejor es posible”.
La duda inicial de María estaba bien fundada porque su elección trastocaba su vida. No era una supermujer heroica sino una aldeana de pueblo, aunque atenta a la llamada de Dios, y esta llamada la arrancaba de su segura vida privada. Jesús nació a través del cuerpo de esta mujer, una mujer libre, madura, que tiene sus propias ideas y voluntad, capaz de tomar sus propias determinaciones y de mantenerse en sus decisiones, aunque se acumulen las dificultades y penas.
La humildad de María consiste en la audacia de aceptar la monumental empresa que le ha sido propuesta por Dios, su consentimiento le cambió la vida y nos cambió la vida a toda la humanidad. Hoy es un buen día para dirigirnos a ella con el corazón desbordado de agradecimiento y de orgullo. También orgullo de género.